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Ucrania, en guerra (XXIII)

Tres meses de guerra en Ucrania: los habitantes de los pueblos liberados aún no cantan victoria

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Así viven los vecinos de Kutuzivka, un pueblo liberado de Járkov

Las nubes grises no permiten al cielo respirar. Los rayos de sol se niegan a acariciar el asfalto abrasado. El fuego de artillería no cesa. A escasos cuatro kilómetros del frente de Járkov los dos ejércitos, el ruso y el ucraniano, se disputan el control de Vesele, una ciudad que aún permanece bajo ocupación rusa. Una ofensiva que comenzó el pasado 24 de febrero y que en las últimas semanas se están centrando en la región del Donbás, tras hacerse con el control de Mariúpol.

Por el momento, esta localidad no se suma a la veintena de poblaciones de la periferia de Járkov, liberadas por las fuerzas armadas ucranianas, y que son su motivación cuando se cumple el tercer mes de guerra. Járkov, la segunda ciudad más importante del país, es una de las más castigadas por la ofensiva rusa.

Un tanque, con la característica "Z" de color blanco dibujada en los laterales de las tropas rusas, está inclinado sobre el borde de en una de las principales carreteras que une Járkov con la primera línea de guerra. A esta parte del territorio, únicamente se permite el acceso con escolta militar. Más adelante, a menos de un kilómetro, aparecen más vehículos militares calcinados y oxidados por la acción de las últimas lluvias.

Un tanque ruso en una de las principales carreteras que en dirección a la frontera con Rusia.

Un tanque ruso en una de las principales carreteras que en dirección a la frontera con Rusia. PABLO TOSCO

Se han convertido en un símbolo de la resistencia ucraniana. Alexander, Victoria e Ilko, reclutas del ejército ucraniano, exhiben con orgullo, los restos de lo que fue un batallón ruso; la matrícula rusa de un camión de suministros de armamentos, otros dos tanques y dos autobuses que trasladaron a los combatientes con todos los asientos quemados. Uno de ellos apenas se le reconoce porque está volcado. “No podéis pasar, no es seguro”, dice Victoria alertando de que puede haber algún artefacto todavía sin detonar. De una simple ojeada pueden observarse los restos de morteros y misiles están desperdigados por todas partes.

Victoria tiene 18 años, los cumplió en agosto, y ahora es artillera de tanques. Sus abuelos viven en Kupyansk, localidad ocupada el primer día de la guerra. "El alcalde de la ciudad se rindió y ni siquiera intentó detener a los rusos", dice con enojo.

"Sé que están bien", dice en referencia a su familia, que en realidad es lo único que le preocupa, pues pese a desarrollar una actividad peligrosa, afirma que no tiene miedo. "Los hombres están en primera línea ¿Por qué deberíamos las mujeres quedarnos en casa? Las mujeres somos militares, conductoras o francotiradoras", concluye Lilya.

"Después del primer mes de la guerra, sentí fatiga y un cansancio total. Ahora estoy bien y optimista", cuenta orgullosa mostrando cómo han ido liberando los pueblos, que recorren esta carretera. Explican que todos estos vehículos tenían como objetivo controlar Járkov, sin embargo, toda la columna de vehículos fue obligada a detenerse.

"Ni siquiera tuvieron tiempo de salir de sus tanques. Murieron en esos tanques, ya ves que las puertas de los tanques están cerradas, hay rusos muertos adentro", indica Alexander. Aclaran que son las del escuadrón OMON, Unidades Especiales de la Guardia Nacional de Rusia, especializadas en mayor medida en las tareas de las unidades antimotines. "Su misión era contener y pacificar a los civiles que se oponen a la ocupación", nos explican.

Los últimos rastros de los soldados rusos

La carretera, desierta, sólo es accesible a los vehículos militares que la atraviesan a gran velocidad en un ir y venir, entre el frente las pequeñas aldeas ocultas en los bosques la rodean.

Dos soldados de la autodefensa territorial custodian la calle principal de Ruska Losova.

