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Cesária Évora decide retirarse

Cesária Évora se despide a los 70 años

Su delicada salud ha influido en su decisión

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Llegó hace unos días a París en un estado lamentable. Cuentan en el diario Le Monde que con la tensión por las nubes, las pienas gruesas como dos columnas y una tasa de colesterol capaz de matar a un elefante.

Según parece, la cantante caboverdiana se pasó todo el verano comiendo de forma compulsiva bolsas de patatas fritas. “Abusé de las patatitas”, dice en Le Monde. En los últimos años su salud se había resentido y la había llevado varias veces al quirófano –incluída una operación a corazón abierto en mayo del año pasado-. Sus médicos franceses le prohibieron terminantemente la gira que tenía prevista para este otoño y Cesaria Evora ha decidido dejarlo. Se retira.

Hija de una cocinera y un violinista, y sobrina del músico B. Leza -probablemente el compositor más importante de la historia de Cabo Verde-, nació en Mindelo, capital de la isla de San Vicente, una de las diez islas volcánicas del archipiélago caboverdiano.

El reconocimiento le llegó cuando ya había cumplido 50 años. Con ayuda de un ferroviario convertido para ella en productor y representante, José da Silva, que la ha acompañado desde que la conoció en Lisboa a finales de los ochenta.

Todo empezó en París con los discos ‘Mar azul’ y ‘Miss Perfumado’, una ‘morna’ como ‘Sodade’, y unos conciertos triunfales en el Théâtre de la Ville. Atrás quedaban los días de pobreza y desdenes. Porque hasta entonces la cantante descalza había malvivido cantando en bares de Mindelo a cambio de unos escudos -Cabo Verde fue colonia portuguesa hasta 1975- o de un vaso de ‘grog’, el temible aguardiente local.

En veinte años, más de seis millones de discos vendidos, un Grammy, cientos conciertos en los mejores auditorios de Australia, China, Estados Unidos o Europa, y dúos con Caetano Veloso, Compay Segundo, Erykah Badu, Salif Keita, Bonnie Raitt, Pedro Guerra o Goran Bregovic.

Hace dos años la Ministra francesa de Cultura la condecoró con la Legión de Honor, pero lo que la llenaba de orgullo era poder mostrar en los controles de identidad de los aeropuertos su pasaporte diplomático: el documento de color rojo que el Gobierno de Cabo Verde facilitó hace más de diez años a la mejor embajadora de su país.

Ya no la volveremos a escuchar sobre un escenario, pero ‘Cize’, como la llaman cariñosamente sus compatriotas, será siempre la voz cargada de nostalgia de esas islas en medio del Atlántico que ella dio a conocer al mundo.

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