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Sobrevivir a Bentiu

Más de la mitad de los 200.000 desplazados de Sudán del Sur viven en este campo de protección de civiles de la ONU. Sin embargo, el hacinamiento, la violencia y enfermedades como la tuberculosis y la malaria hacen de las condiciones de vida no sean mucho mejores que las que hay en medio del conflicto.

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Sudán del Sur: Sobrellevando la vida en el campo de desplazados de Bentiu

Kuany se parece a muchos de sus compatriotas. Parece estar en la treintena, es alto y su aspecto es un cúmulo de dicotomías que reflejan bien la realidad de Sudán del Sur, la nación más joven del mundo: es delgado, pero musculoso; imponente, pero sereno; tiene cicatrices, pero es resistente.

Sin embargo, dejando de lado las apariencias, también comparte la misma historia que uno de cada tres sursudaneses. Junto con su esposa y sus nueve hijos, Kuany se vio obligado a abandonar su hogar para huir del conflicto armado que estalló entre el gobierno y las fuerzas de la oposición en diciembre de 2013. El país ha soportado más de cuatro años de guerra civil. Para Kuany, al igual que para la gran mayoría de la población, los combates han dejado a su paso enormes pérdidas y un gran sufrimiento humano.

Kuany, refugiado que vive con su familia en el campo de Bentiu.

"Teníamos una gran vida", recuerda Kuany. "Teníamos 35 vacas, un jardín donde cultivábamos verduras y flores… -se detiene por un momento- "Aún puedo recordar su olor", agrega distante.

A principios de año, 2,4 millones de personas abandonaron Sudán del Sur por la guerra, en la crisis de refugiados más grande de África y tercera del mundo

El conflicto se expandió rápidamente cruzando las fronteras étnicas. Personas como Kuany temían por sus vidas. No tenían muchas opciones y quedarse en sus hogares no era una de ellas. A principios de este año, unos 2,4 millones de personas habían abandonado el país sin vislumbrar el fin de la guerra y convirtiendo esta crisis de refugiados en la más grande de África y la tercera del mundo, después de la de Siria y la de Afganistán.

Además, dos millones de personas han sido desplazadas dentro del país. De ellas, más de 200.000 viven en uno de los seis campos de Protección de Civiles (PoC) gestionados por Naciones Unidas. El más grande, que alberga a más del 50% de todos los desplazados que hay en los seis, es el de Bentiu. Allí viven Kuany y su familia.

Un éxodo interminable en condiciones de miseria

Kuany recuerda bien el día en que emprendieron la marcha. Mientras los bombardeos y el pánico se apoderaban de su comunidad, él y su esposa reunieron a sus hijos y huyeron. "Se podían ver los cuerpos en las calles, unos sobre otros. Comenzamos a correr con nuestros cuatro hijos hacia el campo".

Al igual que muchos de los primeros habitantes del centro de PoC, Kuany tenía la esperanza de que el conflicto llegaría rápidamente a una resolución, y así él y a su familia podrían regresar a casa y comenzar a reconstruir sus vidas.

Tenía buenas razones para creerlo; la historia estaba de su lado. En el pasado, quienes buscaron refugio en las bases de Naciones Unidas terminaron regresando a su hogar en cuestión de semanas e incluso días. Pero esta vez fue diferente. En pocos meses, las 5.000 personas que originalmente buscaron protección en Bentiu pasaron a ser 40.000. Y esa cifra no hizo otra cosa que seguir creciendo.

"Ahora estamos aquí, viviendo bajo las condiciones más precarias y miserables que puedas imaginar", dice Kuany.

Bentiu, un precario refugio para 115.000 personas

La vida en el campo de refugiados de Bentiu (Sudán del Sur)

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  • La vida en el campo de refugiados de Bentiu, en Sudán del Sur (Fotos: Peter Bauza)

    La vida en el campo de refugiados de Bentiu, en Sudán del Sur (Fotos: Peter Bauza)

  • Vista aérea del campo de protección de civiles de Bentiu, uno de los mayores que gestiona la ONU en Sudán del Sur.

    Vista aérea del campo de protección de civiles de Bentiu, uno de los mayores que gestiona la ONU en Sudán del Sur.

Rodeado de trincheras y grandes montículos de tierra, con vallas de alambre de púas y torres de vigilancia de la ONU, el campo de Bentiu, visto desde arriba, se asemeja a una caja cuadrada en medio de un paraje natural que alterna entre tonos de verde vibrante, durante la estación lluviosa, y tonos marrones, en la estación de sequía.

Bentiu es el de refugio de casi 115.000 personas. Al igual que los otros centros de PoC, este no estaba pensado para albergar a tantos desplazados durante tanto tiempo. Los habitantes viven en estrechos refugios temporales, levantados con metal, plástico, barro y tallos de plantas. Ofrecen una protección limitada ante las inclemencias del clima, especialmente la temporada de lluvias, cuando los caminos devienen en lodazales.

No puedes dormir por las noches. Siempre estás alerta. Los ladrones trepan por encima y pasan por debajo de los ridículos alambres de púas con sus AK-47, cuchillos y lanzas

A pesar de la presencia de los cuerpos de paz de la ONU, la violencia es generalizada tanto dentro como fuera del campo. Por las noches, los refugios y los puestos de mercado son saqueados regularmente y hay numerosos robos a mano armada. Ocasionalmente, también se escuchan disparos. Así, Kuany y los demás habitantes encuentran poco tiempo para descansar después de la puesta de sol.

