Un cómic recrea las pasiones y obsesiones de Lorca en Nueva York
- Carles Esquembre publica Lorca. Un poeta en Nueva York
- "Para Lorca, Nueva York era 'la ciudad de los muertos vivientes'", asegura el autor
En los últimos años la figura de Lorca ha fascinado a los creadores de cómics con resultados tan interesantes como La huella de Lorca (El Torres y Carlos Hernández), La araña del olvido (Enrique Bonet), o Los caballeros de la orden de Toledo (Javierre y Juanfran Cabrera). A los que ahora se suma otro título imprescindible: Lorca. Un poeta en Nueva York (Panini), de Carles Esquembre, que se centra en el famoso viaje de Lorca a la Gran Manzana.
Fue en 1929 cuando Lorca se fue a Nueva York acompañado de su amigo y mentor, Don Fernando de los Ríos. Carles nos cuenta cómo ha enfocado esta historia: “El cómic está dividido en una serie de capítulos que cuentan parte de la vida de Lorca en Nueva York, desde las escenas más costumbristas, las cosas cotidianas del día a día en la gran ciudad hasta los momentos más íntimos y de alucinación y universo onírico tan propios de él, mediante una especie de lectura gráfica de las cartas y los testimonios de quienes le acompañan en aquellos días, desde mi más profundo respeto y admiración hacia la figura de Federico García Lorca”.
“No es una adaptación de Poeta en Nueva York –apunta el autor-, pero sí una interpretación de algunos de los hechos y experiencias vitales que de alguna forma conmueven al poeta y que le influyen a la hora de construir esa nueva “escritura espiritualista” en respuesta al surrealismo que abrazan sus amigos Salvador Dalí y Luis Buñuel, y que se encuentra tan presente en los poemas que más tarde formarán parte de Poeta en Nueva York”.
“La etapa de Nueva York –continúa Carles- me parecía especialmente interesante por la gran influencia que tienen la ciudad y sus elementos en la vida de Lorca. No hay que olvidar que, aunque Federico era una persona muy culta, apenas había salido fuera de España, y no es difícil imaginarse el profundo impacto que causaría un viaje a los Estados Unidos a una personalidad como la suya, con ese “pulso herido” y esa sensibilidad y simpatía elevada a “fenómeno cósmico”, como decía Vicente Aleixandre. En Nueva York, Lorca es testigo del final de los felices años veinte. Se convierte en un profetizador y realmente parece reforzar su creencia en la vida más allá de la muerte, pues para él Nueva York es la gran ciudad de los muertos, de los muertos vivientes. Así que puedo decir que este cómic fácilmente podría ser “otro cómic sobre zombis”.
Lorca estaba solo
El motivo oficial de ese viaje fue aprender inglés, pero la realidad es que Lorca estaba solo, como nos comenta Carles: “Cuando Lorca viaja a Nueva York está en mitad de una fuerte depresión y crisis creativa causada por la ruptura sentimental con el joven escultor Emilio Aladrén y por el rechazo de Dalí y Buñuel, que consideraban que el Romancero Gitano era una obra caduca y putrefacta. Para Lorca, que planeaba escribir un “libro de putrefactos” con Dalí, debió de ser muy duro ver cómo los amigos con los que se reunía para burlarse de los academicismos más clásicos y burgueses, lo veían ya a él como a un putrefacto más”.
“Además de eso –continúa Carles-, Dalí y Buñuel se fueron a París a rodar la famosa película surrealista Un perro andaluz, y Lorca (aunque creo que jamás llegó a ver la película) sentía que “el perro andaluz” era él mismo. No viaja solo, pues le acompaña su amigo y mentor, el profesor Don Fernando de los Ríos, pero sí que sufre un fuerte desarraigo afectivo, y está librando “un duelo a muerte con su corazón”. Al inicio del cómic he intentado mostrar parte de esa sensación de soledad, con una secuencia que muestra un sueño dentro de un sueño, donde Lorca va cayendo de una oscuridad a otra más profunda, hasta que despierta en su camarote y se advierte su delicada situación sentimental”.
