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'De cuerpo presente', un libro que narra la vida y anécdotas de 13 sepultureros españoles

  • Jesús Pozo propone un viaje por los casos más curiosos de la España funeraria
  • Un sepulturero escritor, una mujer pionera o un monje, algunos ejemplos

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Paco Belmonte, sepulturero del madrileño cementerio de San Justo
Paco Belmonte, sepulturero del madrileño cementerio de San Justo

Ficha técnicaFicha técnica

Título: De cuerpo presente

Subtítulo: Vida, anécdotas y curiosidades de 13 sepultureros

Autor: Jesús Pozo

Colección: Fuera de colección

Páginas: 264

Fecha de publicación: 11 de octubre de 2011

“Hace años venía una señora todos los días, dos veces, por la mañana y por la tarde. Daba igual el tiempo que hiciese. Si hacía sol, se quedaba ahí… y si llovía también”. Así comienza el relato de una de las rutinas de trabajo de Pedro Cruz Solé, un curtido sepulturero-con más de 30 años de servicio a la espalda- del cementerio de Sant Pau i Santa Tecla (Tarragona), al que le entristece que “cada vez se lleven menos flores naturales a los fallecidos”.

El periodista y fotógrafo Jesús Pozo se ha encargado de perfilar el retrato de 13 sepultureros españoles-ahuyentando los malos augurios supersticiosos- en su libro De cuerpo presente. Vida, anécdotas y curiosidades de 13 sepultureros (La Esfera de los Libros), en un intento de sacar a la luz “un gremio ignorado”.

Ya lo afirma la periodista Nieves Concostrina, creadora de la sección de RNE “Polvo eres”, sobre historia funeraria, en su excelente prólogo: “Si alguna vez un enterrador intenta darles lecciones de vida, háganles caso (…) porque ellos saben lo que se cuece aquí y allá”.

Muchos han llegado a la profesión en busca de la estabilidad laboral

Esa ha sido la labor del autor que ha recogido huyendo de los tópicos, las “historias de camposantos” de estos hombres y mujeres, que muchas veces por tradición familiar y otras por conseguir la ansiada estabilidad laboral han terminado faenando entre lápidas.

Sea como fuere, todos los entrevistados por Pozo coinciden en un aspecto: han acabado amando profundamente su profesión, a pesar de los ratos más duros, y no la cambiarían por nada.

La historia del sepulturero escritor

Entre los casos más curiosos destaca el de Paco Belmonte, enterrador y escritor, que ejerce en el madrileño cementerio de San Justo. Belmonte lleva en la sangre la vocación y recuerda como ya de pequeño primero su abuelo y después su padre, se lo llevaban para que aprendiera “a sacarle brillo a los panteones”.

Ahora, desarrolla su labor de autor-ya tiene en su haber varios libros sobre tradiciones fúnebres- en su “peculiar ambiente de trabajo”. “Escribo en el cementerio porque en mi casa no puedo. Escribo entre muerto y muerto. Enciendo un par de velas y me pongo a escribir como un condenado”, relata en un episodio, para a continuación narrar con soltura, “como un día al cavar una tumba encontraron un obús de la Guerra Civil, y tuvieron que llamar a los artificieros”.

Belmonte, al igual que otros de los trabajadores que aparecen en el libro, destaca el esplendor de los panteones de las familias gitanas, que muchas veces invierten buena parte de sus ahorros en mantenerlos. Como afirmó Juan de Dios Ramírez Heredia, único gitano español que fue diputado en el Congreso: “El culto a los muertos indica la creencia en la inmortalidad del alma y la fe en una vida futura”.

Una situación que contrasta con la de las actuales concesiones administrativas de los nichos. Según se recoge en De cuerpo presente, caduca el alquiler, debido a la crisis las familias no pagan, y los restos acaban siendo “desalojados”.

Enterradores “especiales”

Otro sepulturero singular es Fray Tobías, de 86 años, miembro de los Hermanos Fossores de la Misericordia en Guadix (Granada). Una orden religiosa heredera de los antiguos constructores de catacumbas.

