Esta semana nos perdemos en un mercadillo de venta ambulante para conocer desde dentro cómo vive el pueblo gitano del comercio a pie de calle. Porque esta ha sido y sigue siendo la forma de vida de generaciones enteras que trabajan mirando al cielo, pendientes siemper del tiempo. Tras cada puesto hay una furgoneta con la puertas abiertas de par en par por si llueve y hay que recoger el material a toda prisa para que no se pierda. Ese es su patrimonio y lo llevan a pueblos y ciudades distintas cada día.
Este laberinto de puestos es un mundo aparte. Casi todos son familia y se conocen bien. Es la venta ambulante, son mercadillos itinerantes, muy acordes a la cultura gitana , nómada en sus orígenes. Aquí se sienten libres, sin jefes a quien dar explicaciones, entre los suyos. Y muy al contrario de lo que pueda pensar, ellos pagan sus impuestos y sus tasas para poder vender legalmente. La mayoría tienen productos nuevos pero también es cierto que en el mercadillo se cuelan otros vendedores que trapichean al margen de las reglas establecidas.