Actores impregnados de fuerza física y mental
- Debería ser el año de DiCaprio, con permiso de Fassbender, Damon, Redmayne y Cranston
- Sylvester Stallone puede concitar la nostalgia de los académicos como actor secundario
- Bale, Ruffalo, Hardy y Rylance, actores de plena solvencia en sus papeles secundarios
Hablando de actores norteamericanos, de Hollywood, de la gran industria del cine, no resulta fácil establecer escalas, aparte de querencias y afinidades personales, porque hasta el último de ese privilegiado redil demuestra casi siempre una profesionalidad fuera de toda duda y su carisma y su autoestima suele situarlos por encima de los guiones y las películas que les haya caído en suerte.
Dicho esto, además de la sensación de que este 2015 que ahora se premia no ha sido lo que se dice un gran año de cine, solo cabe tirar de fobias y filias para establecer siquiera un esbozo de escalafón en torno a los actores principales y de reparto que completan la lista de nominados en esta 88 edición de los Premios Oscar que se resolverá el próximo 28 de febrero.
¿El año de DiCaprio?
A primera vista, y según va desarrollándose la temporada de galardones, se diría que debería ser el año de Leonardo DiCaprio, después de cuatro intentos frustrados, por su sufrido trabajo en la muy física, pese a sus aspiraciones de trascendencia mística, El renacido, en la que el mexicano Alejandro González Iñárritu le ha sometido poco a menos que a una metódica tortura, como víctima, primero del ataque pertinaz de un oso, pero sobre todo del abandono de sus compañero de viaje, que, tomándole poco menos que por muerto deciden dejarle correr una suerte incierta a merced de la crueldad de la naturaleza, las inclemencias atmosféricas y a su propia capacidad de sobreponerse a los daños físicos y a los anímicos.
A su misma altura, y por ello aparece merecidamente nominado en la categoría de actor de reparto, se sitúa Tom Hardy, que ya había coincidido con DiCaprio en Origen. La credibilidad física que imprime a su personaje, a sus personajes en general, porque nunca parece haberse dejado arrastrar por la pereza o el desinterés, complementa armoniosamente el derroche de energía tenebrosa que identifica también una de las obsesiones prioritarias de Iñárritu.
Fassbender, maestro de la mimetización
Michael Fassbender podría haber ganado un Oscar con casi cualquiera de sus trabajos anteriores y pudo llevarse el de reparto por 12 años de esclavitud, pero además su transformación en el complejísimo Steve Jobs, el fundador de algunas de las empresas más relevantes del entorno informático y del entretenimiento, nada menos que de Apple y NeXT, además de Pixar; es uno de esos trabajos que no dejan indiferente a nadie.
Su mimetización con el físico de ese visionario cargado de energía es posible que vuelva borroso el recuerdo del personaje real, hasta el límite probable de suplantarlo en la memoria colectiva. Entre los atractivos de Steve Jobs, la película de Danny Boyle, y en primer término del guion del carismático Aaron Sorkin, destaca la estructura en tres actos, lejos de los relatos inabarcables de las biografías al uso, que se corresponden con tres momentos decisivos, equiparables entre si, en torno a los momentos previos a las sucesivas presentaciones en público de tres de sus inventos.
Esa forma casi teatral sumada a la cadencia torrencial de los diálogos, marca de la casa, de los diálogos, sustentan la intensidad del trabajo de Fassbender, literalmente embriagado del aluvión de matices que configuran la personalidad de Jobs, enérgico visionario empresarial atrapado en un ego descomunal que le dota de características humanamente monstruosas. DiCaprio debería sentirse amenazado por la desmedida ambición, si no del magnífico Fassbender, del insaciable Steve Jobs.
Eddie Redmayne, escasas opciones
El caso de Eddie Redmayne es totalmente diferente y se diría que su condición de ganador del Oscar a la mejor interpretación masculina del año pasado por su meritorio trabajo en La teoría del todo, en el papel de Stephen Hawking, poco menos que le inhabilita para contarse entre los favoritos de esta edición por su personaje de transexual en La chica danesa
Cuestión aparte, pero no menor, es que su manera de aproximarse a esa psicología específica que impulsa al individuo al que encarna a transformarse en mujer y a perpetuarse en esa nueva apariencia, se produce en la pantalla con llamativa escasez de matices, reducido poco menos que a un mismo y único gesto, una mueca recurrente teñida de pudorosa ambigüedad.
