La forma del Oscar
- La forma del agua y Los archivos del Pentágono destacan por su vida y verdad
- El hilo invisible y Call me by your name dejan sensaciones contradictorias
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Compruebo un año más con orgullo y satisfacción que, al llegar el preciado momento de disertar sobre los Oscar 2018, puedo decir que he visto todas las películas nominadas: nueve, ni más ni menos (y no es cosa fácil) tan variadas, entretenidas e interesantes cada una de ellas como cabe esperar de unos premios tan codiciados desde su primera edición, como vistos con condescendencia, especialmente por aquellos (y aquellas) que no son premiados.
Pero vamos al grano, empezando por detrás, o sea, por las películas que para mí son la menos relevantes, y aquellas que podrían perfectamente no estar en esta lucha final por el Oscar a mejor película, si de mi hubiera dependido (hubiera elegido otras) tendríamos tres películas, estupendas, pero, repito, para mi gusto, lejos de la cabeza:
Lady bird supone el debut como directora de una de las payasas oficiales (dicho esto en el más noble de los significados del término) del Hollywood actual: Greta Gerwig, quien además ya había dado sus pasos como guionista para en esta película autobiográfica, firmar el guión y la dirección, convirtiendo su candidatura en la quinta de una mujer en la historia de los Oscar.
Lady bird es una película que podemos situar dentro de lo que los americanos llaman “comming-of-age”, o sea, el paso a la madurez del protagonista de la historia. Esto ya lo hemos visto unas cuantas veces y no será la última vez que lo veamos.
Saoirse Ronan se convierte en la alter ego de la directora y guionista, una chica rebelde que quiere ser llamada Lady bird, que asiste a su educación sentimental entre disputas familiares, su acomodo en un colegio católico, y sus primeros amores, y por consiguiente, desengaños.
Lady bird es una bonita película hecha con desparpajo y naturalidad, pero que, para mi, es una más en un subgénero que de por si me gusta. O dicho de otra forma, después de Diario de un adolescente, Lady bird, por mucho que me guste, se me antoja una película de hace diez años.
Déjame salir es una muy interesante ¿sátira distópica? ambientada en nuestro mundo actual, en la que, bajo la apariencia de una película que en algún momento puede parecer (y ser) de terror y en otros una comedia de costumbres que retoma el tema de Adivina quién viene esta noche, es en realidad todo un retrato de la problemática racial en Estados Unidos (y de paso puede que de el mundo).
Escribe el interesante guión, y dirige, Jordan Peele, y lo que nos planta es tan sugerente como inquietante… En este mundo en el que una buena familia acomodada de blancos insiste una y otra vez que votaron a Obama, y que están encantados de que su blanquísima hija tenga un novio negro, puede que algo no sea lo que parece. Y así acaba siendo. La película va variando su tono de comedia romántica a costumbrista para adentrarse en el terror y en la fábula política de forma muy inteligente, aunque para mi con alguna arista por limar. No quiero decir mucho más, pues esta es una de esas películas en las que no debe decirse más de lo necesario, ni siquiera bajo hipnosis.
Sobre Call me by your name tengo sensaciones contradictorias. Es una película muy bonita sin duda, de nuevo un comming-of age, con un protagonista, Thimnotèe Chalamet (a quien también podemos ver en Lady bird) que trata de saber eso tan elemental como es quiénes somos y nuestro lugar en el mundo.
Luca Gadagnino tiene mano para dirigir, y el escenario no puede ser más ideal, una villa italiana en (creo recordar) Lombardía. Además, tiene a uno de mis actores favoritos de los últimos años, Michael Stuhlbarg, haciendo de ese padre que es el mejor de los posibles desde Atticus Finch.
Todas esas premisas favorables chocan, en mi interior, con las cosas que me chirrían. Me cuesta creer en una familia tan sumamente tolerante en 1983. Me llama la atención el natural poliglotismo de los personajes de la película, y su refinamiento cultural.
En esas sensaciones contradictorias que me produce Call me by your name está también el hecho de que juega con las analogías de la belleza de la Grecia Clásica para poner “en valor” al personaje que decantará la identidad sexual del protagonista, ese Olivier de 17 años que, ciertamente nos atrapa con la interpretación de Timothèe Chalamet. No consigo creerme, por más que lo intente, que un amor entre un adolescente y un adulto tenga lugar en el hogar familiar ante la mirada cómplice y consentidora de los progenitores.
Y no puedo dejar de preguntarme, a la luz de cómo está el mundo, que se hubiera dicho de esta película si el personaje de Olivier en lugar de ser un chico de 17 años hubiera sigo una chica descubriendo el amor con un adulto masculino, edades legales de consentimiento aparte.
Resumiendo: me hubiera gustado un conflicto de tintes más realistas. Me dice gente a la que le ha encantado y son fans incondicionales que es un cuento. Puede que sea así. Pero yo los cuentos, incluso los más inverosímiles, también me los tengo que creer.
Confieso sin rubor que fui a ver El hilo invisible con más miedo que vergüenza y poco menos que por obligación. ¿El motivo? El desapego al que Paul Thomas Anderson me había llevado desde la primera hora de Pozos de ambición.
