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Quién fue Mohamed Bouazizi, el tunecino cuya muerte hace una década desató la 'primavera árabe'

  • Bouazizi decidió acabar con su vida como grito de desesperación ante la situación que vivía
  • Posteriormente, su muerte acabó convirtiéndolo en un símbolo y desencadenó el estallido de las revueltas árabes

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Se cumplen diez años de la primavera árabe en Túnez

Mohamed Bouazizi era uno de los principales sustentos de su familia. Lo fue desde su más temprana adolescencia, vendiendo frutas y vegetales en un rudimentario carro por las calles de su pueblo. Sidi Bouzid, en el centro de Túnez, era ejemplo perfecto de la brecha que separaba las zonas rurales del interior de las más desarrolladas a lo largo de la costa.

14 horas - De la primavera al invierno árabe: guerras y conflictos 10 años después - Escuchar ahora

Una desigualdad que se cimentó en la época colonial francesa, que se fue consolidando con la independencia y, finalmente, con la presidencia autoritaria de Zine El-Abidine Ben Ali. Mejores infraestructuras, mayores inversiones estatales y un menor desempleo marcaban la línea divisoria entre quienes podían acceder a mayores oportunidades y aquellos a quienes les era negada la posibilidad de una vida mejor. Mohamed Bouazizi se encontraba entre estos últimos.

No era el único ni fue el primero. En los años 80 tuvo lugar la llamada "revuelta del pan" y en 2008, movilizaciones populares protestaron contra esa marginación de las regiones más empobrecidas. En 2010, Ben Ali llevaba más de 20 años dirigiendo Túnez y había construido todo un sistema clientelar, en torno a su propia familia, que acaparaba riqueza y poder, al tiempo que proliferaban las denuncias de violaciones de derechos fundamentales.

Impunidad y corrupción, caldo de cultivo de la revolución

Un clima de impunidad y corrupción se había extendido hasta el último rincón del país, autoridades y fuerzas de seguridad locales no escapaban a esas prácticas y, a lo largo de su corta vida, Mohamed Bouazizi fue víctima de ellas en múltiples ocasiones.

Con tres años perdió a su padre y, desde entonces, su vida se convirtió en una lucha diaria por la supervivencia. Se vio obligado a abandonar los estudios sin terminar el bachillerato para centrarse en mantener a su familia, a su madre y hermanos. Comenzaron entonces las humillaciones, el acoso y la confiscación de mercancía por parte de agentes de policía.

Un militar tunecino con una flor en su arma.

Un militar tunecino con una flor en su arma. Cristina Sánchez

Cada día era una batalla por lograr ganar unos pocos euros, siempre con el sueño de conseguir un empleo mejor. Con el paso de los años, esa posibilidad se alejaba y su frustración iba en aumento. Con todo, cuenta su entorno, siempre fue un chico amable que ayudaba a los demás entregando fruta y verdura a los más desfavorecidos.

Ese 17 de diciembre de 2010, Mohamed Bouazizi fue interceptado, una vez más, por la policía. Una vez más, le multaron y confiscaron la mercancía. Pero, en esta ocasión, una de las agentes le abofeteó y empujó, cayendo sobre su carro. Poco después, el joven se dirigió a las oficinas del gobernador donde nadie, cuenta su madre, atendió sus demandas.

Símbolo de la revolución

Cree su familia que fue la humillación y no la pobreza la que llevó al joven a tomar su siguiente decisión. Frente a la sede del poder local, se roció con gasolina y prendió fuego. Muchas han sido las versiones e interpretaciones de ese hecho, que acabó convirtiéndose en símbolo (fuera esa o no la intención de Bouazizi). La realidad es que sus llamas encendieron un fuego que en los meses siguientes se extendería por varios países bautizado como "Primavera Árabe".

Con quemaduras en el 90 % de su cuerpo, fue trasladado a un hospital. Mientras se debatía entra la vida y la muerte, sus vecinos habían tomado las calles de Sidi Bouzid en manifestaciones que acabaron reproduciéndose en otras partes de Túnez, incluida la capital. Para intentar aplacar ánimos, el propio Ben Ali visitó a un Mohamed Bouazizi que permaneció en coma hasta que su corazón dejó de latir el 4 de enero de 2011. Tenía 26 años. Para aquel entonces, la mecha ya estaba encendida y había iluminado sentimientos que hasta entonces permanecían en la penumbra.

La inmolación de Mohamed Bouazizi aunó reivindicaciones y desató una ola de empatía. Afloró el resentimiento hacia el nepotismo y la corrupción de un régimen, el de Ben Ali, que aguantó diez días más tras la muerte del joven vendedor ambulante.

La región a día de hoy

El 14 de enero de 2011, empujado por la movilización popular, se marchó camino de su exilio dorado en Arabia Saudí. Le seguirían Egipto, Libia, Siria y Yemen, entre otros. De esos autócratas, sólo queda vivo el sirio Bashar Al Assad.

De esos sueños de cambio y libertad, muy pocos se han hecho realidad. "Fue una revolución, antes que todo, en contra de la corrupción. La revolución de la dignidad, hablando de karama. Karama en árabe significa dignidad. Somos dominados, somos explotados, somos humillados y, además, nos quitan nuestra dignidad" afirmaba el politólogo Sami Naïr en declaraciones a Radio Nacional.

Mensajes en las paredes recuerdan diez años después la revolución.

Mensajes en las paredes recuerdan diez años después la revolución. Cristina Sánchez

Bouazizi fue el detonante, podría haber sido cualquier otro, de la explosión de una juventud árabe que ya estaba en ebullición y que arriesgó sus vidas, perdiéndolas algunos, en la lucha por un futuro mejor. Por cambiar a otra realidad en la que la emigración deje de ser su única opción.

Hoy, en Sidi Bouzid, todo el mundo conoce a alguien que ha tratado de llegar a Europa, que ha visto ahogadas sus esperanzas en el fondo del mar. La imagen de Mohamed Bouazizi aún puede verse colgada de las paredes de algunos de sus cafés.