La biografía de Berthe Morisot -la primera impresionista- es excepcional en la historia de arte del Siglo XIX. Nace en Francia, en 1841, en una familia burguesa y culta. El padre, especiamente, estimula y apoya la pasíón por la pintura tanto de Berthe como de su hermana, Edma.
Descartada la idea de ingresar en la Academia de Bellas Artes, que no admite mujeres, las jóvenes toman clases con Corot, el célebre paisajista. Para Morisot, más importante aún que Corot, fué Manet. Se convirtió en una de sus modelos preferidas y cuenta la leyenda que fueron amantes, pero lo cierto es que se casó con su hermano menor, Eugene. Fué una excelente elección: su marido jamás compitió con ella, siempre la apoyó y, sin prejuicios, la ayudó a desarrollarse en un mundo de hombres.
La representación del mundo femenino es algo tan constante en su obra, que el poeta Paul Valery, solía decir que Morisot vivia su pimtura y pintaba su vida.
Quedó viuda muy joven y, a su muerte, a los 54 años, confía la custodia de su hija Julie a dos buenos amigos: el poeta Mallarmé y el pintor Degas.