¿Es Cannes siempre el mejor de los sueños posibles?
- Sin duda que uno de los triunfadores será Kaurismaki
- Lo único que no tiene Cannes es público
Arranca una nueva edición del mejor festival de cine del mundo, y lo es porque en su selección siempre están los autores más importantes del año, lo es porque Cannes marca tendencia y porque es el festival que bate todos los récords de prensa acreditada y el que disfruta de un mayor número de invitados.
Son muchas las tribus que pululan por La Croisette en estos días: los críticos de mayor prestigio de cada país, los autores que rondan el certificado de la fundación, los privilegiados que presentan película, productores, exhibidores, distribuidores de todos los continentes programadores y directores de festivales de cine y los excelentísimos señores miembros de los diferentes jurados de un festival que se sabe alta aristocracia y que la ejerce desde una monarquía inapelable: Cannes es Cannes y lo demás son tonterías.
Este año el amo es Robert De Niro, preside por segunda vez en su carrera el jurado de la sección oficial y les aseguro que nadie tendrá más prerrogativas que este taxista neoyorkino, nadie más privilegios y nadie tendrá mayor sensación de poder celestial que este productor, actor, director y jefe del Tribeca Festival. Quien lo diría que este adolescente rebelde y habitual de los correccionales de la ciudad volara más alto que ningún quebrantahuesos europeo.
Cannes es Cannes, que obviedad, y Pusan y Oporto y Cluj y Valladolid y cien mil más pero sólo Cannes sabe hacer la aleación ideal: el mejor cine internacional, la alfombra roja más glamourosa del mundo, las fiestas en los yates anclados en la bahia de la Costa Azul y a la vez recibir a los cien mil hijos de San Luis que sueñan con escribir en Cahier, en Positif, en Le Monde, etc, etc.
Kaurismaki, posible triunfador
Este año debo leer las crónicas que vengan de Cannes desde el aroma profundo de las jaras de la sierra madrileña, debo intuir a Naomi Kawase desde una pequeña buhardilla por donde se cuela a veces un petirrojo que anidó esto último invierno junto a la chimenea y no tengo ninguna duda que este año uno de los grandes triunfadores será el realizador finlandés Aki Kaurismaki que presenta a concurso Le Havre, la historia de un limpiabota, de un lustrador de zapatos. Inimaginable personaje para un telediario de cualquier televisión europea. Creo en el cine de Kaurismaki, creo en su universo, en sus hombres pequeños y en sus historias grandes. Kaurimaki en Cannes. Espero que Marco Arrocha y su amado escudero Busky puedan encontrarle en la barra del Martínez, con la palma de oro en el bolsillo de la chaqueta mientras apura un blanco de los volcanes.
Ya creo menos en Woody Allen, entre Oviedo, Barcelona. Londres y París me parece que echo de menos las crónicas urbanas de un obsesivo por la gran manzana. (De todas formas me acercaré este finde a ver la peli con la que inaugura este festival hablamos).
Espero un golpe de Nani Moretti (Habemus Papam) que convierte a Michel Piccoli en el Papa de los nuevos tiempos. Me emociona siempre Pedro Almodóvar y la noche de su estreno tendré el móvil abierto para que Ana y Vicenç me digan que sí, que La piel que habito emociona, hace temblar, tiritar a quienes pensamos, efectivamente, que el cuerpo es frontera, raya entre el alma y el acto.
Qué envidia sana de todos mis colegas de la sala de prensa de La Croisette, que disfrutarán con el cine de Terrence Malick, de Paolo Sorrentino que me flipa su sentido del humor pero si hay una película que espero que José Luis Rebordinos traiga para el Donosti 2011 es la última de una princesita japonesa, Naomi Kawase, Hanezu No Tsuki.
La fiesta del cine
Ay Cannes, el cine del año nuevo, el cine de los Hermanos Dardenne, el cine de Corea, el cine de Kim Ki Duck, el cine de Nuri Bilge Ceilán, el cine de Anatolia y el ambientillo de los sótanos de La Croissette, por donde pululan las films comissión de medio mundo, por donde te enteras y ves películas que nunca pillarán los colegas de los cines españoles.
Cannes 2011, una fiesta del cine, una borrachera marathoniana donde los buenos periodistas y cronistas llegan al final con varios kilos de menos, con diez días sin apenas comer, con los portátiles en las rodillas entre las butacas de la salle Bazin, la sala de La Quincena o el auditorio de Un certain regarde donde este año se verá muchísimo a Emir Kusturica ya que él presidirá este jurado.
Lean las crónicas de los enviados especiales a Cannes, no suelen tener desperdicio, cada uno de ellos con su mirada propia, con sus gustos y con sus credos, lo mismo que el cine, lo mismísimo.
Lo único que no tiene Cannes es público, el poderoso festival es un festival profesional del cine, para los profesionales, el público suele esperar en la puerta mendigando, solicitando, pidiendo una invitación. Así es Cannes, con las colas y con la alfombra, con los barcos millonarios y las poderosas limousinas pero, sobre todo, con la afición. Los grandes aficionados no pierden detalle de cuánto acontece, sobre todo, en la gran pantalla ya que el resto es papel couché, industria de mitos y leyendas que construyen los dineros sobre los que se asienta esta maldito y hemosísimo vicio.