Dos soldados de la autodefensa territorial custodian la calle principal de Ruska Losova. PABLO TOSCO

La imagen fija es la de la destrucción, una destrucción bajo nubes de un gris plomizo que desfigura debiera ser un paisaje primaveral. Kutuzivka vuelve a amanecer abandonada.

Por sus calles deambulan un perro y un gato. Aquí vivían un millar de personas, antes de la ocupación, ahora quedan unas pocas decenas. Todas se esconden. Lilya indica un cuerpo de un soldado ruso boca abajo. Se ve claramente porque el viento ha deslizado el manto que lo tapaba. Las moscas le cubren el brazo izquierdo. "Nos hemos encontrado con muchos cadáveres y este lleva aquí varios días", dice Victoria.

Explican que hay todo un protocolo para levantar estos cuerpos de las fuerzas enemigas. "Están abonando nuestra tierra", dice Alexander con sorna.

En las calles, entre los escombros, se aprecian restos que atestiguan que durante semanas, los soldados rusos estuvieron aquí; zapatos, uniformes y máscaras de gas, y otros enseres militares. Botellas de agua, de refrescos y bebidas energéticas es lo que queda dentro de un salón de actos de un edificio de la administración pública.

En la pared del fondo un decorado pone: "Feliz año nuevo". Resulta irónico que en ese edificio, en poco más de un mes y medio, la alegría por el nuevo año se transformara en una pesadilla para los habitantes de este pequeño pueblo.

Pese a que fue liberado el 28 de abril, casi un mes después sus habitantes no han recuperado la normalidad. La vida sigue detenida, quizás porqué los combates desde aquí aún se escuchan. Kutuzova lleva el nombre del mariscal del Imperio Ruso que derrotó a Napoleón utilizando la estrategía del desgaste en la guerra de 1812.

Máscara de gas en el teatro de Kutuzova que sirvió de cuartel durante la ocupación rusa en Ucrania

Máscara de gas en el teatro de Kutuzova que sirvió de cuartel durante la ocupación rusa. PABLO TOSCO

Yuri y Tatiana, testigos del horror

Los cristales reventados de las ventanas no han impedido la entrada del frío en todas las casas, pero vivir en el sótano ha sido más frío aún para Yuri y Tatania. Los escoltas guían a entrevistar a una pareja de octogenarios que nunca se han marchado de su casa. Los pocos vecinos que se han quedado, permanecen escondidos. Tienen miedo. Nadie les garantiza que no volverán a ser invadidos. Entre los escombros, se sientan en un banco a las afueras de su casa.

La pareja ha sido testigo de todo lo que ha ocurrido. "Nunca antes habíamos tenido problemas con la electricidad. Vivimos sin luz desde febrero. Sin suministro de agua. Nos vemos obligados a buscar agua en los pozos", denuncia Yuri con el rostro arrugado.

Visten de negro y se van dando la palabra para reconstruir lo vivido. Tienen un hijo con discapacidad, casado y con hijos, que ahora no va a poder volver aquí en estas condiciones. "¿Por qué está pasando?", se preguntan, sin encontrar respuestas. Afirman que nadie les hizo daño. "Si me preguntaban algo contestaba", dice Tatiana. "No he hablado con los rusos. Una vez vino un soldado ruso y me preguntó si tenía cigarrillos", asegura por su parte Yuri.

Nos escondimos en el sótano y la metralla nos golpeó la puerta. Lo más horrible fueron los bombardeos. Lloré mucho mucho

Todo ha quedado arrasado. Los vecinos que se fueron no tienen adonde volver. “Nos escondimos en el sótano y la metralla nos golpeó la puerta. Lo más horrible fueron los bombardeos. Lloré mucho mucho”, rememora la anciana.

Tatiana en el sótano de su casa que le sirvió de refugio durante los bombardeos.

Tatiana en el sótano de su casa que le sirvió de refugio durante los bombardeos. PABLO TOSCO

Uno de los gallos cacarea para reivindicar que ha sobrevivido, lo que trae a la memoria de los ancianos la destrucción de su granja, “la han quemado hasta los cimientos, nuestros patos, pollos, todo fue quemado hasta los cimientos”, dice.