Paul Thomas Anderson era aquel destinado a ser el nuevo Orson Welles, y yo también lo creía, pero se quedó en el camino con su obsesión enfermiza y sin ninguna empatía hacia el espectador, con sus retratos de personajes bigger tan life, pero poco menos que tarados. Dicho lo anterior, fui a ver El hilo invisible y debo decir que me gustó. No me parece el peliculón del que algunos hablan, y me parece poco menos que insultante que algunos al hablar de él y de esta película le comparen con Max Ophüls. Dejemos lo ahí, si no nos queremos enfadar.
Lo que se nota en El hilo invisible es el gusto por la puesta en escena de Paul Thomas Anderson, y el gusto por rodar bien y por los buenos actores, excelentes, claro,Daniel Day-Lewis y Vicky Krieps como esa pareja de perturbados obsesivos sobre los que pivota la película (con el contrapeso del excelente trabajo de Lesley Manville) Puede que el hecho de haber divido en dos al habitual personaje perturbado hasta límites inconcebibles de sus anteriores trabajos haga que la película pueda ser digerida por mí. Repito que me ha gustado.
Seguramente yo no la habría votado para finalista al premio a mejor película habiendo títulos como The Florida Project o Yo, Tonya, pero la vi con interés y sin pestañear. El oído es otra cosa: yo le habría quitado más de la mitad de la insistente música que llena el metraje de El hilo invisible. Y no siendo mucho de setas, después de verla me lo voy a pensar aún más antes de comerlas. Eso y tener como normal los amores enfermizos.
Igualmente brillante en la puesta en escena, pero creo que cinematográficamente más pobre es El instante más oscuro. Y digo lo que he dicho, para decir inmediatamente que me ha parecido una película emocionante a más no poder.
Joe Wright seguramente no sea un director tan brillante como Paul Thomas Anderson, pero desde luego tiene más alma, y además, tiene una historia poderosísima, real, y a un protagonista que es un mito (me pregunto ahora que hubiera hecho PTA con un personaje tan grande y complejo como Winston Churchill).
Gary Oldman lo ha ganado todo hasta ahora con su interpretación de aquel que dijo aquello de “solo puedo ofreceros sangre, sudor y lágrimas” y “we will never surrender”. Cierto que no puedo recordar ahora a ningún actor que al hacer de Churchill me haya defraudado, pero es cierto que lo de Gary Oldman está en lo más alto. Y la historia, que es lo que me emociona… es lo que hace grande a una película que, cinematográficamente hablando, no lo es tanto.
Pero nos sirve hoy también y sobre todo para recordar cosas que entonces Churchill decía ante quienes querían pactar una paz ignominiosa con Hitler, que no se puede nunca pactar nada con ningún dictador, o como dice el mismos Churchill en la película, “no se puede negociar con un tigre mientras tienes tu cabeza en su garganta”. Toda una lección de historia.
El instante más oscuro y una de sus subtramas, la evacuación de 300.000 soldados británicos en Dunkerque durante la segunda guerra mudial,, me da la mejor excusa para pasar a una de las para mi, mejores películas de las que compiten por el Oscar a mejor película: Dunkerque.
Me gusta sentir que con Dunkerque recuperamos al mejor Christopher Nolan, un cineasta que maneja muy bien los tiempos y las atmósferas, por más que para mí, se descalabre en despropósitos como Origen.
Nada me sobra en Dunkerque. Todo está en su sitio y el relato cinematográfico sobre lo que cuenta va creciendo paulatinamente, sin decaer un solo momento, y con una peculiar y atrevida forma de contar. SI bien no es la primera vez en la que un director nos cuenta un hecho desde varias perspectivas distintas, es cierto que en Dunkerque, tengo la impresión de que nunca nadie antes me lo había contado así, no pareciendo en absoluto un relato con varios puntos de vista coincidentes en el tiempo sino, sencillamente, varios relatos que se complementan.
Creo que nunca en el cine he visto unos combates aéreos tan realistas como los que muestra Dunkerque, muy lejos del tono de videojuego a los que el cine nos tiene acostumbrado. Pocas veces en el cine he visto esa “sangre, sudor y lágrimas” como en esta película. Y también pocas veces he sentido que estaba asistiendo a una historia de personas con cara y ojos, nombre y apellidos antes que un gran hecho para recordar en los libros de historia. Que Christopher Nolan se recree en el patriotismo británico no me molesta en absoluto. Lo digo por algunos comentarios hechos con suficiencia que he escuchado al respecto.
Rescatar a casi 300.000 soldados por los que nadie daba un penique reclutando pequeñas embarcaciones de civiles es motivo para sentirse orgulloso. Eso, y no mostrar en toda la película el rostro de Tom Hardy y cuando lo hace, Christopher Nolan nos muestra el rostro lleno de grasa y polvo de un héroe anónimo. Gran película.
Me adentro ahora en las tres películas que cuentan con mi favor, por diferentes motivos.
