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Antonio Banderas: "'Altamira' es una reflexión sobre la envidia y otros males endémicos de España"

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Antonio Banderas: "'Altamira' es una reflexión sobre la envidia y otros males endémicos de España"

"¿Quién conoce a Marcelino Sanz de Sautuola? Si lo que hizo se hubiese producido en cualquier otro país del mundo, estaría en los libros de texto y los niños lo estudiarían en la escuela". Así se refiere Antonio Banderas al descubridor de la Cueva de Altamira, considerada hoy en día la "Capilla Sixtina del arte rupestre", cuyo enorme hallazgo no fue reconocido en vida y una figura que, siglo y medio después, sigue siendo desconocida para el público. Altamira, protagonizada por el actor y dirigida por Hugh Hudson (Carros de fuego), pretende reivindicar a un hombre que "murió con el sambenito de ser un impostor y prácticamente un delincuente para la sociedad de la época".

La película, que cuenta con la participación de TVE y se estrena el 1 de abril, narra el hallazgo fortuito en 1879 en la costa rocosa de Cantabria por parte de María (Allegra Allen/Irene Escolar), una niña de 9 años, y su padre, Marcelino Sanz de Sautuola (Antonio Banderas), un arqueólogo aficionado, de una cueva con las primeras pinturas rupestres pintadas hace 35.000 años. Pese al alcance del hallazgo y el meticuloso estudio al respecto que realizó Sanz de Sautuola, este se encontró con la oposición de la Iglesia Católica, que lo entendía un ataque a la verdad bíblica y, sorprendentemente, también de la comunidad científica evolucionista, liderada por el arqueólogo francés Émile Cartailhac (Clément Sibony), que le acusaba de fraude.

No fue hasta 1902, 14 años después de la muerte de su descubridor, cuando la envergadura del hallazgo fue reconocida internacionalmente y su honor restituido, con la famosa carta pública de Cartailhac La cueva de Altamira. Mea culpa de un escéptico.

"La envidia de mucha gente no permitió que Marcelino Sanz de Sautuola brillara en su época. Si las cosas hubiesen sucedido de una forma natural y normal, habría sido una gran inyección de moral para la España de finales del XIX, saber que un científico español, aficionado pero de seriedad extraordinaria, había conseguido un hito y descubierto algo insólito", reflexiona Banderas en una entrevista con RTVE.es en Madrid.

Miserias y grandezas de España

"La película es una gran reflexión sobre la envida y algunos de los males endémicos que nos acosan continuamente a los españoles", afirma el actor malagueño, que cree que esto puede ser una forma de "enganchar con el público".

"Marcelino, cuando ya está destrozado a nivel humano, le dice en una conversación a su mujer: 'España, tan hermosa y tan injusta'. Él se dio cuenta de todas estas cosas a lo largo de su periplo. Pero eso es así, todos los pueblos del mundo caminamos con nuestras grandezas y nuestras miserias. Los pueblos, las instituciones, los seres humanos… a veces no queremos reconocerlas porque no nos conviene", sentencia Banderas, quien opina que, para comprobar que España sigue sin ser justa, no hay más que leer los periódicos y "ver cómo se atiza el personal".

Esa endémica estrechez de miras se retrata en el propio personaje de su esposa, Conchita (Golshifteh Farahani), una mujer fervientemente religiosa y que es utilizada por la Iglesia, a través del personaje de Monseñor (Rupert Everett), para socavar el descubrimiento y enfrentarla a su marido. "Altamira plantea lógicamente ese enfrentamiento que ha existido durante siglos, y seguirá existiendo, entre ciencia y religión. Además, ambas partes eran entonces muy monolíticas, y eso se traslada a su propia familia", narra el intérprete malagueño, que añade que a Conchita "le dolía e incomodaba mucho" sentir el rechazo de sus propios vecinos y que la señalasen con el dedo por no ser "buena cristiana".

En opinión del también cineasta, para Marcelino fue mucho "más difícil y duro" el rechazo de Cartailhac, al que "idolatraba", porque además lo hizo delante de muchos académicos en el Congreso Internacional de Antropología y Arqueología de Lisboa en 1880. "Fue muy humillante y él salió de allí ya tocado. Yo soy de los que piensan que Marcelino murió realmente de pena porque sabía que la imagen que se tenía de él era la de un impostor", asevera.

Marcelino Sanz de Sautuola (Antonio Banderas) y Émile Cartailhac (Clément Sibony), cara a cara.

El riesgo a la crítica o al inmovilismo

Las maravillosas pinturas rupestres de la cueva de Santillana del Mar han inspirado a los más grandes. Picasso dijo: "tras Altamira, todo es decadencia"; Rafael Alberti escribió: "...abandoné la cueva cargado de ángeles"; y Borges compuso: "...era como si nunca hubiese visto, como si estuviese ciego y muerto antes de los bisontes de la aurora...".

No obstante, quizás como prevención de esas envidias cainitas tan patrias, Antonio Banderas no quiso entrar a la cueva de Altamira para prepararse el personaje: "Entiendo que hay mucha gente que quiere entrar y es imposible por el daño que supone la propia respiración humana a la cueva. Me hubiera gustado pero decidí no entrar porque sabía que levantaría una tormenta de opiniones en contra y quedarme solo con la visión de las cuevas gemelas que se hicieron, donde además rodamos", confiesa en un gesto que retrata también la humildad de uno de nuestros actores más internacionales.

A la hora de abordar personajes reales como el de Altamira, Banderas reconoce que hay "más responsabilidad" por ser personas "de largo alcance y cuyas vidas han significado mucho para otras". "Existe la responsabilidad de no fallarles, de ser honestos con lo que hicieron, con lo que fue su obra. Yo imagino que cualquiera de nosotros, si alguien va a retratar tu vida, nos pondríamos muy nerviosos", afirma el andaluz, que está más cerca de encarnar a otro personaje histórico, el de su paisano Pablo Picasso, uno de sus mayores "retos" como actor.

El intérprete, en colaboración con el director, Hugh Hudson -dispuesto a escuchar todo lo que los españoles del equipo podían aportar a la película-, contribuyó a enriquecer el guion aportándole a su personaje frases como la citada de "España, tan hermosa y tan injusta" y otras como "si no corremos riesgos, nuestras vidas serán muy pobres", que incorporó de la expresión americana no guts, no glory (si no hay narices, no hay gloria).

"Hacer cualquier cosa implica un riesgo a ser criticado, pero la opción contraria es el inmovilismo, el no hacer nada. Y, como buen andaluz que tengo la certeza de la muerte y sé de la relatividad de todo lo demás, decido hacer cosas en medio y tratar de poner espejos a la gente donde también ellos se puedan ver. Así veo yo la vida. En definitiva, el arte no es más que una reinterpretación de la naturaleza, incluida la humana, y eso tratamos de hacer los artistas, reproducirla de una forma coherente para ver la vida desde ángulos distintos", concluye el también cineasta, que está ávido de asumir nuevos riesgos y dirigir pronto la que sería su tercera película, sin preocuparse de crítica ni taquilla.