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Acoso sexual ¿laboral?: las riders denuncian machismo

  • Hablamos con Katiana, Nuria, Ana o Carlos, que denuncian conductas machistas por parte de algunos clientes
  • No ceder ante el acoso sexual se traduce en una penalización a su trabajo, aseguran
  • Al no ser asalariadas, las repartidoras no están protegidas por la normativa frente al acoso sexual en el ámbito laboral

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Repartidora de comida llegando a un domicilio
Repartidora de comida llegando a un domicilio

La llamaremos Katiana por petición expresa. No puede denunciar acoso sexual en su trabajo como rider porque no es asalariada, pero su experiencia camina por algo que se le parece mucho. Ella y otras profesionales del reparto de comida a domicilio denuncian que hay hombres que les abren la puerta desnudos, que se les insinúan o que las chantajean mediante las opiniones del cliente. Su decisión de quedarse en el anonimato es una metáfora de la invisibilidad que sufre. La suma de una desigualdad estructural y de la precariedad contribuye a enmascarar esta problemática que no pueden combatir con las armas de los planes de igualdad, que quedan fuera de su alcance.

Katiana vino a España desde Latinoamérica. En su país de origen tenía una formación profesional y una licenciatura. Al cruzar el charco en busca de una vida mejor tuvo que dejar, literalmente, sus títulos encima de una mesa y subirse a una bici: “No pude homologarlos y viendo que aquí no importaba mi especialidad ni el talento que podría tener dije voy a probar a ser repartidora”.

Es un orgullo ver a las mujeres siendo riders, cada día se ven más

Al principio, reconoce, todo era favorable, pero la pandemia lo ha cambiado todo. No solo en las tarifas -que cada vez se reducen más-, sino también en la calle: “Es un orgullo ver a las mujeres siendo riders, cada día se ven más”. Pero, al incremento de la presencia femenina, también le sigue el aumento de las situaciones machistas que tienen que vivir trabajando: “Es normal que haya clientes que te esperen en paños menores o que te piden que pases a su casa a tomar algo”, confiesa Katiana.

Tanto es así que ya tiene técnicas incorporadas a su día a día cómo dejar la puerta del ascensor abierta cuando sube al domicilio o ir acompañada a las zonas donde se siente más insegura. Katiana destaca otra de sus muchas experiencias. En esa reconoce que sintió “verdadero temor”: “Cuando llegué a la casa, piqué el telefonillo y el cliente bajó a buscar el pedido. Al recogerlo me dio diez euros y me dijo: son para tomar un café conmigo en ese bar de la esquina. En ese momento te viene una película de miedo a la mente y le dije: ‘no gracias'. Dí un paso atrás y salí corriendo. Menos mal que bajó a la calle porque por su actitud no sabía que me podía haber hecho si hubiéramos estado en su casa”.

Al recoger el pedido me dio diez euros y me dijo: son para tomar un café conmigo en ese bar de la esquina

Estos episodios “ocurren y están bastante naturalizados”. Lo reconoce Nuria Soto, quien asegura que las repartidoras se encuentran con situaciones comprometidas o violentas: desde que te abran con poca ropa a que te hagan insinuaciones continuamente. Soto, que argumenta que no tiene problema en que se la reconozca fue “despedida” de Deliveroo por reclamar derechos laborales, recuerda el caso de un cliente que iba pidiendo el número de teléfono de una repartidora a todos los riders que acudían a su casa. “Al final lo consiguió y no paraba de escribirla”, explica.

El relato de otra veterana en el sector, Ana Mesones, con 10 años de experiencia como repartidora en bicicleta es similar: “Era un día que iba a llevar la compra de un supermercado a una casa. La mujer me pidió que dejara los paquetes en la cocina y al hacerlo, me encontré a su marido en albornoz. En uno de los viajes para dejar las bolsas, apareció el hombre con el albornoz abierto y diciéndome que le hiciera un trabajito”.

Las consecuencias de frenar las actitudes machistas y la dificultad de denunciar

A no ceder ante el acoso le sigue una mala puntuación en la aplicación para la que trabajan estas mujeres. Es lo que denuncian tanto Katiana como Mesones. Desde Deliveroo responden a rtve.es que “los riders pueden rechazar en todo momento cualquier pedido que no quieran realizar sin ningún tipo de explicación”. Sin embargo, Soto rebate tajantemente esa afirmación: “Eso es mentira. Sí hay penalización y recriminación por más que digan que no. Además, las repartidoras no tienen una bola mágica para saber si a quien se reparte es un acosador o no”.

Las repartidoras no tienen una bola mágica para saber si el cliente es un acosador o no

Precisamente, esta realidad la han estado estudiando desde el sindicato Comisiones Obreras. La responsable de precariedad y nuevas realidades del trabajo de esta organización, Carmen Juares, también asegura que son habituales las represalias tras obtener una puntuación negativa. “O bien se sanciona con tres días sin poder tener acceso a la plataforma (de reparto de comida) o se reciben menos pedidos”, comenta.