Lo primero que recuerdo de Tres anuncios en las afueras es a la gran Frances McDormand, y después, la voz de Woody Harrelson (mucho más que su personaje) leyendo tres cartas que en la película van a resultar trascendentales para sus destinatarios.
Dirigida por Martin McDonagh, Tres anuncios en las afueras es una de esas películas en las que tengo la impresión de que un director no americano hace un perfecto retrato de una América que los propios lugareños no son capaces de ver. Cierto que la película se sustenta en unas premisas que requieren una cierta complicidad por parte el espectador, pero no en vano, no nos cuesta imaginar a una madre enfurecida por el asesinato de su hija y la pasividad de la policía por encontrar al culpable.
Esos tres anuncios son su grito pidiendo justicia, y el McGuffin para que partiendo de esa premisa, la película nos lleve por derroteros insospechados. Una madre llena de dolor. Un policía moribundo que quiere dejar este mundo con un poco más de justicia que cuando llegó. Un policía que no sabe que puede ser un buen hombre, excelente Sam Rockwell, viviendo con una madre que asusta en su displicencia. Y en suma una trama compleja destinada a dar a todos esos personajes una oportunidad de redención. Soberbia, para mi, Tres anuncios en las afueras.
Y me quedan dos películas que para mi juegan en otra liga. Comienzo por The Post, titulada entre nosotros de forma absurda Los archivos del Pentágono, una nueva lección de historia por parte de Steven Spileberg (¿de verdad no está nominado como mejor director?) Y también de nuevo, una nueva lección de moral (en el más noble sentido del término).
Spielberg hace eso que estando él por medio parece lo más fácil del mundo, y en manos de otros, algo bastante más complicado: contar la historia más compleja de la forma que parezca lo más sencillo del mundo. Sin aspavientos, sin adornos superfluos, sin andarse por las ramas. Nada sobra en The Post, los espectadores no se pierden en ningún momento en una trama, que, estoy seguro, muchos hubieran echado a perder por su complejidad.
Lo que viene a contarnos Spielberg es (además de una historia real) que el periodismo libre es uno de los pilares de un estado de derecho, que los periodistas han de servir a los ciudadanos y no al poder, que cuando el poder trata de dominar los medios de comunicación, eso que llamamos democracia con candor, lo es un poco menos. Y que si dejamos que los intereses de los que mandan se impongan sobre la verdad, estamos perdidos.
En suma, lo que nos dice Spielberg es que un periodista no puede ser un jefe de prensa. Un periodista sirve a los ciudadanos, mientras que un jefe de prensa sirve, legítimamente, a quien le paga, pero cuyos intereses no tienen por qué coincidir. Y por tanto, viene a decirnos, cada cosa, en su sitio, pero sin confundir.
Y para contarnos todo eso, a través de la historia de la filtración, primero al New York Times y luego al Whasington Post, de unos archivos clasificados del Pentágono en los que se admitía que la guerra del Vietnam no se ganaría nunca, Spielberg cuenta con dos monstruos como son Tom Hanks y Meryl Streep. Una película redonda y necesaria que debería ser de obligado visionado en las escuelas de periodismo. Y ya de paso, en las de cine también.
Y ya solo me queda la película que a fecha de hoy he visto ya dos veces y me ha cautivado: La forma del agua, ese cuento lleno de amor por las historias, por los personajes que quedan a un lado en las historias que nos llegan habitualmente, lleno de amor por el cine y por la serie B. Por los monstruos que se enamoran, por aquellos a quienes nadie quiere pero a su vez están pidiendo a gritos querer a alguien. Por quienes no tienen voz pero hablan alto.
Por quienes son vistos como monstruos cuando en realidad son dioses. Por un malo que solo podemos imaginar con la cara de Michael Shannon (cada vez mejor actor). Por los espías rusos (de nuevo un fabuloso Michael Stuhlbarg) a quienes puede su amor por la ciencia antes que por la ortodoxia revolucionaria. Por los huevos cocidos y su proceso de cocción. Por aquella frase premonitoria de una escena que todo el mundo recuerda por otra cosa de Marilyn Monroe en La tentación vive arriba.
Por retomar a aquella criatura del Black Lagoon y hacer de ella el ser más desvalido que existe salvado por una muda a la que da vida una maravillosa Sally Hawkins. En fin, doy las gracias a Guillermo del Toro por recordarnos que en estos tiempos el cine sigue siendo las más perfecta herramienta que tiene el arte para hacernos soñar. Y por un Richard Jenkins necesitado de bisoñé y de un poquito de amor.
La forma del agua recuerda en ocasiones al cine de Jean-Pierre Jeunet, pero a diferencia de este, Guillermo del Toro insufla a su relato de un alma que inunda la puesta en escena como el agua sirve para crear un mundo en el que las almas perdidas de Guillermo del Toro, sean humanas o no, están un poco menos perdidas.
En estos tiempos de cinismo, fake news, cine impostado o casi todo impostado, yo apuesto por películas llenas de vida y verdad desde la más noble fabulación como son Dunkerque, Tres anuncios en las afueras, Los archivos del Pentágono o La forma del agua. Quizás peco de arrogante.