Carta de Dimitris, pinche en Marango's
- Como parte del proceso de construcción de sus personajes, los miembros del reparto de La cocina, en versión de Sergio Peris Mencheta, imaginaron una carta de su personaje. Esta es la de Aitor Beltrán.
29 de agosto
Querido primo, queridísimo:
Sé que ha pasado mucho tiempo desde mi última carta, siento vergüenza, perdonadme queridos. ¿Qué puedo decir? Aquí los días son largos y duros, y muy parecidos, y pasan sin que te des cuenta. Pero créeme que solo con traer vuestras caras a mi cabeza ahora al escribiros, siento una gran alegría y regocijo.
Angelos y yo estamos bien. Yo sigo de pinche de cocina y él en la fábrica de conservas. Se ha puesto gordo y se le ha caído mucho pelo, no te imaginas lo mucho que se empieza a parecer al tío Xalvias, te reirías. Con el pequeño, habrá que esperar, por ahora no mejora. Estoy preocupado, cuando estamos todos juntos, a veces pienso que ni me reconoce. Si le escribís no digas nada de esto, es hijo suyo y no les gusta hablar del problema, ellos hacen como si todo estuviera bien.
Aprendo inglés muy rápido, aunque hay compatriotas también en la cocina, buena gente, aunque un poco revoltosos. Vaya, me doy cuenta de que empiezo a hablar como cuando trabajaba de bedel en la escuela... No me hagas caso, lo escribo para que te rías.
Siempre me preguntas por las chicas inglesas... Te gustarían, Xaris, ya lo creo. Tienen mucho estilo, y son modernas. Les gusta bailar, arreglarse, hablan mucho, se ríen... pero no quieren casarse con un pinche de cocina griego. Bueno, un compañero griego, Nicholas, está casado con una inglesa, pero no es un buen ejemplo. Ellas se ríen conmigo, me dicen que soy muy simpático y muy listo, pero miran a los ingleses, o incluso a los alemanes. No me molesta, también son buena gente, trabajadoras como nosotros. Somos todos pobres, y un pobre es igual aquí que en Nicosia o en la luna. Estamos todos juntos, a veces nos queremos y otras veces nos queremos matar. Y para el que es un poco menos pobre, eres invisible, ya lo sabes, todo el mundo mira para arriba, no para abajo. Perdonadme, primo, ya estoy divagando otra vez más. Ya me conoces, esta cabeza no para nunca.
Sigo conservando el acordeón, por supuesto que sí. De hecho, lo toco más que cuando estaba allí, supongo que porque es más necesario. A la gente le gusta cantar un rato, la música descansa mucho. Y, ¿sabes? Las canciones de la tierra, las danzas y demás, que de niños nos parecían tan aburridas, aquí me gusta mucho tocarlas. Será la edad, ¿verdad? Deberías ver las canas de mi bigote.
Queridos, se me cierran los ojos con el lapiz en la mano. Voy a parar de escribir ya. Recibid un caluroso abrazo de parte de Angelo, Virginia, el pequeño Alexis, y de tu primo que os quiere, Dimitris.