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La noche en que Madrid llevó bombín y se dejó contagiar por el corazón de Sabina

  • El cantante abarrotó el WiZink Center con 15.000 asistentes al concierto
  • Durante más de dos horas, Sabina demostró que es todo un "superviviente"

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Joaquín Sabina en un instante de su concierto en el Wizink Center de Madrid
Joaquín Sabina en un instante de su concierto en el WiZink Center de Madrid.

La noche en que Madrid se vistió de gala y se puso bombín para acudir a su cita con don Joaquín Sabina era miércoles. No uno cualquiera, sino un 21 de junio en el que el solsticio de verano y el Día de la Música coincidían. Y el cumpleaños de Irene, la hija de Pancho Varona, que lleva acompañando al artista en sus conciertos durante más de treinta años. Un Sabina que, por más viejo, no es menos golfo, canalla ni vividor. Un Sabina que parece mantener el corazón amable y tierno intacto ante un público que en menos de un minuto se deja contagiar por la intensidad de su emoción.

Con tanto buen presagio, el eternamente conocido como Palacio de los Deportes de Madrid (ahora WiZink Center) se llenaba a reventar de los más fieles seguidores del cantante, muchos de ellos ataviados, como no podía ser de otra manera, con la camiseta del Atlético de Madrid, además del ya mencionado sombrero.

Por fin, el maestro sale al escenario, dispuesto a demostrar que es todo un “superviviente” pese a sus 68 años. Acompañado de su “familia”, LA banda (sí, con mayúsculas), comienza el show con “Lo niego todo”, título que da nombre al disco con el que Sabina rompe ocho años de sequía tras Vinagre y rosas. El público le quiere, le perdona la tardanza y demuestra sabiéndose al dedillo la letra que si bien la afición de su equipo de fútbol no tiene parangón, la del cantautor tampoco.

Recíprocamente, el cantante no puede evitar mostrar su emoción ante una ciudad bien querida por él, a la que lleva “en el corazón y en la garganta”. “Siempre es emocionante volver a casa”, reconoce el de Úbeda (Jaén), madrileño de sentimiento como bien demuestra en varias de sus canciones.

“Yo me bajo en Atocha” es una de las que suenan. No lo hará, en las más de dos horas que dura el concierto, “Pongamos que hablo de Madrid”, otro canto a la capital madrileña, aunque su ausencia la compensan otros clásicos como “El boulevard de los sueños rotos”, todo un homenaje a la “paloma negra de los excesos” que era Chavela Vargas.

“Superviviente, sí. ¡Maldita sea!”

Pero la primera mitad del concierto está repleta de las canciones de su último disco y suponen toda una demostración de capacidad de seguir haciendo buena música a cualquier edad. “¿Qué estoy haciendo aquí?”, se pregunta enfundado en su traje berenjena. Sigue con un “acabaré como una puta vieja, hablando con mis gatos”, que canta como parte de “Vivir para contarlo”, una oda a la buena, rápida y peligrosa vida para aquellos que no quieren “vivir 100 años”. Y, finalmente y llegados al “núcleo duro” del concierto (que, según él, “a éstas alturas es lo único que nos queda duro”) celebra que es un “Superviviente, sí. Maldita sea”; un clamor que pertenece al tema “Lágrimas de mármol”.

Esta última canción, un grito a la vida, la canta precisamente con uno de sus mejores acompañantes en la misma: Pancho Varona, quien no le ha “dejado sólo en el escenario” y de quien espera que “nunca lo haga”. Y es, precisamente Varona, el privilegiado que interpreta, rodeado del cariño del público, uno de los temas más coreados de la noche: “La del pirata cojo”.

“Hace treinta años, ¡maldita sea! tocábamos en la plaza de toros de Barcelona. Algunas de mis canciones favoritas las he escrito con él”, añadía el diestro musical. Ya que Varona, junto con Jaime Asúa, Antonio García de Diego, Laura Gómez y Mara Barros son su “verdadera familia”. Especial mención merece Mara, por una soberbia y terriblemente sensual interpretación de temas como “Hace tiempo que no” (dedicada a su amistad con Gabriel García Márquez) y una aflamencada versión de “Y sin embargo, te quiero”, de Concha Piquer, que está incluida en el disco Nos sobran los motivos, de 2010.

Y tiempo tiene Sabina para recordar a otros añorados amigos como Javier Krahe, que le enseñó a tocar la turuta, instrumento que incluye en su interpretación de “No tan deprisa”. También para recordar lo que supusieron aquellas giras por Latinoamérica “para un chaval muy provinciano” como él, con el regreso a la patria cargado de maletas con la esencia para componer nuevas canciones como “Postdata”, una canción que tiene que ver con “un bailongo mexicano”.

Un golfo tierno

Pero no hace falta irse tan lejos para empaparse e impregnar el ambiente de emoción, tocar la fibra sensible de los 15.000 asistentes que se fijan en el brillar especial de sus ojos y cantar con voz rota pero enternecedora “Una canción para la Magdalena”, capaz de erizar los cabellos incluso hasta al espectador de la última fila.

Con este arrollo de sensaciones sigue con “Y sin embargo” (hay que ser golfo con elegancia para hacer de una constante infidelidad algo tan bello) y con “19 días y 500 noches”.

Asúa toma poder poco a poco en el escenario para seguir con otros temas míticos, como “Seis de la mañana” y “Y nos dieron las diez”. A pesar de haber interpretado, en más de dos horas, muchas canciones más de las aquí mencionadas, y de concluir con la mítica “Princesa”, no pareció ser suficiente cuando, por primera vez, los músicos salieron del escenario. El público, en un alarde de ingenio, comenzó a gritar “Eh, Sabina, así no se termina”, mientras que un descolgado de las primeras filas elevaba su voz con “¡Sabina es el copón”!

Así que, como no podía ser de otra forma, la banda y su líder salieron de nuevo al escenario cantándole a una “colchonera de ojos tristes” que no quiere “un amor civilizado”. “Lo que quiero es que mueras por mí”. Morir, y no “vivir cien años”, como la canción.

Pero el concierto tampoco podía durar cien años. Había que ponerle la guinda a un encuentro inmejorable y, para ello, las voces en el escenario se sumaron al coro, entre risas, de la “Canción de los (buenos) borrachos”, esos que “de madrugada vuelven al hogar”. Y así, puestos ya en el día siguiente, un día no tan especial, el público volvió a la tierra y se despidió una vez más, aunque no definitivamente, de un Grande con mayúsculas de la música y la poesía española. Que sigas sobreviviendo muchos años más, don Joaquín.