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Elecciones EE.UU. 2016

Una 'travesía del desierto' para un Partido Demócrata en busca de líder

  • La derrota de Clinton deja a los demócratas sumidos en una grave crisis
  • Deberán recuperar los votos perdidos en un EE.UU. partido ideológicamente
  • Las redes sociales designan a su candidata para 2020: Michelle Obama

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Hillary Clinton comparece en Nueva York tras su derrota electoral, junto a su marido, el expresidente Bill Clinton.
Hillary Clinton comparece en Nueva York tras su derrota electoral, junto a su marido, el expresidente Bill Clinton.

"Cuando se pierde, se aprende de los errores, se reflexiona un poco, uno se lame las heridas y vuelve a la arena, sigue adelante y lo intenta con más fuerzas aún la próxima vez". Son palabras de Barack Obama, el 44º presidente de Estados Unidos, el que ejemplificó el "cambio" y la "esperanza" y que ahora cederá el testigo al presidente número 45, el republicano Donald Trump, ¿inesperado? ganador de las elecciones, a costa de una Hillary Clinton cuya derrota deja a un Partido Demócrata estupefacto ante un país polarizado.

Ni Casa Blanca, ni Senado. Los demócratas no conservan el poder Ejecutivo ni han logrado recuperar la mayoría en la cámara de representación federal, puesto que no han conseguido los cinco escaños que necesitaban y los republicanos han reeditado su mayoría. La Cámara de Representantes también mantendrá su mayoría republicana, pero en este caso no se esperaba un viraje político.

La derrota resulta aún más dolorosa cuando los sondeos colocaron siempre por delante en la carrera electoral a la secretaria de Estado Clinton, que aspiraba a romper el techo de cristal del género y convertirse en la primera mujer presidenta del país tras más de dos siglos de democracia. Incluso al inicio de la jornada electoral, la secretaria de Estado mantenía una ventaja de tres puntos en las encuestas -en los límites del margen de error-.

Finalmente, la pírrica victoria en el voto popular no compensa el fracaso en el intento de conservar para los demócratas la Casa Blanca por tercera legislatura consecutiva -un logro solo al alcance reciente del tándem Reagan-Bush padre entre los ochenta y los noventa-. Desde Harry Truman en 1945, un demócrata no ha heredado el cargo de otro demócrata.

Consolida la pérdida de poder de los demócratas

Superado el estrés del batacazo, las elecciones del 8 de noviembre no han hecho más que confirmar la tendencia política que ha discurrido paralela a los dos cuatrienios de Obama. Como recuerda Nate Silver, director de la web política FiveThirtyEight, "tres las últimas elecciones al Congreso (2010, 2014 y 2016) han ido mal para los demócratas".

Sobre los ejes demográficos raciales, urbano-rural o jóven-viejo, el caso es que la victoria de Trump deja un país profundamente dividido, que ha votado a un político 'outsider' que ha crecido renegando de la política tradicional, pese a haberlo hecho subido a lomos del 'Grand Old Party', el Partido Republicano, con más de 150 años de historia.

La división es casi perfecta: 59 millones votaron por Clinton y 59 millones lo hicieron por Trump, que logró llevarse el voto de obreros blancos de estados industriales como Michigan y Pensilvania, quebró el "muro azul" del Medio Oeste con el que el equipo de Clinton confiaba en hacerse con la victoria, y desactivó el filón hispano de los demócratas al seducir casi un tercio del voto latino -a la postre le valió recuperar Florida-.

Los demócratas salen con su peor resultado electoral desde 1988, cabizbajos y preguntándose cómo un hombre sin experiencia en cargo político alguno -y con una campaña que al comienzo era un caos- consiguió imponerse primero a 16 candidatos republicanos y luego al demócrata sin seguir las reglas tradicionales del manual de márketing político.

Y a partir de ahora, el legado político demócrata también se erosionará o podría ser erradicado, ya que los republicanos controlan las dos cámaras del poder legislativo, lo que les da una teórica vía libre para sacar adelante las medidas de su programa electoral, aunque muchos congresistas y senadores republicanos han respaldado a regañadientes a Trump y algunos le negaron su apoyo.

