Por David Ramos
Y del bueno. En el autobús de Mourinho no cabía un alfiler, y menos en hora punta, a partir del minuto 28 con la explusión de Motta. El portugués decidió esperar al Barça encerrado atrás desde el principio, sin presionar y cerrando todos los espacios. Una apuesta por aguantar el resultado que a priori parecía demasiado peligrosa, casi un suicidio, ante un equipo como el de Pep Guardiola. Pero con 'Mou' detrás la lógica queda siempre a un lado. Si alquien puede conseguir ese imposible, ése es el luso, un competidor y un ganador nato para el que el fin siempre justifica los medios. Y ganó. Dejó fuera al Barça de la final de Madrid con un argumento muy básico, pero lleno de personalidad. Porque para jugar a despejar balones, para jugar a no jugar, también hay que valer. Hay que renunciar a la vergüenza y al que dirán, mirar a tu rival a la cara y decirle, "sí, te juego así". El 99% de los equipos se hubiesen descompuesto, habrían cometido algún error, y ese es el mérito de 'la trampa' en forma de tela de araña de José Mourinho.
Esteban Cambiasso fue el líder de la contención, es decir, de todo lo que hizo el Inter de Milán. Representó a la perfección la disciplina defensiva del equipo. Excelente en la colocación e inteligente en la anticipación. El argentino estuvo omnipresente, se dejó el alma en cada balón, mandó sobre el campo y supo tapar el hueco dejado por Motta tras su expulsión.
Colocación y concentración sin cometer un solo error. El orden defensivo del Inter fue sobresaliente, con siete hombres metidos atrás muy pegados entre sí antes de la expulsión y hasta ocho tras ella. No concedieron espacios y bascularon al milímetro de banda a banda. Gran trabajo de mentalización y también de sacrificio por parte de Samuel Eto'o, Milito y Sneijder.
Motta volvió a hacer méritos para que Materazzi le designe como su heredero natural. Una vez más, se dejó la cabeza en casa y se buscó una segunda amarilla absurda poniendo su mano en la cara de Busquets. El catalán añadió una dosis de teatro, pero el interista se expulsó solo. Lastró a su equipo, le obligó a encerrarse del todo durante 60', privándole de llegar alguna vez hasta Valdés.
Es posible que el Barça nos tenga demasiado bien acostumbrados, y de ahí que se le exija algo más. Tuvo una posesión aplastante y dominó el partido, pero eso era evidente antes de empezar. Control sin profundidad no sirve de nada. El Barça realizó un juego demasiado plano, en ocasiones lento, espeso. Es cierto que el cerrojo del Inter no concedía espacios y que al esperar tan atrás les dejaban sin capacidad de sorpresa, fundamentalmente por la banda derecha. Alves podía subir y recibir en su banda siempre que quisiera, pero tenía que encarar, porque internarse con un desmarque era imposible. Y ahí estuvo el fallo del Barça, en no saber cómo dejar de ser previsible.
No buscó un dos para uno en banda, no intentó paredes ni sacó del sitio a un solo defensor. Gran culpa de ello la tuvieron Ibrahimovic, más estático que nunca, sin caer a la banda o descargar de espaldas para abrir pasillos (por eso el equipo mejoró con la entrada de Bojan), y Messi, que huyó de Zanetti para irse demasiado abajo a recibir, justo lo que quería el Inter, que el desequilibrante nunca recibiese en carrera. Tuvo una, con un zurdazo colocado que sacó prodigiosamente Julio César, y nada más se supo. Sólo Pedro en la izquierda puso algo de luz al ataque azulgrana. El canario fue la única opción de pase real que tuvo Xavi durante todo el encuentro. Sin contar el gol de Piqué y el tanto anulado a Bojan por mano de Touré, el Barça solamente hizo dos ocasiones claras (la de Messi y un cabezazo de Bojan), un bagaje muy pobre para remotar.
Tan colosal o más que en el partido de ida. Volvió a ser el mejor del Barcelona. En defensa le ganó siempre la partida a Diego Milito, sin dar una sola patada y sin despejar el balón. Sacó el balón jugado con autoridad y de nuevo se convirtió en el más peligroso en ataque. Acabó el partido incrustado arriba como un delantero puro y dio esperanzas al barcelonismo con un golazo de crack. Tras recibir en posición dudosa, sentó con una ruleta a Julio César y a Córdoba y definió a placer con su pierna derecha.
La plantilla del Barça es muy corta y en partidos como éste es donde se nota. Guardiola fue valiente sacando Bojan y Jeffren y el equipo mejoró bastante, pero no lo suficiente. Ninguno de los dos, sobre todo el segundo, tiene aún experiencia suficiente para resolver un partido así.
Lo que pasó al término del encuentro fue para olvidar. El primero, como siempre, fue Mourinho. El portugués empezó el show de la provocación corriendo como un poseso con el dedo en alto por todo el campo. Valdés le recriminó, pero él siguió a lo suyo. Nadie podía robarle ese momento de gloria. 'Mou' no sorprendió a nadie, simplemente cumplió con un guión que continuó luego en rueda de prensa, atribuyéndose el dudoso honor de ser el enemigo público número uno del Bacerlona. "Está claro que acabaré mi carrera sin entrenar al Barça", dijo con su habitual ironía. Lo sorprendente fue lo que hizo el Barça, que para colmo entró al trapo. No se quedó atrás e hizo gala de una antideportividad inusual en el club, abriendo los aspersores en plena celebración de los jugadores del Inter, a los que les importó bastante poco acabar empapados. Una acción de pataleta de niño pequeño, tan ridícula como innecesaria, que daña a la institución y que no acompaña al saber estar que sí demostraron en todo momento los verdaderos protagonistas, que son Pep Guardiola y sus jugadores.
Vídeo con las incidencias al término del partido: la polémica celebración de Mourinho y la puesta en funcionamiento de los aspersores
El análisis del partido por parte de los entrenadores del Inter de Milán y del F.C. Barcelona, José Mourinho y Pep Guardiola