Juares pone como ejemplo otro caso: “Una rider nos contaba que le pidieron el teléfono, ella se negó a dárselo y el cliente envió un mensaje a Uber Eats diciendo que no se había entregado el pedido. En esta plataforma los repartidores tienen la obligación de hacer una foto en la entrega. Esta trabajadora la tenía y, efectivamente, no obtuvo contestación por parte de la empresa”. Quien tampoco recibió una respuesta fue Mesones cuando denunció otra actitud machista de un cliente.

Tanto Deliveroo como Uber Eats dicen mantener “una actitud de tolerancia cero frente al acoso” y disponer de “espacios para reportar estos problemas de seguridad”. Por su parte, Glovo además recuerda que cualquiera puede informar a las autoridades correspondientes y que “tan pronto como dicha autoridad requiera esa información ellos facilitarán todos los datos relativos a la investigación”.

Acoso sin rastro

No hay datos que perfilen a los repartidores de plataformas como Uber Eats, Glovo, Deliveroo o Just Eats, pero sindicatos como CC.OO. o el colectivo estatal Riders X Derechos -que lucha por las condiciones dignas de los trabajadores de reparto a domicilio- respaldan que la virulencia de la pandemia con las mujeres ha hecho que cada vez se acerquen más a este trabajo originalmente masculinizado. Tampoco hay cifras de denuncias en comisaría pese a que la única solución ante el acoso sexual es dar parte oficial, como reconocen la Policía Nacional y los Mossos d’Esquadra a rtve.es. La policía catalana explica que los investigadores no han observado que haya un incremento, pero que “también influye que a la hora de denunciar en muchos casos no se especifica en qué trabajan”.

Para la abogada laboralista y parte de la Asociación de mujeres juristas Themis, Esther Goñi, la ausencia de denuncias es totalmente lógica por el exceso de vulnerabilidad del colectivo y por las pocas demandas que salen adelante ya que la dificultad de probar los hechos es “tremenda”: “Para todo lo que sea un delito y vaya a un juzgado penal, al final hay que ofrecer un indicio de prueba. Ese es el gran problema en todos los delitos sexuales porque no hay quince espectadores viéndolo”, recuerda Goñi. “Aunque fuera acoso sexual en el trabajo, tampoco habría datos fiables por esta dificultad”, añade la experta, que cree que las 1.071 actuaciones que Inspección de Trabajo -asegura a este medio- haber llevado a cabo entre 2018 y 2020 solo son la punta del iceberg de lo que ocurre.

Su testimonio lo respaldan las escasas cifras que hay en relación a esta materia. Según la macroencuesta de Violencia Contra la Mujer 2019, una de cada cinco mujeres es acosada en el el ámbito laboral y, sin embargo, el 72 % de ellas, no ha denunciado los hechos por miedo a las represalias, como concluye otro estudio recientemente publicado por la Delegación del Gobierno contra la Violencia de Género.

Una de cada cinco mujeres es acosada en el ámbito laboral. El 72 % de ellas, no ha denunciado por miedo a represalias

La repartidora Ana Mesones incide en la dificultad de recabar testimonios y pruebas por la naturaleza del propio trabajo: “No puedo entrar con una cámara a cada casa y si hay testigos, que suele haber pocos, no hablan por el miedo a quedarse sin trabajo”. Algo similar confiesa Katiana que no se ve denunciando porque no ha visto nada “netamente grave” aunque “sí muy incómodo”. Cuenta también que, el día que quiso reportar la actitud machista de un camarero al recoger un pedido, “fue todo demasiado rápido, su jefe se dio cuenta, el chat de la plataforma justo no estaba funcionando y dije ‘bueno, pues ya está”.

Ley Rider, una oportunidad de oro para la igualdad

Todo estos casos ocurren a espaldas de los planes de igualdad que ya son obligatorios para todas las empresas de más de 50 trabajadores y que recogen que han de prevenir estas situaciones. Este medio no ha conseguido acceder a los de las plataformas a pesar de los requerimientos. Todas remiten a las declaraciones oficiales de sus páginas webs. Pero, aunque existan protocolos, estos paraguas no cubrirían a las repartidoras. Los riders no trabajan directamente para las compañías, sino que lo hacen por cuenta propia, son autónomas.

"La realidad es que, al ir por libre, están totalmente indefensas”. Así lo piensa Goñi que explica que “la normativa de acoso sexual en el trabajo en nuestro país está prevista para la actividad por cuenta ajena y que, al no ser asalariadas, ellas ni siquiera pueden ponerle el apellido de laboral al acoso sexual que sufren”. Añade que, “si las empresas hubieran querido, aunque hubiera una laguna legal, se podría haber paliado con un simple compromiso -igual que lo hacen en los arbitrajes- para que, cuando se diera el acoso, hubiera una pauta de actuación clara”. La de la laboralista es una visión que comparte Juares que matiza que, además del aspecto legal, en general “hay poca conciencia en la sociedad sobre lo que es el acoso sexual en el trabajo y cómo combatirlo”.

