La travesía de Aminata para escapar de un matrimonio forzoso: "Lo que viví no se lo deseo ni a mi peor enemigo"
- Esta mujer ha recorrido cuatro países y miles de kilómetros hasta llegar a Canarias para recibir protección humanitaria
- Escapó de un matrimonio forzoso en Costa de Marfil y asegura que muchas mujeres se quedan por el camino
Aminata luce una chaqueta naranja. Necesita luz y color después de haber vivido entre tanta oscuridad. Ha cruzado cuatro países recorriendo miles de kilómetros para llegar hasta aquí. El suyo ha sido un camino lleno de soledad y obstáculos: sola y con rumbo a ninguna parte. Tras más de un año vagando por la inmensidad africana, ha logrado arribar a Arguineguín.
Tiene 30 años y es de Costa de Marfil. El pasado 23 enero la patera desde la ciudad de El Aaiún del Sahara Occidental en la que viajaba rumbo a Canarias fue rescatada por Salvamento Marítimo. Aminata viajaba en una embarcación junto a otras 20 mujeres, cuatro niños y algún varón. No recuerda cuantos hombres, pero eran pocos. Lograron pisar tierra firme tras seis días de travesía. “Cuando llegué era incapaz de moverme del barco. Tenía el cuerpo paralizado y lleno de heridas”, recuerda.
Conversamos en la terraza de un bar, en Las Palmas, muy cerca del Centro Integral de Acogida de Cruz Roja donde se ha alojado tras ser dada de alta, después de una semana hospitalizada. Hace calor, pero no quiere quitarse la chaqueta naranja que tapa sus heridas. Ha pasado el tiempo, pero las cicatrices del viaje persisten en su cuerpo.
“Lo que viví no se lo deseo ni a mi peor enemigo. Me tuvieron que ayudar a bajar de la patera y a quitarme la ropa”, relata. Estaba abatida, derrotada, luchando entre la vida y la muerte. Señala que tenía el cuerpo lleno de heridas: “Llegué y me llevaron directamente en una ambulancia al hospital”.
El 13% de las personas que han llegado por la ruta atlántica a España en lo que va de año son mujeres. El número de pateras con mujeres y niños se ha incrementado este año y representan las operaciones de rescate más complejas. Ellas llegan en peores condiciones. Esta es una de las rutas más peligrosas y, según la Organización Internacional para las Migraciones, durante el año pasado 849 personas han fallecido en el intento de llegar al archipiélago; 18 fallecidos en lo que va de 2021.
Calcular el número de personas que mueren tragadas por el mar es una tarea difícil. Los datos son aproximados, ya que solo se cuentan aquellos fallecimientos de los que se tiene constancia en las islas, bien porque fallecieron en tierra, porque su cuerpo estaba en la patera o porque sus compañeros de travesía han manifestado que cayeron en mar.
“Querían casarme con un hombre de 87 años”
Aminata fue una niña feliz, jugaba a la comba y soñaba con estudiar. Cuando cumplió 21 años sus padres y sus abuelos decidieron que ya era el momento de casarse y se vio obligada a contraer matrimonio contra su voluntad. “Me tuve que ir con mi familia política y me convertí en ama de casa. Sufría mucha violencia por parte de mi marido, el embarazo se complicó por las palizas y, cuando tuve a mi hijo volví a casa de mis padres para buscar protección”, describe.
Rompe a llorar con cada respuesta, tuvimos que interrumpir hasta cinco veces la conversación y tomar agua. “Quiero hablar”, nos decía. Respiraba, cogía impulso y continuaba con su relato: “Cuando fui con mi familia a buscar protección porque mi marido me pegaba, mi padre decidió que tenía que casarme de nuevo. Esta vez querían casarme con un hombre de 87 años”. Iba a convertirse en su cuarta esposa.