“La historia ‘oficial’ cuenta que Lorca viajó a Nueva York para matricularse en un curso de inglés para extranjeros y para dar unas conferencias, pero supongo que lo principal era curar esa grave crisis emocional y que el viaje le vendría muy bien” –concluye Carles-.
T.S.Elliot, Allan Poe y Walt Whitman
En ese viaje, Lorca conocería a otros intelectuales que influirían poderosamente en Poeta en Nueva York. “En el periodo que Lorca pasa en Nueva York –asegura Carles- conoce en persona a escritores importantes, como Hart Crane y la escritora Nella Larsen, del llamado “renacimiento de Harlem”. Pero también tiene muy presente a algunos de los más grandes escritores norteamericanos, como T.S Elliot, Edgar Allan Poe y Walt Whitman. En el cómic hay una secuencia donde Lorca y su amigo Colin tienen una conversación sobre Edgar Allan Poe. Esta referencia no es algo que se me haya ocurrido a mí para dar un toque oscuro y gótico al trabajo, pues es evidente que Lorca tiene en mente a Poe cuando escribe el poema Danza de la muerte y menciona “el mascarón de vieja escarlatina” que parece una referencia directa a La máscara de la muerte roja, de Poe”.
“También –continúa el autor- dedica una oda a Walt Whitman, y es León Felipe quien le ayuda a traducir los poemas de Whitman. Respecto a los personajes que coinciden con él en la gran manzana, destaca una importante comunidad española de la que él se rodea y que aparecen en mi cómic: los profesores Ángel del Río y Federico de Onís, el dibujante Gabriel García Maroto, el amigo inglés de Lorca, Colin Hakcforth Jones, y especialmente importante es la figura de su amigo Philip Cummings, con quien tiene un romance durante su viaje de la ciudad al campo en agosto. También planea con su amigo Emilio Amero la realización del guión de una película surrealista llamada Viaje a la Luna. ¡Incluso conoce a una señora con dotes quirománticas que parece horrorizada ante el futuro del joven Lorca!”.
Identificado con las minorías raciales
Durante su estancia en Nueva York, Lorca visitó Harlem y fue testigo directo del Crack del 29, lo que también influyó en su obra: “En sus cartas menciona que lo que más impacto le causó fue el barrio de Harlem –comenta Carles-. Desde el principio se siente identificado con los negros y las minorías raciales, y se ve obligado a “denunciar” esa opresión que sufren por parte de una sociedad cruel, mecanizada y racista. Me hubiera gustado detenerme en muchas de las anécdotas que finalmente no he podido incluir por cuestión de espacio, pero creo haber dado, así por encima, unas cuantas pinceladas respecto a algunos de los momentos que vivió allí”.
“Es muy curioso –continúa el autor- leer el contraste entre las cartas que él manda a su familia, repletas de felicidad y experiencias alegres, y los poemas violentos y el vocabulario que inventa asociado a la ciudad. En el cómic quise hacer una mezcla entre ese Lorca festivo que ameniza las veladas al piano en las fiestas de sus amigos, y el Lorca nocturno y alucinado que sufre multitud de interferencias sensoriales. Por ejemplo, él describe Coney Island como un parque de atracciones que es el sueño de cualquier niño, pero también es cierto que se siente perdido entre toda esa multitud, y mutilado, como un “freak” más. Todos los acontecimientos que él vive en Nueva York pasan por la mirada estética de Federico. Por supuesto, destacaría el episodio del crac de la bolsa, por estar Lorca presente en las mismas calles de Wall Street en un acontecimiento de carácter mundial que lo cambiaría todo para siempre”.
La experiencia también cambiaría profundamente a Federico: “Según sus propias palabras –afirma Carles-, cuando Lorca vuelve de Nueva York, comenta que ha sido la experiencia más útil de su vida. Los que lo conocen cuentan que cuando Federico volvió, parecía otra persona, lejos del Federico melancólico que no se reconocía en el espejo del viejo camarote del Olympic. Creo que volvió con el espíritu renovado y listo “para enfrentarse a todas las fuerzas enemigas de la vida”.
El autor confiesa que no ha podido evitar sentirse identificado con Lorca: “Me he sentido indentificado con él en lo que respecta a la búsqueda de la propia identidad y al lugar que uno quiere ocupar en el mundo, pero no quiero parecer pretencioso, y debo decir que la mayor indentificación es simplemente una certeza matemática, y es la edad. Tengo 30 años, la misma edad que tenía él cuando estuvo en Nueva York”.