La situación promete cambiar tras la postura del Tribunal Supremo que ha declarado la existencia de relación laboral entre los repartidores y las empresas, y por la llamada ‘ley de riders’ que, según confirman desde el ministerio de Trabajo a este medio, efectivamente "determinará la laboralidad de repartidoras y repartidores y, por tanto, equiparará la protección incluyendo, por supuesto, las materias relativas a la igualdad". La norma, que ya tiene acuerdo, -y retraso respecto a las promesas del Ejecutivo-, "se prevé" que vaya este martes, día 11 de mayo, al Consejo de Ministros que la tramitará como Real Decreto Ley, según afirman esas mismas fuentes. Posteriormente, se publicará en el BOE y pasará al Congreso de los Diputados. Recorrido al que, apuntan desde CC.OO, todavía habrá que sumarle un periodo de tres meses hasta que las empresas se adapten a ella.

La precariedad tras la imagen y el nombre

Si usted ha consumido a través de alguna de estas plataformas, ha conocido el nombre y la foto del repartidor o repartidora que le ha entregado la comida. Que estos datos personales se dejen al margen es la principal reivindicación de las repartidoras para reducir estas actitudes machistas que se encuentran en algunos domicilios. “No hay ninguna necesidad en saber si viene una chica o un chico. Si tú pides en una pizzería, y ellos tienen sus repartidores, no sabes quién te lo va a traer”, recuerda Soto.

No hay ninguna necesidad en saber si viene una chica o un chico

Las plataformas defienden la utilización de los perfiles como parte del buen servicio hacia sus clientes. Desde Glovo y Uber Eats puntualizan que nunca se da el teléfono del repartidor -ni del cliente-, ya que la comunicación en caso de que haya alguna incidencia en el reparto se hace a través de una centralita que garantiza la protección del número personal de los riders. Para Juares, que no se supiera quien hace la entrega sería una manera de mitigar el problema porque no habría una predisposición, pero “las empresas siempre buscan el beneficio a costa de la integridad de la persona trabajadora”, argumenta.

No entregar estos datos a la otra parte es una de las bases fundacionales de la federación europea de cooperativas de entrega por bicicleta Coopcycle. Así lo asegura Martino Correggiari, repartidor y uno de los fundadores de La Pájara Ciclomensajería, una organización compuesta por siete repartidores que se define por “usar la tecnología para mejorar las condiciones laborales” y que forma parte del colectivo comunitario. “Nuestros clientes nunca saben nuestro nombre, apellidos ni la posición en la que nos encontramos y, a su vez, solo pedimos la información del consumidor para la logística, pero no utilizamos los datos para nada más”, explica desmarcándose de la opinión de las grandes plataformas. La cuestión aquí, cree Correggiari, es otra: “Se trata de una dinámica que han introducido las empresas para intentar limitar el problema que han alimentado ellos mismos de las cuentas alquiladas”. Misma opinión sostiene la sindicalista que indica que sobre “este mercadeo de perfiles tampoco hay datos”.

Reconocen todas las partes,excepto las empresas, que es un mecanismo para las personas que están en situación administrativa irregular. Es el caso de Carlos (nombre ficticio), un migrante que confiesa que “trabaja en Glovo bajo el perfil de un familiar”. Para él, que dice ser consciente de la explotación, esta situación es la única alternativa para subsistir. “Yo llegué hace dos años y, mientras espero que me den el asilo político, me tengo que buscar la vida, me las tengo que 'comer verdes'. Yo no vine aquí a robar ni a hurgar en la basura, sino a buscarme la vida de la manera más digna posible y esta es una forma”, dice. Por eso, cree que el debate de las fotos y nombres es algo estéril porque asegura que “más de la mitad” de los repartidores no son las mismas personas que aparecen en los perfiles.

El acoso no es un hecho aislado, sino una consecuencia de la precariedad y la vulnerabilidad

“Todas las empresas lo saben”, dice Carlos, y explica que esas cuentas se suelen “alquilar” a sus titulares por un 20 % de los beneficios que se sacan al mes. “Yo pago la cuota de autónomos de mi familiar y reparto en la bici bajo su nombre, así que el día que sufrí una situación incómoda en la que un cliente me cogió el antebrazo y me llamó guapo, no pude decir nada”, añade. Un argumento, el de la precariedad, que choca con su temor a que, con la nueva ley, se pueda quedar sin trabajo: “Tengo una gran incertidumbre. Ya están contratando a gente a través de empresas de trabajo temporal y, claro, los que venimos de fuera y no tenemos papeles no seremos una opción para ellos”. Para Juares este es precisamente el ejemplo del chantaje. Son estos trabajadores y, sobre todo, trabajadoras, las que “no pueden denunciar” y para las que “el acoso no es un hecho aislado, sino una consecuencia de la precariedad y la vulnerabilidad que tienen que sufrir diariamente".