Himnos en los JJ.OO.: los más escuchados, los sustitutos y los desaparecidos
- El estadounidense es el que más ha sonado en la historia de las olimpiadas
- El himno olímpico se utiliza en casos de conflicto
- Las dos alemanias compartían el Himno de la alegría de Beethoven en los años 50
¿De qué van los JJ.OO.? Deporte, competición, superación. Sí. Y de escuchar himnos. Una vez cada cuatro años zampamos un atracón de ceremonias de entregas de medallas con melodías que solo volveremos a escuchar en alguna competición de fútbol.
En la pagana antigua Grecia, las trompetas citaban a los atletas y los flautistas acompañaban a los pentatletas. Pero en los juegos modernos, creados en plena efervescencia nacionalista, son los himnos nacionales los protagonistas.
Es la paradoja de un evento que lleva por bandera la unión de los continentes, pero en la práctica consagra la competición entre naciones y en el fondo no es más que un reflejo festivo de las desigualdades del mundo. India, el país que en 2022 se convertirá en el más poblado de la Tierra, ha ganado 9 medallas de oro. No en Río: en toda su historia.
Pero como los pódiums no paran, no está de más recordar algunas curiosidades históricas. La tradición de escuchar el himno mientras se iza la bandera comienza en los juegos de París 1924 y, según las reglas actuales, la música no puede sobrepasar los 80 segundos por lo que hay que adaptar una versión olímpica.
EE.UU.: de canción de borrachera a himno patriótico
El Código de los Estados Unidos regula la actitud de un ciudadano estadounidense frente a sus notas si la bandera está presente: en pie, cabeza descubierta, mirando la bandera y mano derecha al corazón.
Sus acordes fueron el contrapunto de dos de los grandes momentos olímpicos: La victoria de Jesse Owens en Berlín 36, y el saludo Black Power de Tommie Smith y John Carlos, en los Juegos Olímpicos de México 68.
Rusia: Un auténtico superviviente olímpico
La música de Aleksander Aleksándrov fue elegida por la Unión Soviética en 1943 para sustituir a La Internacional como himno nacional. Adornó, por tanto, la guerra fría olímpica entre los juegos del 48 y 88. En su versión hardcore, el coro del Ejército Rojo le confería una solemnidad apabullante.
Boris Yeltsin se lo cargó de un plumazo hasta que Putin advirtió que los deportistas rusos de Sidney 2000 no se motivaban con el lánguido himno ruso de los años 90 y recuperó el viejo himno soviético. Solo hubo que tunear la letra y soslayar las referencias a Stalin, el comunismo y la “eterna unión de las nuevas y libres repúblicas”. Un ejemplo de lo imbricado que está sentimiento nacional y deporte.
Beethoven, unificador alemán
En cuestión de música, el gran país de la armonía parte con ventaja. La canción que el austriaco Joseph Haydn compuso para el emperador Francisco II es la base del actual himno alemán que, por vericuetos históricos, se quedó con lo que bien podría servir de himno de Austria.
De acuerdo con el reglamento olímpico, no es necesario que un país elija su himno nacional oficial. Entre 1956 y 1964, las dos alemanias (RDA y RFA), para evitar disputas, compitieron bajo el Himno de la alegría de la 9ª de Beethoven.
Tras la construcción del muro y el recrudecimiento de la Guerra Fría, cada cual con su música. La RDA utilizaba, 'Auferstanden aus Ruinen' (en alemán: Levantada de las ruinas). Dado que la RDA era una potencia olímpica –dopaje de Estado mediante- todavía es uno de los temas que más veces ha sonado en los JJ.OO. Y uno de los mejores.
La biografía de su autor, Hanns Eisler, recorre el siglo XX: comunista en los 30, amigo íntimo de Bertold Brecht, exiliado del nazismo en EE.UU., candidato a los Oscars por sus bandas sonoras, perseguido en la caza de brujas de McCarhty, abrazó la nueva RDA hasta que fue arrinconando por el estado socialista.
El comodín del Himno Olímpico
En el boicot de los EE.UU (y otras 65 naciones) a los JJ.OO. de Moscú 80, quince países optaron por nadar y guardar la ropa. Gran Bretaña y Francia, entre otros, decidieron participar pero no con el 'God save the queen' ni 'La marsellesa', sino bajo el himno olímpico que el griego Spyridon Samaras compuso para los primeros juegos de 1896 y que tan bien ha resistido el paso del tiempo.
En la histórica medalla de Sebastian Coe en los 1.500 metros, los realizadores tenían que buscar la bandera Union Jack en la grada del estadio olímpico de Moscú para que diera la sensación de que había algo británico en la ceremonia.
El himno olímpico es, de hecho, el comodín perfecto en casos de disputa. Fue utilizado en Barcelona 1992, para los restos de la antigua URSS que competían bajo el aséptico nombre de Equipo Unificado.
En Río 16 ya ha acompañado la medalla de oro en la prueba de doble trap de tiro del kuwaití Fehaid Aldeehani, la primera de un atleta que compite como independiente, ya que el Comité Olímpico de Kuwait fue suspendido por el COI en 2015 debido a la aprobación de leyes que permiten la interferencia directa del gobierno en el deporte.
Lo mismo sucedería si algún deportista del Equipo de Refugiados lograra un oro: sería también un bello recordatorio de que, quizá, himnos y países no son tan importantes.