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Extraños en un guion: una historia de Hollywood (I)

  • Hitchcock y Chandler se enfrentaron durante la creación de la película
  • El escritor se refería al director como 'ese gordo bastardo'
  • RNE recupera Extraños en un tren en una nueva Ficción sonora

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'Extraños en un tren', nueva ficción sonora de RNE.
'Extraños en un tren', nueva ficción sonora de RNE.

Extraños en un tren fue estrenada en algunos países de América como Pacto Siniestro. Sin llegar a tanto, las relaciones entre Alfred Hitchcock y el novelista Raymond Chandler durante el proceso de adaptación de la novela de Patricia Highsmith fueron de lo más turbulentas. Como en la secuencia inicial de la película, en la que dos pares de zapatos se cruzan por azar, la creación del clásico cinematográfico de 1951 entrecruza las biografías de algunos de los mayores talentos narrativos del siglo XX.

Patricia Highsmith publicó Extraños en un tren con 28 años. Era una apasionada de las enfermedades mentales y los dilemas morales. Un abogado compró rápidamente los derechos de la novela por una cantidad modesta, 7.500 dólares. Cuando Highsmith descubrió el ardid y que tras el abogado se encontraba el director más famoso del mundo montó en cólera. Hitchcock vislumbraba en el material de Highsmith lo que podría ser, en sus propias palabras, 'un buen Hitchcock'. Es fácil adivinar porqué. En primer lugar estaba el juego del crimen perfecto. El detonante de la novela era muy provocador: dos perfectos desconocidos acuerdan intercambiar los asesinatos para que jamás sean relacionados con el crimen. En segundo lugar estaba la enfermiza relación madre-hijo que recorre su obra, Psicosis, Los pájaros, EncadenadosCon la muerte en los talones e incluso el personaje del ama de llaves de Rebeca puede leerse en esa clave. Y por último, el villano. "Cuanto mejor es el malvado, mejor es la película" afirmaba Hitchcock. Bruno, el psicópata, resulta más simpático que el protagonista que interpreta Farley Granger. Es un asesino demente, sí, pero sociable y vulnerable. En el libro-entrevista de Truffaut, el director francés comenta: "En este film se nota claramente que usted prefirió al malo". "Naturalmente, sin ninguna duda", contesta Hitch. El casting del personaje fue un éxito: Robert Walker, que tenía graves trastornos mentales, firmó una actuación memorable como Bruno. Al año siguiente murió de sobredosis.

Hitchcock, genio publicista, pensaba que la producción necesitaba un escritor de prestigio que iluminara el cartel. Hasta ocho escritores, entre la pléyade de genios que se daban de cabeza con el sistema de Hollywood, rechazaron asociar su nombre a una historia tan oscura de una novata. La lista incluye a ganadores del Pulitzer (Thorton Wilder) y del Nobel (John Steinbeck). "Casi ningún escritor quería trabajar en el asunto. A nadie le parecía bueno aquel material". Extraños en un tren no dejaba de ser una novela negra, así que acudieron a Hammet, el autor de El halcón maltés. Tras recibir un no del creador del detective Sam Spade, lo intentaron con el creador de Philip Marlowe.

Chandler, el dandy duro de la novela negra

El rastro de los primeros cuarenta años de vida de Raymond Chandler es disperso. Trabajo de ranchero, contable, sargento del ejército canadiense y periodista. Con 44 años perdió su trabajo de directivo en una empresa petrolífera debido a su absentismo, alcoholismo y affaires con secretarias. Se instaló en California, se puso a escribir y se convirtió en un maestro de la novela negra.

Chandler tenía un genio inmenso para las descripciones e incluso los diálogos, si bien sus personajes, Marlowe al margen, podían ser un poco planos. Lo que ya estaba demostrado era que el alcohólico Chandler no tenía talento para compartir su talento. En 1942 había tenido las suyas con Billy Wilder en su debut cinematográfico. Wilder le había reclamado para escribir Perdición (Double indeminity), basada en el autohomenaje, o plagio a si mismo, que James M. Cain se había marcado de su anterior novela, El cartero siempre llama dos veces. Las anécdotas de aquella colaboración dan para una comedia delirante. Chandler se presentó el primer día con un guión completo en el que detallaba hasta los tiros de cámara; Wilder le replicó que usarían esa montaña de papeles para calzar la puerta. Wilder era expansivo, bromista y ligón; Chandler era un dandy introvertido. Chandler presentó una carta al director del estudio con una serie de exigencias sobre el comportamiento de Wilder como, por ejemplo, que no se paseara por el cuarto blandiendo en el aire su bastón, ni interrumpiera el trabajo tan a menudo para hablar con chicas, ni llevar una gorra de béisbol y, sobre todo, que no bebiera. En esa época Chandler estaba en alcohólicos anónimos.  Tras el éxito de Perdición, Wilder recibió un elegante telegrama de Hitchcock: "Desde Double Indemnity las dos palabras más importantes del mundo cine son Billy Wilder".

Alguna de las magníficas secuencias de suspense de Perdición debía tener en la cabeza Hitchcock cuando recurrió a Chandler para la adaptación de Extraños en un tren. El novelista aceptó imendiantamente, entusiasmado por colaborar con el maestro del suspense.  Si Wilder era la némesis de Chandler, Hitchcock era su polo idéntico: "Nunca he trabajado bien cuando he colaborado con un escritor especializado como yo en el misterio, el thriller o el suspense", recordaría el director británico. Ninguno de los dos eran tipos fáciles, pero Hitchcock era un gran profesional que se manejaba a diario en la industria con todo tipo de personalidades. Chandler, en cambio, seguía siendo ese alcohólico aparentemente cínico pero, como su héroe Marlowe, romántico. "Paso por ser un escritor insensible, pero eso no tiene ningún sentido. No soy un ser sociable porque me aburro con mucha facilidad, y el término medio nunca me satisface, ni en la gente ni en ningún otro ámbito de la vida".  Chandler era un americano con la excentricidad de una educación británica. Hitchcock era un británico con la peculiaridad de ser católico. Chandler era un escritor lento e inseguro mientras que Hitchcock dominaba el lenguaje cinematográfico y estaba obsesionado con crear emociones que sólo pudieran salir de las imágenes en movimiento, que no fueran literarias, ni teatrales. Ante el dilema de crear personajes sólidos o acciones poderosas, Hitchcock siempre elegía lo segundo. Chandler, al contrario, tenía siempre en la cabeza la motivación de los personajes como piedra angular de la narración.

Hitchcock acostumbraba a imponer su visión. Era, sin discusión, el ‘autor’. Y Chandler no podía aceptar el papel de subordinado. En una carta de 1951, Chandler escribe: "un escritor con un toque personal nunca debería trabajar para un director como Hitchcock, porque en una película de Hitchcock no debe haber nada que el mismo Hitchcock no haya podido escribir".  Hitchcock, por su parte, pensaba lo mismo: que el problema era del otro y que Chandler no aceptaba ningún tipo de injerencia. "Estaba sentado a su lado buscando una idea y le decía: «¿Por qué no hacer esto?» Y él (Chandler) me contestaba: «Bueno, si usted encuentra las soluciones, ¿para qué me necesita?»". Hitchcock visitaba frecuentemente la casa de Chandler en La Jolla para discutir el guion. Mientras veía como se bajaba del coche, Chandler solía llamarle ‘gordo bastardo’.

SPOILER. Si no has leído, visto o escuchado Extraños en un tren, no avances más allá de este párrafo. Si conoces la obra o no te importa que te destripen la obra, continúa:  Un final' Made in Hollywood'