La visita al sótano es obligada. Las noches se convirtieron en una pesadilla incluso, estando refugiados en entre esas gruesas paredes. “Sonaba como ¡boooom!, luego ¡peeeew! y otra vez ¡boooom!”, explican, mientras gesticulan con las manos acompañando las onomatopeyas referidas a los bombardeos nocturnos.

Vivir tantos días en un lugar inhabitable, tan frío, ha sido una pesadilla, dice Tatiana. Mira a su alrededor y alzando la voz, repite "que nos devuelvan todo lo que teníamos y han destruido. Hemos trabajado duro durante toda nuestra vida y nos quedamos sin nada". "Estamos enfermos en un intento de hacer llegar sus reivindicaciones a los soldados rusos".

Ruska Losova: liberado hace dos semanas

"Huyeron al lado ruso, a la mitad se les impide regresar y la otra mitad está en Jarkov o el oeste de Ucrania", afirma Ilko Bozhko, capitán del ejército ucraniano. Tiene la certeza de que solo han vuelto a Ucrania los que tienen coches o están en mejores condiciones económicas. Los que se han quedado los han encontrado heridos "no solo psicológicamente, sino que también físicamente. Espero que todas ellas sean bien atendidas", añade Bozhko.

Al día siguiente esta escena apocalíptica se repite en Ruska Losova. Una localidad que se ubica a 16 kilómetros de la frontera con Rusia y a seis kilómetros del frente de Járkov. Antes de la guerra, contaba con unos 5.000 habitantes y ahora no llegan a cincuenta. Sobre todo se ven personas mayores y mujeres solas. Esta población fue liberada hace dos semanas.

Alexander saltando de un camión blindado tras revisar si quedan explosivos en su interior.

Alexander saltando de un camión blindado tras revisar si quedan explosivos en su interior. PABLO TOSCO

Elena (nombre ficticio) nació y vivió aquí toda su vida. Tiene 67 años. Era sanitaria y su marido constructor de carreteras. "En mi calle quedamos unas 14 personas", indica las casas de vecinos abandonadas. Añora los tiempos pasados, se refiere a su vida de hace tres meses como si hablase de otro siglo. Destaca la normalidad y la rutina de lo que era su día a día, una rutina que se ha visto truncada por la guerra.

"Hoy hubo bombardeos", asegura, y efectivamente, en la carretera encontramos los restos de un coche recientemente calcinado. Su marido Vladimir (nombre ficticio) no quiere que mostremos su rostro.

"Por favor no muestre mi cara, tengo miedo", tiene aún miedo de que las tropas rusas vuelvan. "Me da miedo que me arresten otra vez. Cuando ocuparon el pueblo, una noche violé el toque de queda y me llevaron a un sótano durante tres horas", cuenta. El mismo se interrumpe. Tiene un secreto que quiere gritar y vuelve a pedir el anonimato. Mira a los cuatro lado como si sintiera observado: “Me llevaron a un lugar dónde había cadáveres y me dijeron que si volvía a violar las normas me harían lo mismo”.

Rompieron todas las cerraduras, destrozaron las puertas, abrieron todas las casas. Incluso, según los testimonios en Rusla Losova, los soldados se llevaron “coches, motos, lavadoras, televisores y todos los electrodomésticos”, asegura. "Se llevaron todo lo que les gustó", resume Elena. Se despiden insistiéndonos en que mantengamos su anonimato, por lo que usamos nombres ficticios.

Dos mujeres ancianas en un portal de su casa en Ruska Losova.

Dos mujeres ancianas en un portal de su casa en Ruska Losova. PABLO TOSCO

Rostros que no disimulan el miedo. Sus ojos ahogados en la impotencia. Manos surcadas por arrugas de personas mayores que se han quedado a la intemperie. El miedo no se ha marchado porque persiste la posibilidad de que las tropas rusas vuelvan, su sombra cubre las calles de escombros, aunque pervive un halo de esperanza que depositan en las fuerzas ucranianas.

Tres meses después, no tienen nada que celebrar. Pese a su reciente liberación, su cielo teñido de gris plomizo sigue secuestrado por los horrores de la guerra.