Vista como un atentado contra la recta moral y las esencias sagradas del pueblo español, la homosexualidad fue perseguida y reprimida por la dictadura franquista.
El régimen había creado los modelos del hombre y la mujer española basándose en la ortodoxia de la moral del nacional-catolicismo patriótico. El hombre debía ser viril, fuerte y líder, mientras que la mujer, relegada al hogar, tenía que mostrarse buena esposa y madre al cuidado de la prole. La dictadura entró en la vida privada de las personas indagando en las conductas desviadas y en las inclinaciones impropias de los verdaderos españoles. El clima social opresivo condenó a los homosexuales al miedo y la clandestinidad. Los hombres y mujeres que se salían de la norma se vieron obligados a expresar sus sentimientos a la sombra de la luz pública y a enfrentar el dilema moral ante sus familiares y amigos. La incomprensión les condujo a reprimir sus afectos temerosos de las consecuencias, a mantener relaciones disimuladas o al engaño, incluso la doble moral imperante les abría el camino de la prostitución.
Se calcula que entre 4.000 y 5.000 homosexuales fueron encarcelados acusados de escándalo público y de constituir un peligro social. Se llegaron a crear centros especiales para, supuestamente, corregir su desviación, aunque en muchos casos fueron maltratados, vejados o violados por otros reclusos, e incluso obligados a prostituirse por funcionarios. Un caso simbólico fue el de la Colonia Agrícola Penitenciaria de Tefía, en Fuerteventura; un desierto inhóspito donde los homosexuales sufrían destierro, obligados a realizar trabajos forzosos en condiciones inhumanas.
El régimen contó con el importante apoyo de la Iglesia y la psiquiatría para reprimir los actos contra natura. Los homosexuales fueron tratados como enfermos mentales e internados en manicomios. Eminentes psiquiatras, como Antonio Vallejo Nájera o José Luis López Ibor, trataron con electroshock o lobotomías a sus pacientes desviados, provocándoles un enorme daño físico y psicológico.
Sin embargo, gracias al turismo y las influencias culturales o musicales del exterior, a mediados de los 60’, empezó a cambiar su consideración social. Su visibilidad aumentó en sectores como la moda, la peluquería o el espectáculo, y la localidad barcelonesa de Sitges se empezó a convertir en lugar de encuentro de homosexuales. A la par unieron su reivindicación a la de los grupos políticos opositores al franquismo.
Tras la muerte del dictador, en 1977, se celebró en Barcelona la primera Marcha del Orgullo Gay que acabaría en carga policial. Con la proclamación de la Constitución Española y la derogación de las leyes franquistas, la homosexualidad dejó de ser delito en 1979. Aún hubo de pasar treinta años para que el Estado reconociera por primera vez, en 2009, el daño provocado a un homosexual, represaliado en 1976, pagándole una testimonial indemnización de 4.000 €.
El documental, con guión de Marta Gómez, reconstruye esta oscura página de la vida de nuestro país con Antoni Ruiz, primer homosexual que fue indemnizado por el Estado, Octavio García, que sufrió condena en Fuerteventura, junto a personas que sufrieron represión por su conducta sexual y testimonios de archivo que describen el clima social de la época. Además, los escritores Fernando Olmeda y Víctor Mora, la activista LGTB, Empar Pineda, y las profesoras y estudiosas del tema, Dolores Juliano, Raquel Osborne y Matilde Albarracín, analizan la lucha de los homosexuales por su libertad.