"La vida es sueño" de Calderón de la Barca
- Juan Carlos Ortega se introduce en el mundo calderoniano y después de varias experiencias inesperadas le es difícil discernir si está despierto o soñando
"La vida es sueño", obra cumbre del teatro del Siglo de Oro español, está ambientada en Polonia, en una época indeterminada. Allí el rey Basilio tiene encerrado en una torre a su hijo Segismundo, desde su nacimiento. El rey interpretó un horóscopo que le predecía que su hijo se alzaría contra él y que el propio Basilio acabaría postrado a los pies de Segismundo. Pese al temor, el rey decide llevar a cabo un experimento: ordena que su hijo sea dormido con una droga y trasladado desde su cautiverio al Palacio real. Al despertar en palacio Segismundo tiene un comportamiento grosero y violento, lo que confirma la hipótesis de su padre, quien lo devuelve al encierro. Este hecho acaba siendo el final del reinado de Segismundo, ya que el pueblo ha conocido la existencia del príncipe. Segismundo es liberado gracias a una sublevación, y éste acude a palacio donde su padre se abalanza a sus pies pidiendo clemencia. El príncipe acaba perdonando a Basilio. Lo que ha sucedido –afirman los especialistas- es que el horóscopo se ha cumplido (Basilio ha acabado a los pies de Segismundo), pero también ha sucedido lo impredecible: el perdón.
Esta trama encierra un denso debate teológico muy presente en la época de Calderón: predestinación frente a libre albedrío. La balanza se inclina por el libre albedrío, encarnado en el perdón de Segismundo. El hombre es el centro del universo, viene a decir Calderón.
Pese a que el gran debate de la obra se resuelve a favor de Segismundo, éste nunca estará seguro de distinguir entre la vida real y el sueño.
En su periplo por el mundo calderoniano Juan Carlos Ortega se ve envuelto en experiencias inesperadas –el encuentro con una musa calderoniana y versos de "La vida es sueño" cantados en el lugar menos esperado– que le hacen difícil discernir si está despierto o soñando.
Todos somos Calderonianos
Cuando tengo la suerte de abordar televisivamente temas de alta cultura, mi objetivo es hacer bajar de lo alto de la peana académica donde se encuentra determinada obra, o autor, y ponerlo a ras de suelo, con el fin de conseguir que el objeto cultural que trato se convierta en algo tan tangible y familiar como una bola de plastilina para elgran público.
“Calderón es inmenso, oceánico... “
Algunas veces lo he conseguido. Con el capítulo sobre La vida es sueño de “La mitad invisible” no estaba tan seguro de cumplir lo encomendado. Calderón de la Barca y, especialmente, su obra La vida es sueño son difíciles de roer. Calderón es inmenso, oceánico..., y la obra a la que me refiero está considerada por muchos especialistas como la cumbre de la dramaturgia en lengua castellana. La vida es sueño tiene múltiples interpretaciones, numerosas aristas, algunas contradicciones; todo en un exceso tan superlativo que me hizo temer que yo -como guionista del programa- jamás tendría una visión panorámica de lo que iba a tratar.
Evangelina Rodríguez, catedrática de la Universidad de Valencia, y reconocida internacionalmente como una de las mayores expertas en Calderón, actuó de quitamiedos. Doña Evangelina me demostró que con el aparentemente adusto Calderón uno se puede sentar tranquilamente a tomar café. En la propia vida es sueño aparecemos nosotros mismos porque compartimos con los personajes muchas de sus dudas y debilidades, me vino a decir la catedrática.
Otro de los expertos a los que me acerqué, don José Alcalá-Zamora y Queipo de Llano, académico de la Historia, me reveló que Calderón era un autor muy comercial. Esto me dejó atónito. ¡El gran Calderón, el inalcanzable Calderón de la Barca tenía que gastar parte de su genio en trucos para conseguir audiencia! Iniciar La vida es sueño con una mujer vestida de hombre producía un cosquilleo en los espectadores del siglo XVII semejante al que a los del día de hoy puede originar el hecho de que una mujer sensual, falda larga y cortada desde la cadera hasta el suelo haga el gesto de quitarse un anillo. ¡Menos mal que Calderón, no necesitaba tirar de Belén Esteban para ganarse a la audiencia!, pensé.
“¡El gran Calderón, el inalcanzable Calderón de la Barca tenía que gastar parte de su genio en trucos para conseguir audiencia!“
Ahora, con la distancia que media desde que conocí a Alcalá-Zamora y Queipo de Llano, pienso que, a causa de sus dos apellidos compuestos, podría ser un perfecto personaje calderoniano. Llevar en el mismo DNI el linaje de quien fue presidente de la II República y el de uno de los golpistas más sanguinarios de la Guerra civil, es personificar la sublimación de los dos españas machadianas. Es Calderón puro. Es una encarnación de Segismundo, el protagonista de La vida es sueño, quien se debate entre destruir o perdonar a su padre, el rey Basilio, que le tuvo preso desde el momento de nacer, con el fin de neutralizar una profecía que le auguraba que su hijo le destruiría.