“Estaba sorprendida, sobrepasada y me obligaron a tomar una decisión”, explica. No tenía dinero para sobrevivir con su hijo y su padre le dio un ultimátum: “O te casas o abandonas la casa”. Decidió tomar las riendas de su vida, cogió a su hijo y emigró a Abiyán, la capital de Costa de Marfil. Allí tenía a una amiga que la acogió unos meses. Después vio que la vida en la ciudad era complicada con un niño tan pequeño y decidió marcharse a un pueblo con su hermana.
“Mi objetivo no era venir a Europa”
Ha trabajado limpiando en casas hasta pagar la matrícula de la escuela de su pequeño Touré cuando cumplió seis años. Le costó unos 90 euros y era todo lo que tenía ahorrado. Decidió dejar al niño con su hermana y marcharse a trabajar para seguir ayudándoles con todos los gastos. Tenía la presión del padre que veía el matrimonio como única solución a todos los problemas.
Su exmarido jamás se ha preocupado por el pequeño. “Soy consciente de que soy la única persona con la que cuenta mi hijo”, relata. Al cabo de unos meses se puso a recabar información para ir al norte del continente. “Mi objetivo era llegar a Marruecos, trabajar una temporada y volver a por mi niño”, describe sus planes. Hace algo más de un año se despidió de su hijo y de su hermana y se marchó a pie.
Hubo trayectos que hizo caminando y otros haciendo autostop. Le cuesta recordar el camino recorrido por Mali, Mauritania, Sáhara Occidental hasta llegar a Marruecos. “No ha sido nada fácil”, dice. “He vivido de todo, de todo, de todo”, se interrumpe de nuevo, suspira, toma aire y concluye: “Todo lo peor que puede vivir una mujer”.
Las mujeres que salen desde estos países del África subsahariana se enfrentan a muchas trabas por el camino. Huyen de matrimonios forzosos, mutilación genital femenina o de la violencia estructural contra las mujeres, pero en el recorrido están expuestas a todo tipo de violencia. Muchas, a lo largo de estas rutas y en los países de tránsito se convierten en víctimas de trata con fines sexuales y de todo tipo de violencia. Sufren agresiones sexuales, físicas y psicológicas. Aminata reconoce que muchas se quedan en el camino.
Las mujeres y los niños son colectivos de especial vulnerabilidad, por lo que deben tener un tratamiento más específico y diferenciado a su llegada. De hecho, durante esta crisis migratoria que sufren las Islas Canarias, ellas son el colectivo que más se ha derivado a Península.
“Ser mujer en este mundo no es fácil. Tus padres deciden por ti y no entienden que puedes ser una mujer independiente, sin la necesidad de casarte”, explica. Por eso cuando llegó, pese a que estaba enferma, dice que “logré gritar muy fuerte por la liberación que sentía. Puse fin a la presión y al miedo”.
Se encuentra a salvo: “Puse fin a la presión y al miedo”
Aminata está nerviosa, no solo porque le cuesta relatar y revivir todo lo que sufrió, sino porque al día siguiente se marcha de las islas, a una casa de acogida en Sevilla. Le habían dicho que iba a tomar un avión rumbo a Madrid y que luego iría a Sevilla. “Tengo que recoger las cosas, ya me han confirmado que voy a viajar mañana”, confiesa impaciente. Nunca ha cogido un avión, pero se siente protegida. “No voy a correr ningún peligro y estoy a salvo”, dice satisfecha.
“Nunca olvidaré la primera acogida en el muelle”, dice. Se siente muy agradecida, tanto con el personal de Cruz Roja, como con los sanitarios del hospital y todas las personas que durante estas semanas la han arropado.
Está envuelta en un sentimiento agridulce. La felicidad de estar aquí entremezclada con la nostalgia. Hará lo posible para estudiar algo, pero su prioridad es que a su pequeño no le falte de nada. “Solo me tiene a mí", repite una y otra vez.
Aquí no conoce a nadie. Lo que más agradece es la seguridad, ha dejado de tener miedo en la calle y sobre todo se siente libre. “He tomado las riendas de mi vida”, apunta, aunque reconoce: “No voy a dormir tranquila hasta que mi hijo no esté conmigo”.