Montgomery Clift, 45 años de la muerte del mito sensible de Hollywood
- Encarnó un tipo de belleza meláncolica y vulnerable
- Protagonizó clásicos como Río Rojo, Un lugar en el sol o Yo confieso
- Su vida quedó marcada por el accidente de coche que le desfiguró
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Nació en Omaha (Nebraska), la misma ciudad en la que nació Marlon Brando, el que después sería su mayor rival profesional durante sus años dorados en Hollywood. Aunque temperamentales y grandes actores, eran prácticamente antagónicos: Brando, machote y bravucón; Clift, atormentado e introvertido.
La madre de Clift, Ethel, que fue adoptada, descubrió que descendía de una familia de aristócratas del sur, entre los que se contaban destacados políticos y generales de la Guerra de Secesión. Luchó toda su vida por restablecer su estatus y el de sus hijos. A ellos les educó al modo aristocrático de la época: viajes a Europa con tutores privados que les instruyeron en sus estancias en el viejo continente. El padre de Clift era un exitoso ‘brocker’. Con el crack del 29, la familia tuvo que adoptar un estilo de vida más modesto.
Se mudaron a Florida, donde Clift se unió a una compañía local de jóvenes actores de teatro. Contaba entonces con 13 años. Durante este tiempo, su madre pudo apreciar las dotes interpretativas de su hijo y le animó a mejorar en el teatro. Con sólo 17 años, una vez instalado en Manhattan, Clift tenía ya el status de estrella de Broadway. Su madre continuó asesorando a su hijo cuando éste ya era un adulto. Desde su infancia, ella había orquestado su vida, y siguió haciéndolo durante mucho tiempo. Le proporcionó una educación impecable y un estilo y clase que pocos actores tuvieron. No obstante, el control de su madre devino en una obsesión que, según parece, influyó en los complejos problemas mentales que tuvo más adelante.
Durante los tres años siguientes, Clift actuó en varias obras teatrales. En este tiempo, varios productores hollywoodienses trataron sin éxito de convencerle para que diera el salto a la gran pantalla.
La belleza melancólica
Tras varias tentativas, United Artists consiguió (aceptando todas las condiciones que el actor imponía) que Clift actuara en una de sus películas: Río Rojo (1948), dirigida por Howard Hawks y protagonizada por John Wayne. La película ha pasado a la historia como uno de los mejores western de la historia. Ese mismo año, se estrenó Los ángeles perdidos, de Fred Zinneman, en la que Clift interpretaba a un joven soldado. Fue nombrado por la revista Life como "el soltero más codiciado de E.E.U.U".
A partir de entonces, la carrera cinematográfica de Clift despegó vertiginosamente. El físico de Clift distaba bastante de los cánones masculinos que se estilaban por entonces en Hollywood. Su mirada melancólica, su aspecto vulnerable y su sensibilidad crearon un nuevo tipo de belleza y atractivo masculino cuyo testigo tomarían actores otros actores del método como James Dean o Paul Newman.
Pese a su enorme éxito, que acaparó portadas y que volvió locas a miles de fans, Clift trató siempre de mantenerse un tanto al margen del ambiente mediático-festivo del Hollywood de entonces. De hecho, mantuvo su residencia en Nueva York y, siempre que dispuso de tiempo entre rodajes, viajó a Europa acompañado por amigos.
Accidente y autodestrucción
Después de La Heredera (William Wyler, 1949), comenzó a trabajar con la que sería una de sus mejores amigas durante toda su vida: Elizabeth Taylor. Juntos protagonizaron Un lugar en el sol (1951), El árbol de la vida (1957) y De repente el último verano (1959). En 1952, Alfred Hitchcock le contrató para protagonizar su película Yo confieso. A pesar de que se dice que la relación entre ambos no fue muy buena, el director quedó deslumbrado por el método de Clift y por su forma de abordar al personaje que encarnaba en la película (un sacerdote que, por conservar su integridad conservando un importante secreto de confesión, termina siendo acusado de asesinato).
El 12 de mayo de 1955 Montgomery Clift se despidió de una fiesta en casa de su amiga Liz Taylor. Su coche sólo recorrió unos pocos kilometros. En mitad de la niebla se empotró contra un poste. El coche quedó drestrozado mientras Clift agonizaba. Su destino parecía imitar el de James Dean, otro bello atromentado, fallecido en las mismas circunstancias un año antes. Pero, avisada del suceso, su amiga Liz Taylor, se abrió paso entre el revoltijo de hierros que era el coche de su amigo. Clift se estaba ahogando con unos dientes que se habían clavado en su garganta. Taylor los extrajo manualmente, salvándole la vida.
El accidente le causó lisis facial y el actor tuvo que ser sometido a la cirugía plástica para recuperar su bello rostro. Traumatizado por lo que pudieran decir sobre sus secuelas físicas, terminó de rodar El árbol de la vida como pudo. No fue nunca más el mismo. Su vida entró en una espiral de alcohol y drogas de la que no saldría (en su carterita negra llegó a llevar 200 tipos de pastillas diferentes para enfrentarse a sus penas y dolencias).
A partir de entonces, Taylor fue casi el único apoyo con el que contó. La actriz, además de amiga incondicional, utilizó sus contactos para conseguir papeles a su amigo cuando ningún director quería ya contar con él. Liz Taylor, que reconoció que Clift se le insinuó en alguna ocasión, quiso casarse con él, pero pronto asumió que su amigo prefería a los hombres. La sexualidad de Clift fue otra de las causantes de sus tormentos (parece que no terminaba de aceptar su homosexualidad y que incluso se castigaba por ello).
El actor aún pudo rodar títulos clásicos como: El baile de los malditos (1958 ) de la que el actor se sentía especialmente orgulloso y Los juicios de Nuremberg (Stanley Kramer, 1961), en la que aparecía durante unos escasos -pero memorables- 10 minutos.
Los rodajes cada vez eran más arduos: el actor llegaba tarde, no conseguía memorizar sus frases y su carácter cada vez se tornaba más difícil. Algo parecido le pasaba a Marilyn Monroe, con la que rodó Vidas rebeldes, de John Houston, en 1961. El proceso de autodestrucción de Clift concluyó el 23 de julio de 1966, cuando fue hallado muerto en su apartamento por una oclusión de la arteria coronaria.
El actor dejó tras de sí interpretaciones que han hecho historia y, más allá del mito y la leyenda, una profunda e inquisitiva mirada que cautivó y sigue cautivando a millones de espectadores. Se barajan muchas hipótesis sobre cuáles fueron las verdaderas causas de su caída; no obstante, como él dijo en una ocasión: "No soy raro, sólo estoy intentando ser un actor; no una estrella, un actor".