"No puedes dormir por las noches. Siempre estás alerta. Los ladrones trepan por encima y pasan por debajo de los ridículos alambres de púas con sus AK-47, cuchillos y lanzas; y roban muchas pertenencias. Si no les das lo que piden, simplemente te matan. Es una pesadilla", dice Kuany.

Las mujeres, en riesgo constante de ser violadas

Durante el día surgen otros desafíos. Algunos habitantes salen temporalmente del asentamiento para participar en pequeñas actividades comerciales y para buscar más comida. Las mujeres frecuentemente relatan historias de violaciones y violencia sexual, mientras que los hombres corren el riesgo de ser reclutados forzosamente por un grupo armado.

Nyalel, madre soltera con cinco hijos, llegó a Bentiu hace dos años, huyendo de la guerra y la muerte en Leer.

Como madre soltera con cinco hijos y administradora de una pequeña tienda de té en Bentiu, Nyalel sale regularmente del centro para recoger leña. Además de tener que dejar solos a sus pequeños durante horas, corre el riesgo de ser víctima de una agresión sexual o una violación. Un riesgo constante, tanto fuera como dentro del campo.

Sin embargo, la pequeña cantidad de ingresos que consigue Nyalel entre la tienda y la venta de leña justifica su decisión. "Vale la pena trabajar así de duro. Puedo ofrecer a mis hijos educación privada dentro del campo", dice.

Carencias sanitarias y médicas

Al igual que Kuany, Nyalel y sus hijos han vivido en Bentiu durante varios años, enfrentándose diariamente a la misma realidad. Dentro del campo, los eternos problemas con la carencia de servicios básicos presentan constantes desafíos. Los habitantes padecen enfermedades prevenibles, como las relacionadas con las condiciones precarias de agua y saneamiento.

Cuando los grifos de agua potable no funcionan, las personas van a recoger agua a los mismos lugares en donde las personas se bañan, lavan la ropa y sus platos. Las letrinas a menudo están en mal estado, y muchas contienen heces visibles. Tampoco hay puerta alguna que les brinde privacidad. Del mismo modo, los residentes se quejan de que no hay suficientes áreas para lavarse las manos y de que el jabón tiende a escasear.

Sistema de drenaje entre bloques y caminos, que se convierte en fuente para la malaria y el cólera.

Las precarias condiciones de vida, la violencia y las consecuencias a largo plazo de la guerra han provocado enormes necesidades médicas para la población desplazada. En este escenario, Médicos Sin Fronteras (MSF) proporciona la única atención médica secundaria disponible dentro del campo y también en las áreas circundantes.

La malaria, la diarrea aguda, la malnutrición y las enfermedades relacionadas con las condiciones deficientes del agua y el saneamiento son las principales causas de enfermedad y mortalidad en las instalaciones de MSF en Bentiu. Allieu Tommy, responsable del equipo médico de MSF, dice que aproximadamente un tercio de los pacientes que llegaron recientemente a la sala de emergencias dieron positivo en la prueba de malaria.

"Todavía estamos en la temporada seca, cuando los casos de malaria deberían ser muchos menos". En muchos lugares, el agua está altamente contaminada; no es adecuada para su consumo ni tampoco para bañarse. Además, atrae a los mosquitos", dice Allieu Tommy.

Área de pacientes del hospital de MSF en Bentiu, que llega a 170 camas en temporada alta

Las heridas relacionadas con la violencia son comunes. Durante 2017, MSF atendió mensualmente en sus instalaciones en Bentiu un promedio de 50 casos.

Las enfermedades crónicas y difíciles de tratar, como el VIH, también están presentes en Bentiu. Debido a la sobrepoblación, las enfermedades transmitidas por el aire, como la tuberculosis, pueden contagiarse fácilmente, lo que las hace particularmente peligrosas.

Gatchar, diezmado por la guerra y la enfermedad

Originario de Malakal, una de las ciudades más grandes de Sudán del Sur, Gatchar llegó a Bentiu cuando se debilitó y sufrió una lesión durante uno de los muchos enfrentamientos entre las fuerzas a favor del gobierno y la oposición. El tratamiento no le trajo ninguna mejoría, y después de ser derivado al hospital de MSF le diagnosticaron una doble infección de VIH y tuberculosis. "Era un hombre fuerte y alto, pero a medida que mi salud empeoró me volví flaco y huesudo", dice Gatchar.

A pesar de estar separado de su familia y de haber recibido un diagnóstico de por vida, Gatchar se mantiene optimista. Incluso actúa como un modelo a seguir para otros pacientes: en la sala de aislamiento de VIH y TB los alienta a mantenerse al día con su tratamiento. "Si puedo confiar en los médicos, pronto estaré mejor. No he visto a mi esposa durante mucho tiempo", dice.

Sin embargo, otros residentes de Bentiu no ven el futuro con el mismo prisma. "Vivir en el campo no es una alternativa. Nos gustaría volver a casa y comenzar una vida normal, pero no nos sentimos seguros", dice Kuany con tristeza, mirando el suelo mohoso de su tienda de campaña, oscura y caliente.

Pero para sus nueve hijos, que juegan afuera, aún tiene un poco de esperanza. "Quiero ver a mis hijos educados y teniendo éxito en la vida. Necesitamos una vida pacífica y todos debemos unirnos. ¿Es demasiado pedir?"

Fotos: Peter Bauza