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El violinista David Garrett convierte a Bach y Beethoven en rockeros en 'Rock symphonies'

  • Incluye también arreglos de temas de Nirvana o Paul McCartney
  • Es su décimo álbum y lo considera 'un buen CD de crossover'
  • Considerado por el Guiness 'el violinista más rápido del mundo'

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En la portada de su último disco, Rock Symphonies, David Garrett, posa cogiendo el violín como si fuera un hacha, americana abierta mostrando el pecho, anillos y grueso collar de plata. Posa como un modelo al que le hubieran dicho: “actitud agresiva…pero no tanto”.

Posa como un modelo porque lo es, o lo fue. Pero también un violinista y de los más virtuosos. Aprendió de los mejores, como Ida Haendel o Itzak Perlman y en las mejores escuelas como la prestigiosa Julliard School, aunque luego eligiera sus propio camino alejándose del convencionalismo no sólo estético de los santuarios de la música culta.

Tiene 32 años, nació en Aquisgrán en 1980. Y como esta portada y su propia música, su vida está hecha de interesantes contradicciones desde el principio. Opuestos que se atraen y se mezclan. Su padre, jurista y alemán; su madre, estadounidense y bailarina.

Escuchando cualquiera de los cortes de este último disco –donde nos ofrece sus arreglos rockeros de clásicos como Bach, Vivaldi o Albéniz o versiones de temas de Nirvana- queda claro que Garrett es un músico más que hábil. Él mismo afirma sin complejos, en su página web, en referencia a este álbum que “para grabar un buen CD de crossover tienes que ser un violinista de primera línea”

Todas esas melodías de su décimo disco comienzan como son originalmente para convertirse en una descarga de rock duro, merced a su propio instrumento, la guitarra eléctrica de Orianthi o la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de Praga que interviene en todos los cortes

En el capítulo de anécdotas y curiosidades, hay que recordar que el Libro Guiness de los Records le señala como el violinista más rápido del planeta. La hazaña se registró en el programa televisivo británico Blue Peter, donde le tocó interpretar el El vuelo del moscardón de Nikolai Rimski-Korsakov con la mayor velocidad posible, sin fallos y de modo que fuera reconocible la melodía. Llegó a hacerlo en tan solo 65, 26 segundos, es decir tocando más de trece notas por segundo.