Síntomas para identificar si tu hijo sufre acoso escolar y cómo anticiparse a sus miedos
- Uno de cada tres niños reconoce que en su clase existe acoso
- Las formas: insultos y agresiones físicas seguidos de presión psicológica
- Las víctimas callan por miedo a la repercusión de señalar a su acosador
- Síntomas: bajada de rendimiento, somatización o cambios bruscos de ánimo
En pleno siglo XXI, el acoso escolar no está ya considerado como “una cosa de niños”, pero aún queda camino por recorrer. En España, un 9,3% de los estudiantes considera que lo ha sufrido y un 6,9% que ha padecido ciberacoso (a través de internet y las redes sociales), según datos de Cruz Roja. Mientras, uno de cada tres niños reconoce que en su clase existen situaciones de acoso, según un informe de la Fundación ANAR de ayuda a niños y adolescentes y Mutua Madrileña con motivo del Día Internacional contra el Acoso Escolar, que se celebra este 2 de mayo.
[Teléfono del Ministerio de Educación contra el acoso escolar: 900 018 018 / Teléfono de ANAR de ayuda a niños y adolescentes: 900 20 20 10]
Los insultos y las agresiones físicas siguen siendo la forma más patente de molestar a un menor, dándose en el 85% de los casos. Pero el 33% de las víctimas de acoso escolar sufre tamibén una importante presión psicológica por parte de otros compañeros, como el aislamiento, la exclusión y la difusión de rumores a través de distintas vías.
Uno de los principales problemas sigue siendo el silencio de las víctimas por múltiples miedos a contar lo que sufre y señalar a su acosador o acosadores. Tan sólo el 35,4% de los menores opta por contárselo a sus padres, mientras que el 73,5% sí lo hace a los profesores y el 80,3% prefiere apoyarse en sus compañeros.
“Tienen miedo a que los padres no les comprendan, sienten vergüenza de reconocer que no han sido capaces de resolver el problema por sí mismos o no quieren preocuparles“
A veces, “tienen miedo a que los padres no les comprendan, sienten vergüenza de reconocer que no han sido capaces de resolver el problema por sí mismos o no quieren preocuparles y hacerles sufrir, sobre todo si hay otras situaciones dramáticas en casa”, explica a RTVE.es la psicóloga del departamento de Educación de ANAR Graciela Sánchez.
Por eso, incide en la importancia de que exista una fuerte relación de comunicación entre padres e hijos como base para poder indagar en lo que le ocurre al niño o adolescente en caso de que los padres noten un cambio importante en la actitud y tranquilidad del menor.
Síntomas
Los primeros síntomas se dan con una dificultad de concentración en el joven que sufre acoso, descenso de su rendimiento académico “porque tienen la cabeza ocupada en otra cosa”, explica la psicóloga. En ese caso, recomienda a los padres que “analicen si la causa es una falta de estudio, si la asignatura se les está atravesando o qué otra cosa puede estar ocurriendo si normalmente sacan unas notas determinadas y comienzan a bajar de forma repentina”.
Otros síntomas son “las somatizaciones, como los adultos cuando estamos mal”. Éstas pueden ir desde el dolor de cabeza, de estómago, insomnio, vómitos… “si no es porque estén enfermos, puede servirles de señal para indicar que algo está ocurriendo”.
A su vez, añade Sánchez, pueden producirse cambios bruscos en el estado de ánimo: “De repente apatía, que estén tristes o que lloren fácilmente”:
Y “en casos más extremos”, especialmente si el menor no tiene amigos y compañeros en los que apoyarse, “pueden tener alguna intención suicida o recurrir a las autolesiones, aunque tampoco es lo habitual”, completa la psicóloga.
Conseguir que el menor hable
Ante las sospechas de que pueda haber acoso, la experta aconseja a los padres que investiguen y vayan “de lo más general a lo más particular”. Empezando con algo tan simple como preguntar qué ha hecho con sus amigos, cómo le ha ido con “fulanito y con menganito”, y no pregunten directamente por el acoso escolar. Pero sí que lo aborden “desde la tranquilidad y la calma” y les transmitan sus preocupaciones: “Oye, me preocupa que pueda estar pasándote algo, ¿hay alguien que te molesta?”.
En el caso frecuente de que el joven o la joven se cierre a hablar, la psicóloga recomienda “adelantarse a su miedo”, a la idea que tiene el menor de que si lo cuenta, “los padres van a ir al instituto y se va a enterar todo el mundo y se va a hacer una bola enorme”.
Por eso incide en que se les debe explicar a los menores afectados la forma en la que se gestiona un asunto de acoso escolar. Explicarles que los padres hablarán con el tutor, “de forma confidencial, porque el tutor no se lo va a contar a los demás compañeros”, que el asunto se trasladará a la jefatura de estudios y se pedirá a los profesores que observen la situación. “Pero no van a decir nunca nada, y a partir de esa observación, hablarán con los demás niños” para colaborar de forma indirecta. Insiste en transmitir la idea al posible acosado de que “va a estar siempre protegido”.
Errores frecuentes entre los padres
En este caso, pide una colaboración máxima entre padres y el propio centro, que confíen en los profesores y que vayan a ellos “con una actitud conciliadora”, porque de no ser así, el niño puede entrar en un conflicto de “fidelidad” entre sus padres y sus maestros y echarse atrás.
