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La soledad sonora

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Pueblo de Dios - La soledad sonora

Al sur de la provincia de Salamanca, en una de las estribaciones de la Sierra de Francia, en el término municipal de El Cabaco, se oculta entre encinas centenarias, el Monasterio de Nuestra Señora de Porta Coeli, popularmente conocido como Convento de El Zarzoso por el lugar donde está ubicado. Sus orígenes se remontan 1444 cuando lo fundó, con bula del papa Paulo II, el mariscal Gómez de Benavides, dueño y señor de estas tierras. (El mariscal corrió con los gastos de la construcción y los reyes dotaron al monasterio de grandes privilegios).

El convento tiene forma de un rectángulo irregular, con la iglesia como el espacio arquitectónico más significativo. Desde su fundación ha estado habitado por monjas Franciscanas de la Tercera Orden Regular. en dos ocasiones se vieron obligadas a abandonar el convento, primero en la Guerra de la Independencia y después cuando la desamortización de los bienes eclesiásticos, en el siglo XIX, que privó al monasterio de sus tierras de cultivo.

Del centenar de monjas que hubo a mediados del siglo XVII se ha pasado a las nueve que hay en la actualidad. La mayor es la única monja española. Las otras ocho son mexicanas. "Ora et labora" es la regla de oro de la vida monástica. La oración litúrgica, pautada a lo largo del día, comienza a las 6:30 de la mañana, con el rezo de maitines y laudes, y finaliza a las diez de la noche con el rezo de Completas. Las hermanas mexicanas llegaron hace 14 años para evitar que el convento se cerrara. Ellas le inyectaron juventud y vida y para que no se pierda la memoria histórica de más de 500 años han montado en el antiguo locutorio un pequeño museo de las artes y oficios que hacían las monjas españolas.

Las Batuecas

Al otro lado de La Alberca, en una rinconada del valle, descubrimos la cresta de la espadaña del convento de San José. El "desierto de las Batuecas" es un lugar paradisíaco donde la Orden Carmelitana construyó a finales del siglo XVI un convento para que sus miembros pudieran retirarse a hacer penitencia y oración sin que nadie los molestase. En 1836, la desamortización de los bienes eclesiásticos obligó a los frailes a abandonar el convento. Un siglo después los Carmelitas consiguieron recuperarlo. En este paraíso terrenal, perdido y reencontrado, hubo en otros tiempos una comunidad con más de 30 frailes. Ahora, unos cuantos han puesto manos a la obra para darle un nuevo impulso a la "espiritualidad del desierto".

Los frailes oran, trabajan en la huerta y atienden a los que vienen a hacer silencio y oración en la hospedería conventual y en las ermitas de la montaña. La singularidad del Desierto de Batuecas está, más que en el convento, en la vida eremítica que generó en su entorno. Aquí venían los carmelitas para hacer un año de retiro, "desierto" en el argot de la teología espiritual. Vivían en pequeñas ermitas que había dentro del recinto conventual y en las montañas. Cada dos o tres días, un fraile subía, en una borriquilla, la comida a los ermitaños.

En los buenos tiempos hubo 17 ermitas. Ahora sólo hay tres habitables.