La orden, cuya finalidad oficial es la dedicación absoluta a las actividades en los cementerios, se encuentra en horas bajas por la ausencia de vocaciones- algo que fray Tobías lamenta profundamente-.

El padre capuchino, desde la atalaya de la experiencia, expone su disconformidad sobre el devenir de la vida moderna, en la que se aparta a los niños de los cementerios, “del sentimiento y del lloro, como si no existiera”.

Memento mori (Recuerda que has de morir) es el lema que mantienen grabado a fuego desde hace siglos, estos monjes.

Otros enterradores entrevistados, también coinciden en destacar la peligrosidad de su labor: “Hay muchos riesgos, desde que se te caiga encima una pieza de mármol, a que se te desplome un jarrón de cristal mal puesto en un nicho y acabes cortándote”, explica Manuel Aguilar, jefe de los enterradores de Elche (Alicante), que llegó al cargo por oposición.

Los enterradores destacan la peligrosidad de su labor

Las historias también dejan paso a un lienzo de la vida funeraria en la España rural (En nuestro país hay 17.700 cementerios. Más de las mitad municipales). Casimiro Rodríguez trabaja como enterrador autónomo en pequeñas aldeas de la Costa da Morte gallega.

Poblaciones dispersas, todas con su cementerio, pero debido a la baja mortalidad no tienen personal fijo para mantenerlo. La solución: el profesional autónomo, una fórmula poco habitual fuera de Galicia, que pasa de generación en generación. “A mí me paga la familia. Hay un trato directo en la cuestión económica, (…) y el trabajo lo organiza siempre el cura. Ahí no mando nada”, afirma Rodríguez.

Los sepultureros, que muchas veces ejercen de psicólogos con los familiares, reconocen que “el peor trago” siempre es la muerte de jóvenes y niños. Asimismo, dejan un resquicio a la ironía para comentar como en muchos cementerios “viudos y viudas se han conocido y han rehecho sus vidas”.

Pedro Cruz Solé, el veterano profesional de Tarragona, aprecia un cierto relajo en las costumbres, “La gente que viene detrás no sigue la tradición del Día de Difuntos. Hace años, había momentos en que se colapsaba la puerta principal y se cortaba la carretera de acceso. Esto no pasa desde hace unos cuatro años”, asegura.

El cementerio “verde”

Mariano Benito es el enterrador jefe del Cementerio Jardín de Alcalá de Henares. Un lugar pionero e innovador en muchos aspectos. Fue de los primeros en integrar el tanatorio y los duelos y en la investigación del uso de productos ecológicos en las inhumaciones.

Ostenta el récord de ser el primero de España en superar las incineraciones a los enterramientos. Un camposanto “verde” con aspecto de parque, “viene hasta gente a hacerse los reportajes de fotos de boda”- cuenta en el libro un orgulloso Benito- en el que la arquitectura como lugar poderoso para afrontar las preguntas esenciales de la existencia, cobra un papel fundamental. Un lugar más anglosajón, que poco a poco, se va imponiendo a la imagen tradicional de muros cerrados y puertas de rejas.

El trabajador tampoco esquiva las anécdotas al ser preguntado. Cuenta como muchos de los fallecidos quieren “viajar al más allá” con sus objetos más preciados. “Muchos con cajetillas de tabaco, y también con botellas de vino”, explica, y desmonta mitos al afirmar que “aquí sí hay enterrados chinos, aunque no muchos”.

El enterrador jefe de la ciudad alcalaína hace gala de una particular filosofía pragmática sobre “el final”. Aunque no le importaría pasar a la eternidad en su lugar de trabajo, ya tiene escogido un sitio mejor: “quiero que me incineren porque creo que es mejor que un entierro. Aparte de ocupar menos espacio, es menos costoso. (…) Luego que esparzan mis cenizas en Denia, dónde voy a pescar”, 16 años de experiencia profesional le avalan.