La película de Lorca en Nueva York
Destacamos la exhaustiva documentación manejada por Carles Esquembre, que no utiliza para abrumarnos con datos, sino para intentar comprender cómo se sentía Lorca en cada momento: “Además de la propia obra lorquiana anterior a Nueva York -afirma el autor-, he manejado el epistolario completo y anotado de Maurer y Anderson, las recientes ediciones revisadas de Poeta en Nueva York, especialmente para la parte en la que Lorca se reúne con su editor, José Bergamín, que aparece en el epílogo del cómic, y que cuenta un poco algunos de los problemas y diferencias de opinión entre la visión original que Lorca quería para su libro y el manuscrito que finalmente fue pasando a través de diferentes manos”.
“También –asegura Carles- los trabajos de Ian Gibson, Miguel García Posada, Luis García Montero, y libros relacionados con la ciudad de Nueva York a final de los años veinte, como La ciudad automática del periodista Julio Camba (que además creo que coincidió con Federico en Nueva York). En general el proceso de documentación y bibliografía ha sido más difícil que el propio dibujo, ya que he intentado hacer el cómic con el máximo respeto y rigor histórico posible”.
“Siempre pensé en este cómic como la película jamás realizada sobre Lorca en Nueva York –añade Carles-. La idea inicial era contar la vida de Lorca en Nueva York en blanco y negro y Lorca en La Habana en color, al estilo Chico y Rita, pero finalmente decidí centrarme en la parte correspondiente a Nueva York. Las referencias fotográficas han sido imprescindibles, no solo de la ciudad y de la época, sino también de la representación de la figura humana y la expresividad corporal de los personajes. Me resulta imposible dibujar un estilo más o menos realista si no tengo una referencia visual”.
“Dibujar a Lorca es fácil”
“En las primeras páginas –continúa- intenté hacer un dibujo más sencillo, con un básico blanco y negro y gris. A medida que avanza la historia me voy volviendo un poco loco, añadiendo diferentes tonos de grises, degradados, texturas e incluso fotografía directa. Lo de incluir fotografías es un poco en homenaje al propio Lorca, que quería publicar Poeta en Nueva York acompañado de postales y montajes fotográficos propios de la época, influenciado por fotógrafos como Man Ray y Nicolas de Lekouna”.
En cuanto a retratar al poeta, Carles confiesa que no le ha resultado complicado: “Por suerte, Lorca posee una serie de rasgos característicos muy reconocibles y relativamente fáciles de dibujar: la peculiar forma de su cabeza y el pelo, las cejas pobladas, los lunares que poblan su rostro... Además, creo que todo el mundo tiene más o menos una idea asimilada del Lorca representado gráficamente. ¡Que parezca ausente en algunos de los dibujos es más bien una cuestión de limitación técnica por mi parte! Bueno, en realidad sí que quería mostrarlo un poco como el Lorca casi fantasmagórico “que sonda las cosas del otro lado”. Un Lorca que deja crecer sus cabellos, y que en Nueva York se encuentra más cerca de la vida de los muertos”.
Este es el trabajo más complejo de Carles hasta el momento, afortunadamente cuenta con una gran formación: “En cómic, estudié en la Escuela Joso de Barcelona y he tenido la suerte de contar con la ayuda inestimable de algunos de los autores más consagrados del medio, como José María Beroy y Juan Román Cano Santacruz”.
En cómics como estos es difícil no abusar de citas literarias ni dejarse llevar por la tentación de intentar dibujar los versos, algo que Carles ha conseguido: “Poeta en Nueva York –asegura- está lleno de metáforas visuales y sinestéticas, y esto resulta un juego genial para un dibujante. Pero quería evitar caer en la trampa de trasladar literalmente al dibujo todas esas imágenes potentes y violentas, porque creo que hubiera sido demasiado obvio. Con el guión me pasaba un poco lo mismo. No quería poner el bocadillo de texto con el verso Lorquiano y el dibujito abajo. Quise que el cómic tuviera un lenguaje más o menos propio”.