Filósofa de ascendencia judía, Hannah Arendt tuvo una esmerada educación. Fué alumna de Heideger, con quien mantuvo una relación amorosa, y se doctoró bajo la dirección de Jaspers.
Con la llegada de Hitler al poder, se exilió en París. En 1937, le retiran la nacionalidad alemana, y en 1940 pasa una semana prisionera en el velódromo de la capital francesa y después, es trasladada a un campo de internamiento, clasificada como extranjera enemiga. Ese mismo año logra huir a Nueva York. En 1951, logra la ciudadanía estadounidense y, paralelamente, comienza a cosechar el reconocimiento profesional.
Las ideas de Hannah Arendt siguen siendo tan molestas hoy, como hace 50 años. Ella sostenía que el mal puede ser obra de gente corriente, de aquellos que renunciar a pensar y se abandonan a la corriente de su tiempo. Una idea que hoy tiene plena vigencia.