La pugna entre periodismo y literatura germinó la obra humanista de Delibes
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- Delibes encontró en el periodismo la llave maestra de su quehacer como novelista cuando escribió El camino (1950)
Ni enemigos ni excluyentes, al menos en el caso de Miguel Delibes, periodismo y literatura no circularon por carriles paralelos sino que se complementaron hasta el punto de que el narrador encontró en el primero la llave maestra de su quehacer como novelista cuando escribió El camino (1950).
Tres semanas, casi sin enmiendas ni tachaduras, empleó en completar una obra maestra donde se encuentra gran parte de Delibes: el niño que veraneaba en Molledo (Cantabria), el dibujante, el novelista, la poética del paisaje, su amor por la naturaleza, la obsesión por la muerte y la complejidad de la vida.
Pero, ¿dónde estaba allí el periodista?
Lo insinuó él mismo cincuenta años más tarde durante una de sus últimas intervenciones públicas cuando el 19 de octubre de 2001, a través de una videoconferencia, clausuró el II Congreso Internacional de la Lengua Española celebrado en Valladolid.
"Hace más de medio siglo, cuando pergeñaba mi novela El camino, hice un gran descubrimiento: se podía hacer literatura escribiendo sencillamente, de la misma manera que se hablaba", dijo entonces sobre la difícil sencillez de una hazaña que conoció a través de su faceta de informador.
Sencillez, concisión y claridad
Periodismo y literatura "han sido así en mi vida dos actividades paralelas que se han enriquecido mutuamente", admitió unos años antes, el 26 de junio de 1987, cuando fue investido doctor Honoris Causa por la Universidad Complutense de Madrid, a propuesta de la Facultad de Ciencias de la Información. "En ese tiempo aprendí tres cosas fundamentales: a redactar, a valorar el alcance humano de la noticia y a facilitar al lector el mayor caudal de información con el menor número de palabras posible", añadió desde ese púlpito sobre tres rasgos que comenzó a aplicar en su narrativa a partir de El camino: sencillez, concisión y claridad.
Apenas tres años y dos novelas, desde La sombra del ciprés es alargada (1948) y Aún es de día (1949), hasta El camino (1950), tardó en aplicar esa máxima y encontrar su senda literaria como han coincidido en apuntar numerosos estudiosos de su obra, o lo que es lo mismo: soltó la pluma y se fogueó en las urgencias reporteras.
Trabajó en El Norte de Castilla
La censura de prensa de régimen franquista, que con la destitución de varios colaboradores y redactores le franqueó el paso en las páginas de El Norte de Castilla como miembro de plantilla, fue su mejor entrenamiento debido a la escasez de papel que obligaba a aprovechar al máximo el soporte informativo: decir lo máximo en el mínimo espacio posible.
Tras una primera toma de contacto con El Norte de Castilla que dirigía Francisco Cossío (1940), Delibes colaboró como caricaturista y crítico musical y cinematográfico (1941), firmó su primera crónica desde Molledo, sobre la caza mayor como actividad deportiva (1942) y se incorporó al decano de la prensa española como redactor de segunda (1944) en el vetusto caserón de la calle de Montero Calvo.
Un año antes, en 1943, había obtenido el carnet de periodista en la Escuela Oficial de Periodismo (EOP) y fue consignado con el 1.176 dentro de un Registro Oficial de Periodistas (ROP) cuyo número 1 llevaba el nombre de Francisco Franco Bahamonde.
"Generalmente los periodistas cuando escriben hacen borradores de literatura y si no llegan a hacer literatura, no es porque adopten un tono especial ni por la estructura de sus trabajos, sino por el apremio con que los realizan", volvió a terciar Delibes en un artículo ("El don de la palabra") publicado en 1991 e incluido posteriormente en su libro He dicho (1996).
La urgencia, "con el apremio de los correos" como dijo en otra ocasión, porque los cierres estaban supeditados a los horarios de los trenes nocturnos para la distribución del periódico, fue para Delibes la única diferencia entre uno y otro quehacer.
A la par que le llegaban los hijos -cuatro entre 1947 y 1950- y los libros -tres novelas en ese periodo-, circuló por el periodismo como subdirector (1953-1958), director interino (1958-1960) y director nominal (1961-1963), hasta que la asfixiante censura, que en su día le abrió las puerta del oficio, se las cerró entonces para dedicarse de lleno a la literatura.
Hasta 1977 se mantuvo como delegado del Consejo de Administración en la redacción de El Norte de Castilla. Pero el Delibes preguntón, inquisitivo y doliente no fue engullido por la novela, sino que continuó hasta el final de su obra con títulos como Castilla habla (1986) y La tierra herida (2005), cocinados con aroma a papel prensa, ya que en su caso literatura y periodismo fueron prácticamente lo mismo: la cosa quedó en tablas.
Un escritor que disparó con munición de poeta
La escritura de Miguel Delibes anidó en todos los géneros y especies posibles: desde la novela-río hasta la novela breve, desde el ensayo hasta el cuento, el artículo y la conferencia, pero nunca traspuso el umbral de la poesía convencido como estaba de que no rayaría a la altura que él se exigía en todo.
"Fui leyendo 'Cántico' cuando me di cuenta de que yo no sería poeta; de que nunca podría llegar a serlo. De que me faltaba la sabiduría necesaria para escoger las palabras esenciales desdeñando las superfluas", admitió este 'poeta frustrado' en un artículo publicado en La Vanguardia en 1984 ("Guillén y Valladolid").
No obstante, toda su obra está cuajada de alegatos, descripciones y evocaciones de gran lirismo, inspiración y ternura en paisajes y personajes mínimos u oprimidos a los que encumbró e hizo justicia a golpe de tinta, especialmente a los niños.
Toda su escritura fue un canto al individuo asediado y despojado por el poder y otro tipo de violencias, seres solitarios sin más amparo que su sabiduría e inocencia como fueron El Nini (Las ratas), el viejo Eloy (La hoja roja), Senderines (La mortaja), Pacífico Pérez (Las guerras de nuestros antepasados), Azarías (Los santos inocentes) e incluso Menchu (Cinco horas con Mario).
Tal vez, por esta razón, siempre consideró a Viejas historias de Castilla la Vieja (1964) uno de sus libros preferidos, un conjunto de cuentos cuya pureza, brevedad y precisión remiten más a la poesía que a un conjunto de cuentos donde, a juicio de la catedrática Amparo Medina-Bocos, "se encuentra todo Delibes".
"Está su visión de Castilla, la atención al paisaje, la vida de los pueblos, sus gentes, y todo ello con un léxico muy preciso: es muy poético", ha explicado a Efe esta catedrática, crítica y autora de numerosos estudios literarios.
Miguel Delibes se comportó como un poeta por libre en estas Viejas historias de Castilla la Vieja, donde la prosa brota espontánea, lírica y manantial, libre de ataduras y retóricas, acaso por la súbita inspiración que le sobrevino al contemplar una serie de grabados de Jaume Pla, que ilustró con su letra para dar origen, en 1960, a este mínimo pero denso volumen.