Panzi: el lugar donde las mujeres renacen
- El hospital del doctor Mukwege, referente de las mujeres violadas en El Congo
- Cientos de víctimas curan sus lesiones y encuentran apoyo psicosocial y jurídico
El barrio de Panzi, al sur de la ciudad de Bukavu, no es un lugar fácil. La vida en los Kivus es generalmente complicada, ya que es escenario de la interminable pelea entre grupos armados que ansían controlar sus riquezas. Aquí, la gente vive en medio de la violencia y las mujeres son víctimas a diario de agresiones sexuales.
Así llevan casi 20 años de guerra, más o menos intensa. Muchas de las que son violadas, llegan a este lugar que supone una de las buenas noticias de este país que sí consigue contar al mundo. No es fácil ser optimista si hablas de la República Democrática del Congo aunque el hospital de Panzi ha recibido elogios de todo tipo por visibilizar y afrontar esta realidad.
Cruzar sus puertas es un cambio radical. Del bullicio de las calles se pasa a la calma. El ambiente es positivo y nadie sabe muy bien cómo. Es un lugar armonioso, incluso agradable. Con edificios poco altos, bien conservados, y hasta parcelas de césped bien cuidadas, la sensación es otra.
El doctor Mukwege, un milagro contra la barbarie
El hospital de Panzi es sobre todo la referencia sanitaria para miles de personas de la zona, pero en estos 19 años de funcionamiento gracias a su trabajo con las víctimas de violencia sexual han logrado un reconocimiento mundial.
Su director, el doctor Denis Mukwege, acumula premios internacionales y respaldos financieros importantes que están a simple vista. También empieza a ser considerado como un futuro líder del país.
Un sondeo publicado hace unas semanas le coloca como uno de las favoritos para unas elecciones presidenciales previstas para diciembre y que tienen pinta de que van a ser de todo menos tranquilas. Aunque asegura que este año no luchará por la Presidencia, no lo descarta en el futuro y agradece que la gente le tenga en cuenta para liderar el país.
Su figura aquí es potente. Porque aquí, la violencia sexual no es un asunto cualquiera. Por la puerta del hospital de Panzi cruzan cada día mujeres que han sido violadas con una crueldad inimaginable.
“Quemaron con palos ardiendo a dos de mis hijos y, también, los decapitaron“
Mapanzi es una de ellas, y accede a contar su historia a RTVE. Dos semanas después de llegar aquí, recuerda con entereza como miembros de grupos armados entraron en su casa de noche y no olvida lo que vino después: "Ataron a mi marido en el suelo. Le cortaron el cuello y la cabeza. Después, quemaron con palos ardiendo a otros dos de mis hijos y, también, los decapitaron. Llamaron a otro, y le obligaron a ver cómo me violaban. Varias veces. Después me causaron varias heridas con cuchillos y brasas". Cicatrices para toda la vida.
De "arma de guerra" a costumbre
Aquí, un día cualquiera, hay al menos 200 mujeres y no paran de llegar nuevas historias como la de Mapanzi gracias al trabajo que hacen sobre el terreno colectivos locales y organizaciones como MSF. Por increíble que parezca, esto es lo que ocurre cuando la violencia sexual pasa de ser una forma de hacer la guerra para convertirse en una costumbre en la sociedad.
"Al principio eran los miembros de los grupos armados los que violaban durante sus ataques a los pueblos. Pero, a medida que se han desmovilizado o se ocultan en los pueblos, hacen de la violación el día a día de miles de mujeres cuando van al bosque a recoger leña o al huerto a cultivar", cuenta la doctora Néema Rukinghu, jefa del Servicio que atiende a las víctimas de esta barbarie difícil de asumir.
Aquí están acostumbrados a los cuerpos y mentes de mujer convertidos en catástrofes. Como el de una niña de 12 años que está embarazada de siete meses. Es sordomuda, no fue al colegio y no conoce la lengua de signos. Está absolutamente traumatizada y la comunicación con ella es muy limitada.
"Lo único que nos señala es que si nace niño, lo mata. Si es niña, se la queda", nos confiesa la doctora Rukinghu. Otra mujer llamada Mapando, nos explica que además de sufrir heridas graves durante la reiterada violación a la que fue sometida hace unos días, ahora no puede volver a casa. "Mi marido me ha dicho que no puedo regresar hasta que no lleve las pruebas del hospital que certifiquen que no tengo hepatitis o VIH", acierta a decir antes de romper a llorar.
En todo momento está con ella Esther, la asistente social. Asegura que llegan con un gran trauma, se aíslan porque creen que nadie quiere estar con ellas, pero entre el equipo y el apoyo del resto de mujeres, consiguen mejorar. "Yo digo que son mis cheries mamans (queridas mamás). Porque hay que devolverles la autoestima que esos delincuentes les han arrebatado. No ha sido una violación, ha sido una destrucción total de su cuerpo y de su mente", dice con vehemencia. Con rabia añade que "esa gente quiere destruir a la mujer congoleña para destruir el país. Porque es ella la que produce, la que mantiene la familia, y los criminales saben que sin ellas, nunca habrá un Congo decente".
Una recuperación física, mental, social y con justicia
El futuro es una de las partes fundamentales del tratamiento de Panzi. No sólo es curar y arreglar lesiones vaginales, también es el refuerzo psicológico y el apoyo, "para que vuelvan a la sociedad con la misma fuerza que tenían antes y puedan recuperar su papel y liderar la sociedad", asegura Mukwege.
Además, el doctor nos cuenta que últimamente están muy activos en una fase final del tratamiento que implica el apoyo jurídico para puedan denunciar a los criminales. "La sentencia del caso Kavumu que condenó a perpetuidad a los miembros de una secta liderada por un político regional por secuestrar y violar a, al menos, a 46 niñas menores de 7 años es un gran paso.
Pero la Justicia congoleña tiene que demostrar que el pueblo puede confiar en ella, y aplicarla", dice. "Lo que nos falta hoy es un Estado de Derecho que con el Gobierno actual es imposible de lograr", dice el popular médico al que todos saludan con reverencias y que no oculta sus críticas al presidente, Joseph Kabila, que expiró su segundo mandato hace año y medio y que se mantiene hasta que se pongan de nuevo las urnas. "No sólo hay que cambiar la cabeza del país, es necesaro acabar con todo el sistema corrupto que vulnera la ley cada minuto del día", sentencia.
Cuando llegas al hospital de Panzi, sorprende cómo esas mujeres, madres en ocasiones de bebés gestados durante las violaciones, te animan a jugar con ellos. Reparten sonrisas. Al marchar, están todas sentadas en una sala. Cantan, juegan, ven la televisión o simplemente piensan en sus cosas. Es parte de su terapia. Están juntas y nos dicen que, aunque no pasan aquí más de un mes, son ya una gran familia de 200 mujeres con el apoyo de un equipo médico. Este es hoy uno de los orgullos de la República Democrática del Congo. Y eso, aquí, significa esperanza.