Nacida en algún lugar de la costa de Turquía o de las islas cercanas en el año 500, se estableció siendo una niña con su familia en la capital del Imperio Bizantino, Constantinopla. Con apenas 16 años ya era una de las prostitutas más celebres. Su primera pareja fue el gobernador de lo que hoy conocemos como norte de Libia, y hasta allí viaja con él, para regresar a Constantinopla cuatro años después abandonada, maltratada y con una hija.
Cambia radicalmente de vida, se establece como hilandera y conoce a Justiniano, sobrino del Emperador Justino. La Ley les impide casarse, pero Justino la interrumpe el tiempo suficiente para que puedan consagrar su unión. A la muerte del Emperador, le sucede Justiniano. Ella, tiene sólo 27 años pero no se conforma con ocupar el trono: quiere gobernar. Así, intervino directamente en la elaboración del Corpus Juris Civilis para mejorar los derechos de las mujeres del Imperio Bizantino. Introduce el derecho al divorcio, la prohibición del castigo por adulterio, el reconocimiento de los hijos nacidos fuera del matrimonio y la igualdad de éstos ante la Ley, la prohibición de la prostitución forzosa, o la imposición de penas a los violadores.
Muchos de los madatos de Teodora se adelantaron siglos a su época. Sin embargo, los poderes religiosos, patriarcales y políticos que la sucedieron, se encargaron de cambiarlos o borrarlos de la memoria, debido, quizá, a su pasado de prostituta que enamoró al Emperador del Imperio Romano de Oriente (11/02/13).