Porque, un error en el que pueden incurrir los padres es la “sobrerreacción” cuando se enteran de que su hijo sufre acoso. “En seguida piensan en denunciar, o amenazan con un cambio de centro con una actitud muy desafiante y cuestionadora del quehacer de los profesores”.
Otro posible error “suele ser la sobreprotección, porque el chico o chica ya se siente bastante avergonzado porque no ha conseguido solucionar el problema, tiene la autoestima baja y la sobreprotección lo empeora”. Por eso recomienda a los progenitores o tutores que “les hablen de forma calmada y tranquila” y darles tiempo para contar con ellos según su ritmo.
Y, por último, que los padres tomen la iniciativa y vayan a hablar o a actuar contra el acosador, una de las reacciones "más frecuentes" y perjudiciales.
Colaboración familia-centro
Una vez más, la colaboración entre la familia y el centro es clave. Sánchez recomienda a los padres hablar con el menor para ver “qué relaciones pueden ser saludables” dentro de la escuela, ver en quién se puede apoyar dentro de sus compañeros, en quién confía. “Porque, según nos diga, podemos proporcionar esa información al tutor” y que se traduzca en cambiarles de sitio dentro del aula o con qué compañeros ponerle a hacer trabajo en grupo para que pueda establecer amistades nuevas.
Incluso si el niño no tiene amigos en la escuela, “con la ayuda del tutor”, se pueden identificar los “tres o cuatro alumnos más maduros” dentro de la clase que, “a lo mejor no tienen relación con el acosado, pero son personas que si se les pide ayuda en un momento dado, la dan”. La ayuda ha de pedirse de forma indirecta, sin mencionar el acoso: “Oye, ¿por qué no llamáis a este chico, que le veo en los recreos normalmente solo? ¿Por qué no le presentáis o le integráis en el grupo?”. “Nuestra experiencia es que los compañeros normalmente se suelen ofrecer, incluso los de otras clases”, expone.
Si el menor no quiere ir a clase, los padres deben “investigar como si fuesen detectives todas las escenas que puede vivir en el colegio y a cuáles tiene miedo”. Por ejemplo, si tiene miedo al recreo, se puede hablar con el tutor “para que ese día no salga o se queden otros alumnos con él”; si tiene miedo a la salida del colegio, “que vayan a buscarle los padres o algún vecino” y que esté siempre protegido.
Protocolo de acoso escolar
Respecto al centro, cuando hay una denuncia o los padres informan de que su hijo sufre acoso escolar, se debe abrir un protocolo que investigue la situación. “Se nombra al jefe de estudios, el director y dos profesores que forman parte de la investigación y pongan en común todo lo que han observado” y ponen medidas.
Sánchez valora que cada vez en más colegios existen “grupos de mediación”, formando a los propios alumnos “para que medien en los conflictos y comuniquen aquellas cosas que sean conflictivas”, porque incide en que lo principal es fomentar “el trabajo grupal”, poniendo foco no sólo en el acosador sino también “en su grupo, en esos espectadores que se quedan observando y no hacen nada o bien por miedo, o porque le ríen las gracias y lo fomentan”.
En cualquier caso, incide en que no se deben tomar medidas sin contar con el propio protagonista, sino incluirle “como parte del proceso”. Y pide a los padres a que den tiempo al colegio, “que a la semana o a las dos semanas vayan evaluando si las medidas han dado resultado o si no”.
Sin embargo, la ONG Save The Children ha lamentado que el problema del acoso escolar no es sólo responsabilidad de los centros, sino que “faltan respuestas institucionales”, por lo que pide la creación de una Ley para la erradicación de la violencia contra la infancia que incluya planes de prevención y detección en el entorno educativo.
Cuando el hijo es el acosador
La mayoría de docentes encuestados para el informe de la fundación ANAR coincide en señalar que los complejos, los problemas de inseguridad, la baja autoestima o el miedo al rechazo son las características principales del acosador, seguidas de la agresividad y el sentimiento de superioridad.
La psicóloga Sánchez explica que el acosador puede darse en “cualquier familia”, aunque reconoce que hay algunos con una situación familiar más complicada. “A veces surgen por la propia presión grupal, porque son los propios adolescentes quienes valoran como ‘guay’ al chico malote”.
Muchas veces, añade, “no acosa porque tenga en contra del chico o chica en cuestión, sino porque recibe el respaldo del grupo”.
Recomienda a los padres entablar la misma conversación mencionada en el caso de los hijos acosados. Ver qué tipo de amigos tiene, observar cómo se relaciona con otros niños, hablar con el tutor sobre su comportamiento en clase e “ir analizando”.
Si se descubre que el menor acosa a otros niños, “ir haciendo que se pregunte y vea lo absurdo de su comportamiento y el daño que hace a los otros y que, al final, es un perjuicio para sí mismo por las relaciones y vínculos dañinos que va a tener con los demás”.
Y, por último, hacerle ver que sus actos “tienen consecuencias”, aunque indica que los castigos a los acosadores no son suficientes porque “enseñan a obedecer, pero no les enseñan”, por lo que hay que fomentar en ellos la “reflexión” y establecer un castigo en función del perfil psicológico del acosador: “Si tiene una conciencia ‘cero’ de lo que ha hecho y encima culpabiliza de su castigo al acosado, puede ir en contra de la víctima o de los que han informado”.