John McCain: la batalla final de un republicano de armas tomar
- El héroe de la guerra de Vietnam aspira a la presidencia de EE.UU. con 72 años
- Tras 26 años en el Capitolio, se convertiría en el más viejo en llegar a la Casa Blanca
- En el 2000 disputó a Bush la candidatura republicana en una dura campaña
- En el partido recelan de él porque va por libre, aunque es fiel en los grandes temas
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Si John McCain gana el 4 de noviembre, batirá un récord guiness. No porque su suegro sea el rey de la cerveza de Arizona, sino porque se convertirá en el candidato más viejo que accede a la Casa Blanca oor primera vez.
72 años repartidos entre el Ejército y la política
Al Ejército llegó por tradición o por vocación, no en vano su padre y su abuelo fueron almirantes. Con 24 años, McCain ya era piloto de cazabombarderos y con 30 combatió en Vietnam. Su avión fue derribado, el Vietcong le hizo prisionero y le torturó. Su cautiverio duró cinco años. Le gusta decir que aquella etapa forjó su carácter y afianzó su profunda fe religiosa. Naturalista y poco practicante. Cuando le liberaron, afirmó: "No quiero vivir siendo sólo un prisionero de guerra". Sin embargo, en esta campaña, no ha dudado en exhibir sus cicatrices.
Su compromiso con el Ejército acabó casi al mismo tiempo que su primer matrimonio. En 1981 se retiró de la Armada como capitán y puso fin a su unión de 15 años con la modelo Carol. Un año después se casaba con Cindy, su actual esposa.
En la década de los 80, McCain salta al ruedo político. En el 82 es elegido miembro de la Cámara Representantes y de ahí pasa al Senado. Lleva 26 años en Washington que le han permitido conocer bien los entresijos del Capitolio; quizá por ello defiende, ahora, un cambio en la manera de hacer política. La pega es que lleva más de un cuarto de siglo formando parte del sistema que ahora critica.
Enfrentado con Bush
En el 2000 se produce el primer asalto de McCain a la Casa Blanca. Decide concurrir a las primarias pero el aparato republicano, que nunca se ha fiado demasiado del héroe de guerra, lo borra del mapa a las primeras de cambio. Una campaña en la que no falta el dinero, el juego sucio y los falsos rumores. Desde entonces, Bush y McCain apenas se hablan.
Su tozudez, herencia de sus antepasados irlandeses y escoceses, ha doblado el brazo a los más ortodoxos de su partido. No le ha resultado fácil ganarse la confianza de los suyos. Le consideran un maverick, uno que va por libre, un disidente escorado al centro.
Sin embargo, nunca se ha desmarcado de la línea oficial en las grandes cuestiones: ha votado a favor de la guerra de Irak, como Bush; ha defendido el liberalismo a ultranza, como Bush; y es partidario de más prospecciones petrolíferas, como Bush. Pero también es cierto que ha criticado las torturas a prisioneros en Abu Ghraib y que ve con buenos ojos la concesión -paulatina- de la nacionalidad a los inmigrantes irregulares.
La oportunidad final
Su mejor golpe de efecto en la campaña ha sido colocar a Sarah Palin como candidata a la vicepresidencia. La gobernadora de Alaska es un pata negra de los valores republicanos. La jugada ha exorcizado los miedos, ha galvanizado las esencias más conservadoras y ha permitido repuntar en los sondeos.
Sin embargo, el efecto Palin se ha disuelto en menos de un mes con la crisis financiera. McCain tendrá que exprimir la experiencia política que todo el mundo le atribuye y correr riesgos. No juega en la misma liga retórica que Obama pero se defiende mejor en el cuerpo a cuerpo. Utiliza frases cortas y lenguaje coloquial para abroncar al adversario. La pega: su mal genio y su impaciencia, que le han puesto en más de un aprieto.
Es el último asalto, quizá su última baza política, y una oportunidad para demostrar a sus antepasados almirantes que él puede ser el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos.