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Túnez

La travesía de Munjida para convertirse en la voz de las mujeres migrantes: "La radio es mi refugio y mi salvación"

  • Munjida tiene 29 años y huyó de Sudán, en Libia secuestraron a su marido y ahora rehace su vida en Túnez
  • Miles de migrantes llegan al sur de la costa tunecina con la esperanza de ahorrar y marcharse hacía Europa

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Munjida en la radio
Munjida en la radio.

“En la radio me siento empoderada y es mi refugio”, dice Munjida mientras se prepara para grabar su programa. Su voz es solo suya, pero se ha convertido en altavoz que reclama derechos para las personas migrantes que viven en la región sur de Túnez. Ella también lo es. Procedente de Sudán, lleva dos años en el país con su marido y su hijo. Hace un mes una asociación local le propuso hacer un programa de radio y lo ha llamado Médnine solidarité.

Envuelta en su pañuelo verde, viste una blusa colorida y una gran sonrisa. Repasa el guion mientras nos atiende. Lleva unas gafas negras que disimulan una mirada bañada por las heridas del pasado, pero enfocada en lo que está por venir. Un día prestó su testimonio en la televisión tunecina y, ahora, está en el otro lado, se ha convertido en la locutora más reclamada por los medios de comunicación. A través de las ondas, su voz suena clara, fuerte y contundente.

Munjida mira al futuro porque la suya es una historia de supervivencia. "En el espacio de trabajo no quiero contar más de mi experiencia", dice. "Aquí quiero hablar de derechos, de procedimientos legales y, también, de la solidaridad de la población local". Nos muestra la radio comunitaria, tiene una pequeña redacción, una sala de reuniones y un estudio diminuto con tres micrófonos. El programa que dirige se emite en internet, pero también por YouTube.

Víctima de mutilación genital

Cuando termina su jornada, nos propone hablar en una cafetería. Elige la mesa más alejada, pide un zumo de limón, suspira y comienza su relato. "No soy una víctima", deja claro. "En Sudán, donde nací, apenas sabía leer y escribir. He vivido en Libia y aquí en Túnez estoy aprendiendo muchísimo", aclara.

Sin estar casada no habría podido salir de Sudán

Ella nació hace 29 años en una pequeña aldea a pocos kilómetros de Jartum en el seno de una familia de agricultores, no pudo terminar sus estudios, y a una edad muy temprana se casó con Alá. "Sin estar casada no habría podido salir de Sudán. No lo habría permitido mi familia y hubiera sido muy peligroso”, nos aclara y cuenta que en su país le quedan sus padres, tres hermanos y una hermana. Tenía otra más que falleció.

Recuerda la despedida de su madre. "Te va a ir muy bien hija", le dijo estrechando sus manos. "El lugar donde vivía lleva años sufriendo las secuelas de un conflicto que se ha cobrado la vida de muchas personas. Hay muchas otras desaparecidas y muchas familias divididas. Las mujeres allí estamos expuestas a la violación en cualquier momento", relata y lamenta haber sido víctima de mutilación genital.

Un día su marido llegó a casa con todo el dinero que necesitaban para poder salir de allí. "Nos habíamos casado y no teníamos nada. No podíamos formar una familia", justifica, y una noche tomaron la decisión de partir. “Teníamos mucho miedo, nuestras vidas estaban en peligro”. Esquivaron milicias y controles gracias a la complicidad de la noche que les permitió pisar tierras libias.

Libia: cárcel de migrantes

La inestabilidad y la violencia se han apoderado de Libia desde el estallido de la primavera árabe. El derrocamiento de Gadafi desembocó en una guerra civil eterna, con cientos de milicias ingobernables. Se trata de una de las regiones más ricas de África convertida en escenario de disputa, actualmente con un nuevo gobierno de unidad nacional para todo el país hasta las elecciones de diciembre.

Libia es un estado fallido para su población local y un carcelero para las personas que migran tratando de alcanzar Europa. La Agencia de la ONU para los refugiados denuncia que muchos refugiados en Libia continúan sufriendo abusos, torturas y son vendidos como esclavos, miles de mujeres y niñas son objeto de tráfico sexual.

Cuando Munjida y su marido llegaron a este país en ruinas, un amigo sudanés los acogió en su casa y les ayudó a conseguir trabajo. "Alá trabaja muy bien el hierro y comenzó a trabajar con un libio en su taller", asegura orgullosa. Alquilaron una pequeña vivienda y ella se quedó embarazada. Pero el parto no fue bien, no tuvieron en cuenta las cicatrices de la mutilación genital. “Tardaron mucho, el bebé nació sin oxígeno y no sobrevivió. Le habíamos puesto el nombre de Ahmed”. Respira, toma otro trago de zumo y se esfuerza para contener las lágrimas.

A los pocos meses de ese parto traumático, volvió a quedarse embarazada y fue entonces cuando secuestraron a su marido en el mercado. "Se fue a comprar algo de verdura y no volvió", recuerda. No tardó en recibir una llamada para reclamarle dinero si quería volver a verlo vivo. “Estuvo tres días recluido, entre vecinos libios y amigos sudaneses conseguimos reunir una cantidad ingente de dinero y lo liberaron”. Pero de nuevo el embarazo se frustró, Munjida abortó a causa de la tensión y el miedo. "Me vi sola".

Sin embargo, a pesar de todo, hace hincapié en que para ella no todo fue malo en Libia. “Allí conocimos a personas que nos ayudaron mucho”, remarca.

Zarzis, un lugar de paso: “Vivimos en paz, pero no hay trabajo”

En abril de 2019 Munjida y su marido decidieron dejar Libia y cruzar la frontera con Túnez. Con algo de ropa y comida cogieron un coche que les llevó a Trípoli, de allí a Zuwar y después hasta la localidad fronteriza Abu Kamash. Caminaron por la costa, un trayecto corto pero peligroso, que hicieron de noche para evitar los controles.

Munjida preparando su programa de radio Médnine solidarité

Munjida preparando su programa de radio Médnine solidarité. RTVE.es

Nada más entrar fueron detenidos por la policía tunecina y llevados a la cárcel durante dos semanas. "A mi marido le habían torturado en Libia y teníamos mucho miedo de la policía", pero allí "nos daban comida y podíamos dormir", dice sorprendida. En Túnez las cosas no han sido fáciles, pero es un país más seguro.

Han solicitado el estatus de refugiado y han encontrado cierta estabilidad. Al fin, han sido padres de un niño, el pequeño Brahim. La radio le está permitiendo conocer otras historias. “He mejorado el árabe y quiero aprender ingles y francés”, dice. "No tengo nada que ver con el periodismo, con la radio o la tele. Me pidieron este programa y me gusta porque me permite conocer historias de vida parecidas a la mía". Lo que más ha aprendido, dice, es la paciencia.

No tenemos dinero para cruzar el mar los tres, ni quiero arriesgar la vida de mi familia

"No tenemos dinero para cruzar el mar los tres, ni quiero arriesgar la vida de mi familia. Hemos pedido asilo y puede que ACNUR nos derive a un tercer país: aquí no hay trabajo", dice. Mientras tanto, tiene la radio y no se arrepiente de haber llegado hasta aquí, de haber abandonado Sudán. “Allí habría muerto”.

En esta pequeña localidad costera se calcula que siempre hay unas 1.200 personas migrantes, nos explican desde la Media Luna Roja tunecina. Son personas que están de paso y que no quieren quedarse aquí. Hay un centro de acogida gestionado por ACNUR que acoge a unas 120 personas y hay algunas casas en las que viven hacinadas decenas de personas.

Grupo de jóvenes durmiendo en el suelo tras ser rescatados de una patera

Grupo de jóvenes durmiendo en el suelo tras ser rescatados de una patera. RTVE.es

En la última semana han sido rescatadas unas 54 personas que viajaban en una patera que había salido el miércoles desde Zuwara (Libia), entre las que había 39 mujeres. La mayoría eran de Eritrea, Gambia, Bangladés, Nigeria, Mali, Camerún y Kenia.