Los votantes que han de recuperar

Clinton solo puede presumir de haber vencido en Nevada y Colorado, porque casi pierde Virginia y no cumplió las expectativas que la ponían por delante en Carolina del Norte, Pensilvania o Michigan. Analistas políticos, medios de comunicación, demógrafos y encuestas se equivocaron al predecir un giro hacia los demócratas por parte de los blancos de raza blanca con formación superior y de las mujeres blancas, que fue menor al esperado.

También los resultados de estas elecciones subrayan que muchos de los que votaron en 2008 por el presidente Barack Obama en los suburbios de Scranton (Pensilvania) o Youngstown (Ohio) ya no conectan con el mensaje de la esperanza de los demócratas y han dado su apoyo a Trump, quien ahora ha encarnado el cambio.

Jóvenes, afroamericanos y latinos no han votado por Hillary Clinton al mismo nivel que lo hicieron con Obama, lo que explica la pérdida de estados como Florida, Misuri, Wisconsin, Ohio y Maryland. Esos son los votos que tendrá que repescar el candidato demócrata en 2020.

Los mayores márgenes de victoria para los demócratas coinciden de manera casi exclusiva con las grandes ciudades del país y se dibujan en las áreas de mayor densidad de población: desde Washington hasta Boston, en el este; Chicago (Illinois), en el Medio Oeste; Houston, en Texas; o en Montgomery (Alabama), en pleno corazón sureño. No ha sido suficiente para compensar el voto rural.

En el plano generacional, Clinton, a pesar de ser la más votada entre los jóvenes, no ha logrado movilizar a tantos como Obama: si en 2012 el 60% de los ciudadanos entre 18 y 29 años votó por el actual presidente, ahora solo lo ha hecho el 55%. Casi uno de cada diez jóvenes optó por una tercera opción política, algo que podría también significar una desconexión de los jóvenes con la política tradicional.

Ni el desprecio por las políticas neoliberales que encarnan los republicanos ni el apoyo a las reformas económicas de Obama, con un desempleo en niveles mínimos y los ingresos medios al alza, que motivaban parte del voto a Clinton, han sido suficientes para unas elecciones cuyo discurso se ha desarrollado en otros términos. De hecho, Trump ha mejorado las cifras de 2012 entre los electores con menos ingresos.

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En definitiva, Clinton y lo que representaba a ojos de los votantes no ha generado el entusiasmo necesario para frenar el arrollador fenómeno de Trump.

Por eso, la victoria de Donald Trump ha dejado a los demócratas sumidos en una grave crisis de liderazgo. De momento, se ha certificado una conclusión: se precisa un cambio generacional en los candidatos demócratas. "La dinastía Clinton está acabada", sentencia Nate Silver, y las que podrían ser las "alternativas obvias", el popular y populista Bernie Sanders y el vicepresidente Joe Biden, "son demasiado mayores".

Este analista considera que actualmente "la energía del partido procede de la izquierda", por lo que pronostica que el candidato demócrata en 2020 podría ser alguien procedente del ala que representa Sanders.

Por el momento, los demócratas tendrán que aprender a cicatrizar las heridas. Alex Seitz-Wald, de la cadena NBC -progresista-, valoraba que la recuperación del partido dependerá de cómo sepan reaccionar a esta derrota que no se esperaban. Este periodista apunta a la senadora Elizabeth Warren como "líder del ala progresista" que podría verse alentada por la victoria de Trump.

Y si Hillary Clinton ha tratado de convertirse en presidenta después de haber sido primera dama, ¿por qué no repetir la fórmula? Esa ha sido una de las primeras reacciones en caliente en las redes sociales cuando aún no había terminado el recuento de estas elecciones: Michelle Obama como candidata demócrata para 2020.

Los hashtags #Michelle2020 y #Michelleforpresident han sido tendencia y tema de conversación en Twitter como argumento popular para esta propuesta -algunos en broma, otros en serio-, ya que están de moda los candidatos sin experiencia política. El hecho es que la primera dama ha tenido mejores valoraciones en las encuestas que su marido. De momento, la idea no ha pasado del 'meme', pero el tiempo dirá.