Brian Cranston, despilfarro de talento
Popularísimo por su personaje de profesor de química reconvertido en virtuoso cocinero de drogas exquisitas en la serie Breaking Bad, Brian Cranston llega a la recta final de los Oscar con un papel muy apetecible, nada menos que el del legendario guionista Dalton Trumbo, uno de los mejor pagados del Hollywood de la época, en los años cuarenta, autor de guiones como Espartaco o Johnny cogió su fusil, que también dirigió, que pasó sin transición de la gloria al ostracismo cuando fue tachado de comunista e incluido entre los más significativos nombres de la siniestra 'lista negra' propiciada por el senador McCarthy, circunstancia ominosa que le impidió trabajar, al menos con su nombre, durante diez años.
El trabajo de Cranston en Trumbo constata su naturaleza de grandísimo actor, tan bien acompañado para la ocasión en los personajes más importantes, por Diane Lane, en el papel de la esposa del escritor, y la incombustible Helen Mirren, en el de la viperina columnista Hedda Hopper, pero bordeando lo casposo y lo ridículo en los que precisamente deberían haber sido más convincentes por su condición de personajes públicos, universalmente conocidos, como John Wayne o Edward J. Robinson, aquí totalmente descafeinados.
La película en conjunto se queda corta como tributo o desagravio de la gran industria a uno de sus genios peor tratados, sobre todo por el aliento poco inspirado del guion y una puesta en escena demasiado convencional que despilfarran el esfuerzo y el talento de este Brian Cranston que ha alcanzado el reconocimiento y la popularidad a una edad más que respetable.
Matt Damon, irreprochable pero sin opción
Por último Matt Damon resulta irreprochable, incluso muy simpático, en su papel de superviviente en solitario en la gran aventura de Marte, pero no da la impresión de tener una verdadera posibilidad de competir en esta final de élite. Su trabajo es meritorio tanto como desafío físico como por la solidez mental que logra imprimir a su personaje en ese desafío extremo de mantener la serenidad y la inventiva, incluso el buen humor, en la inmensidad del planeta rojo, contemplado por el buenismo solidario de los que siguen su heroica peripecia desde los centros de responsabilidad de la Tierra.
Actores de reparto: ¿nostaligia o buen hacer?
Del resto de los nominados a mejor actor de reparto en esta 88 edición de los premios Oscar, conviene señalar el llamativo caso de Sylvester Stallone por su enésima encarnación de su carismático personaje de Rocky Balboa, reencontrado en esta nueva secuela titulada Creed y apostillada en España, para que nadie se despiste, La leyenda de Rocky, consagrada a narrar la ascensión de un nuevo boxeador, hijo de aquel Apollo Creed que fuera encarnizado rival y finalmente entrañable amigo del veterano púgil. La expresividad de Stallone y su capacidad de comunicar sigue diferenciándose poco del de algunos ingenios mecánicos, como almidonado por el abuso de esteroides, anabolizantes y ejercicio, pero las inclinaciones nostálgicas y el gusto por homenajear a las viejas glorias de los académicos pueden acabar dando la sorpresa premiando esa belicosidad heroica aplacada por la edad.
Entre los demás no es fácil dictaminar quién está mejor que quién, siendo cada uno en su dimensión un auténtico regalo para la película en la que participe y para el espectador que la disfrute.
Christian Bale brilla en el papel de ese ambicioso visionario al que le cabe el dudoso honor de ser uno de los causantes de esta crisis aparentemente irreversible que nos lapida en la muy trepidante y torrencial La gran apuesta. Bale ha sido el elegido para representar al reparto de esta espeluznante explicación de nuestros males, pero tampoco habría desentonado el siempre brillante Steve Carrel.
Mark Rylance es uno de esos actores que venimos viendo una y otra vez a lo largo de la vida, de los que casi nadie retiene el nombre pese a estar siempre por encima de los patrones de credibilidad y solvencia, de esos cuyos personajes, al menos algunos de ellos, quedan prendidos en la memoria del espectador asiduo y que ahora, en la nueva gran película de Steven Spielberg, El puente de los espías, borda su discreto personaje de abnegado espía soviético incrustado en la vida norteamericana como un humilde pintor en plena Guerra Fría.
De Mark Ruffalo solo se puede decir que tiene habilidades congénitas especiales para encarnar a personajes normales y llenarlos de una desbordante humanidad. En Spotlight, la estupenda reconstrucción de la gran investigación periodística del Glove de Boston sobre una descomunal trama de pederastia y encubrimiento, se mantiene como poco al mismo altísimo nivel de sus compañeros de reparto, Michael Keaton, Stanley Tucci, Rachel McAdams… y es que, volviendo al principio, el grado de preparación y profesionalidad de los actores norteamericanos, o británicos, casi nunca defrauda.