Antonio de la Torre, un 'topo' iluminado en San Sebastián
- El actor deslumbra en la aplaudida La trinchera infinita, de los creadores de Loreak y Handia
- Es la historia de un ‘topo’ escondido de la represión franquista entre los muros de su casa durante 30 años
Antonio de la Torre es un hombre en permanente conflicto. Con su profesión, con sus ideas sobre la sociedad o de las relaciones humanas. Transmite, simultáneamente, una seguridad casi fría y un nerviosismo físico burlón. El actor presenta en San Sebastián La trinchera infinita, dirigida por los creadores de Loreak y Handia (Jon Garaño, Aitor Arregi, José Mari Goenaga), que ha sido aclamada y se coloca favorita para el palmarés.
En los últimos 10 años, De la Torre acumula 12 nominaciones a los Goya. Y un cataclismo tendría que suceder para que no vuelva el año que viene con su papel de ‘topo’ escondido de la represión franquista entre los muros de su casa durante 30 años.
La trinchera infinita traspasa su tiempo histórico para crear, en palabras de sus creadores, una “alegoría del miedo”. Junto a una inmensa Belén Cuesta, De la Torre compone una -otra más- cima de su carrera, en un papel que le pesaba especialmente por retratar su tierra y, tangencialmente, sus raíces.
PREGUNTA.: Los directores han dicho que para ti era una obsesión recrear fielmente un pueblo andaluz y el acento del personaje.
RESPUESTA: Nos jugábamos la película. Totalmente. Es verdad que por el hecho de ser andaluz, con toda la humildad digo esto, les decía: vosotros habéis hecho películas en euskera, pero cuidado que esto es un pueblo. A veces me pierdo con los acentos porque soy actor y voy de aquí a allá. Me presentaría así: 'Hola, me llamo Antonio de la Torre y tengo un suave acento andaluz'. Aunque te parezca cerrado, te aseguro que es muy suave. Así que no valía mi acento normal. Teníamos que hacer un viaje a una época y a un pueblo. Y ya te digo que me he quedado corto. Debatíamos sobre eso y, como boutade, les decía que si no se entendía pusieran subtítulos. Lo que tengo claro es que no quiero hacer películas que sean de mentira.
Te cuento una anécdota: preparando La noche de 12 años (la historia real de presos uruguayos aislados más de una década durante la dictadura en Uruguay) conocí a Henry Engler, uno de los rehenes que la película no muestra y que luego dirigió el Centro Uruguayo de Imagenología Molecular. Durante el encierro se volvió completamente loco, empezó a oír voces de una mujer y de extraterrestre. Y le hice una pregunta pavorosa, mitad al científico neurológico que es y mitad al hombre que vivió la locura: ¿Cómo es posible? Y me contestó: El hombre necesita estímulos, y si no los tiene, los crea. Cuando me despedí de él, me dijo: me encanta la gente que se toma en serio su trabajo. Que alguien con esa experiencia me dijera eso, es un halago tremendo. Por determinados oficios –como el de periodista, que también lo he sido- no se puede transitar de cualquier modo.
P.: Ayer se estrenó Mientras dure la guerra
R.: Creo que no hay debate. Es tan obvia la necesidad de revisar el pasado, de denunciar las atrocidades para no volver a cometerlas. Cualquier ser humano que tenga una aspiración ética, sincera y firme de buscar la verdad desde lo más existencial de su alma debería hacer eso. Pero la historia de la humanidad la cuentan los vencedores. Y eso también es la dinámica de poder. Al ser humano también le mueven otras cosas, relacionadas con imponer su relato. Y hay mucha gente convencida de que el franquismo estuvo bien.
R.: También están los que piensan que estuvo mal, pero que no hay que hablar de ello porque está superado.
R: Si, es una interesante reflexión, Entramos en un terreno… Cuando yo era más joven huía también del dolor, es un instinto supongo. Ahora, porque me queda menos camino y tengo menos miedo a la muerte, y por todo lo que me lo he trabajado, pienso que tienes que transitar los caminos de tu conflicto, transitar lo que te duele. La única manera de crecer como persona y, entre comillas, hacer un mundo mejor, es pasar por todo aquello que te hace sufrir y te hace más oscuro. Todos deberíamos hacerlo.
Esto me lleva a otro debate: somos una sociedad que necesita una educación sentimental. Una asignatura, que podrímos llamar interpretación o autoconocimiento, sería fundamental en la escuela. Hemos superado mucho ya la educación del franquismo, mi madre por ejemplo era analfabeta y la recuerdo yendo a la escuela para mayores. Ahora tenemos el reto de la educación sentimental. Tenemos que hacer clases para aprender empatía.
P.: Tu personaje prácticamente olvida que es una víctima. Cuando se lo recuerda a sí mismo es una secuencia catártica.
R.: Sí, es conmovedora, es la única escena en la que llora. Ojalá sea catártica. Descubro las películas en las promociones. Cuando vi la película por primera vez me gustó, pero se me plantearon dudas. Pero he asumido que ni puedo ver mis películas como espectador nuevo. Es el precio que pago por dedicarme a esto tan maravilloso.
Respecto a las víctimas, el régimen no murió: se murió el dictador. El régimen hizo la transición. Me ha quedado una frase de Íñigo Errejón (risas).
P.: La película es también una historia de amor muy metafórica, porque en cualquier relación de pareja alguien puede encerrarse en sí mismo y rompe el vínculo.
R.: Claro, pero hay algo esperanzador, porque a pesar de todo siguen juntos, se aman. El amor sobrevive a todo ese dolor. También es una manera de amar limitada. Ando en conflicto con cómo se amaba en aquella época, creo que porque empiezo a ser padre. Mis padres fueron hijos del franquismo, hijos del machismo. Mi madre sufrió lo que fue el franquismo para las mujeres pobres. Y mi padre también. Son cosas que hay que manejarlas con mucho cuidado, pero, evidentemente siendo grandes verdugos, los machistas también son víctimas.
P.: ¿En qué sentido?
R.: En la incapacidad para amar. El que concibe el amor como una posesión no puede amar. El machista es más limitado para amar. En ese sentido, es víctima. Con consecuencias terribles obviamente, como es la muerte de mujeres, pero una de las grandes tragedias del machismo es que niega el amor en la medida de que no ve al otro como alguien con quien unirse desde la igualdad. En ese sentido, la historia de amor de ellos dos está en un marco en el que el amor es prácticamente imposible.
P.: Más allá de los cambios de peso, ¿cuál era el reto de penetrar psicológicamente en tu personaje?
R.: Si me preguntas cuál es la gran dificultad para el actor, te respondo: captar el alma de un personaje. Antes hablamos de La noche de 12 años porque tenía que ver con los encierros, hemos hablado de los acentos, todo es un trabajo importante pero, al final, es el alma.
P.: ¿Y cómo es el alma de tu personaje?
R.: Yo qué coño sé.