La Comisión Europea no es lo que era
- El Europarlamento respalda la Comisión de Barroso con 488 votos a favor
- La nueva Comisión se enfrenta a una doble crisis: económica e institucional
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El Parlamento Europeo ha dado su visto bueno al segundo colegio de comisarios presidido por José Manuel Durao Barroso. La nueva Comisión se enfrenta a una dobla crisis: la económica y la crisis de identidad que arrastra la institución.
En la compleja arquitectura institucional de la UE, la Comisión representa el interés común europeo. Su función es impulsar la integración de los países europeos, oponiéndose al interés particular que cada estado miembro defiende en el Consejo.
Pero ese liderazgo se ha desdibujado durante la primera legislatura del político portugués. Obsesionado por no irritar a las capitales, Barroso permitió muy pocas propuestas a sus comisarios, adoptó un perfil bajo, y cedió el protagonismo a los líderes nacionales, en particular, al revivido eje Sarkozy-Merkel.
Todo apunta a que el declive de la Comisión se agravará con el nuevo Tratado de Lisboa y la instauración de una presidencia permanente del Consejo Europeo, ocupada por el belga Herman Van Rompuy.
Inevitablemente, su figura va a solaparse con la de Barroso, lo que acentuará la sensación de que la Unión tiende a ser una organización intergubernamental donde las instituciones comunes ¿Comisión y Parlamento- representan un papel secundario.
Pero los problemas de la Comisión no se quedan ahí. El hecho de que se haya mantenido la regla de un comisario por país tras la ampliación de la Unión Europea, le condena a tener una dimensión monstruosa -26 comisarios- y alejado de cualquier principio de racionalidad en el trabajo.
Barrosa ha tenido que inventarse varias carteras
Como en la primera legislatura, Barroso ha debido inventarse carteras: hay una de Desarrollo y otra de Ayuda Humanitaria; Medio Ambiente, Cambio Climático, y Energía son tres competencias distintas; habrá una comisaria de la Agenda Digital.
En estas circunstancias, ni los eurócratas más optimistas se atreven ya a comparar la Comisión con un embrión de gobierno federal europeo. La tendencia apunta más bien a una secretaría general, que prepara informes y opera al servicio de los gobiernos nacionales.
Pese a ello, el edificio Berlaymont ¿histórica y accidentada sede de la Comisión- sigue albergando algunos de los despachos más influyentes de Europa. Un español, Joaquín Almunia, se encargará de la Política de Competencia, la más respetada ¿y temida- de las áreas de actuación comunitarias, encargada de examinar ayudas de estado y de combatir cárteles y monopolios.
Actuará en coordinación con el gaullista francés Michel Barnier, responsable del combatir el proteccionismo de los estados miembros desde la Dirección General de Mercado Interior. Del Comercio Exterior, otra competencia comunitarizada, se encargará el laborioso belga Karel de Gucht.
Aunque menguantes, la Política Agrícola Común ¿en manos del rumano Dalian Ciolos - y la Política Regional ¿del austriaco Johannes Han-, siguen teniendo presupuestos considerables.
La gran incógnita es cuál será el alcance de la nueva supercartera que aúna las funciones del antiguo Alto Representante de la Política Exterior, y la del comisario europeo de Relaciones Exteriores. Su titular, la británica Catherin Ashton, deberá sobreponerse a un comienzo titubeante.