7 de julio... ¡San Fermín!
- Una feria comercial medieval se encuentra en el origen de la tradición
- Los mozos aprovechaban el paso del ganado de madrugada para correr
- No fue hasta 1591 cuando el día del copatrón de Navarra se trasladó al 7 de julio
- Fue en 1867 cuando se dictaron las primeras ordenanzas reguladoras
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La imagen de una manada de toros abriéndose paso por las calles de Pamplona entre un montón de mozos cargados de adrenalina es una de las más conocidas de España en el exterior. A ello ha contribuido no poco el escritor estadounidense Ernest Hemingway, principal propagandista de los Sanfermines más allá de nuestras fronteras. Todos conocemos estos célebres encierros, pero son muchos menos los que saben de dónde proviene tradición tan singular.
Las fiestas que cada 6 de julio se abren en Pamplona con el tradicional chupinazo, y que convierten a la capital navarra durante 9 días en un abigarrado mosaico de gentes procedentes de toda España y de medio mundo, hunden sus raíces en tiempos medievales. Sus orígenes se encuentran en una feria comercial, cuya existencia parece remontarse a principios del siglo XIII.
A esta feria, que coincidía con el comienzo del verano (fiestas de San Juan), asistían comerciantes de ganado con sus animales. Los mozos aprovechaban el paso del ganado por las calles, durante la madrugada, para protagonizar emocionantes carreras que terminarían por integrarse en los actos festivos.
Cada 25 de septiembre, por otra parte, los pamploneses honraban a uno de los copatrones de Navarra: San Fermín (el otro es San Francisco Javier). Y es que el patrón de Pamplona no es San Fermín, como mucha gente cree erróneamente, sino San Saturnino de Tolosa (actual Toulouse), cuya festividad cae el 29 de noviembre. Este último tuvo el honor de bautizar en el siglo III a los primeros cristianos de Pamplona, entre ellos al propio San Fermín, convertido en primer obispo de la ciudad.
1591: el primer 7 de julio festivo
A principios del otoño, coincidiendo con la antigua fecha de celebración de San Fermín, también había feria y fiesta. No fue hasta 1591 cuando el día del copatrón de Navarra se trasladó al 7 de julio, empalmando con la ya mencionada feria de principios del estío. Detrás de este cambio estaba el deseo de los pamploneses de disfrutar de sus fiestas en mejores condiciones meteorológicas: era más improbable que lloviese en julio que en septiembre. Actualmente se siguen celebrando en este último mes, en un ambiente mucho menos multitudinario, los llamados Sanfermines chicos.
El programa festivo de 1591, organizado por el Regimiento (antiguo ayuntamiento), constaba de un pregón, un torneo con lanzas en la plaza del Castillo, una representación teatral, danzas y una procesión. Y, como colofón, una corrida de toros.
Lo cierto es que, durante siglos, los encierros no tuvieron carácter oficial: se trataba más bien de una travesura más o menos consentida por las autoridades. Fue en 1867 cuando se dictaron las primeras ordenanzas reguladoras del encierro, un nombre que comenzó a utilizarse en 1856 en sustitución del tradicional de 'entrada'. En esa misma fecha se adoptó el actual itinerario de casi 850 metros, que conduce hasta la plaza de toros entonces recién estrenada.
Hemingway internacionaliza la fiesta
En los años 50 del pasado siglo, los Sanfermines dieron el salto internacional gracias sobre todo a la inestimable promoción de Hemingway. Franceses, alemanes y estadounidenses se cuentan entre los primeros extranjeros llegados a la ciudad para fundirse en la fiesta con los nativos. Siguiendo la estela de Hemingway llegarían a la capital navarra para conocer sus encierros personajes de la talla de Orson Welles, Ava Gardner o Arthur Miller.
La rutina de los Sanfermines tradicionales se iniciaba con la reunión del pueblo cada 6 de julio en la Plaza Consistorial, desde donde la multitud acompañaba a las autoridades municipales a la iglesia de San Lorenzo. En la capilla de San Fermín de este templo se celebraba la misa de vísperas. Tras el acto religioso, los asistentes volvían al Ayuntamiento. Los bailes en la plaza del Castillo, las corridas de toros y, por supuesto, los encierros eran los componentes de la fiesta.
A ella se ha sumado en décadas recientes un nuevo rito: el "salto del guiri", protagonizado sobre todo por extranjeros (muchos de ellos australianos y neozelandeses). Esta práctica, que no cuenta con las simpatías de los nativos y conocedores de la fiesta, consiste en saltar desde lo alto de la fuente de Navarrería para ser recogido en volandas (o quizá estrellarse contra el suelo) por quienes se hallan al pie del monumento. En los últimos años no ha habido "salto del guiri" porque el Ayuntamiento ha ordenado desmontar durante las fiestas la parte de arriba de la fuente.
Balance mortal
Pese al claro peligro que entraña correr junto a reses bravas, el balance trágico de los encierros solo exhibe quince muertos en su historia conocida, todos ellos en los últimos 87 años. La última muerte en la calle fue la de Daniel Jimeno Romero, de Alcalá de Henares (Madrid), fallecido el 10 de julio de 2009 de una cornada en el cuello. La anterior víctima de los Sanfermines fue el veterano corredor pamplonés Fermín Etxeberria, quien falleció en septiembre de 2003 en el hospital a los dos meses de ser embestido por un astado en la calle Mercaderes. Con anterioridad, en 1995, fue empitonado mortalmente el joven estadounidense de 22 años Matthew Peter Tassio.
Como señala Javier Solano, quien ha narrado en directo los encierros de TVE en los últimos 21 años, es precisamente el peligro lo que hace atractivos los encierros. A ese respecto, poco ha cambiado en los últimos 500 años. Y es improbable que lo haga en los próximos 500.