Balombo, la lucha por la vida
El reportaje, grabado en Balombo, Angola, recoge la vida de Begoña de Couto y María José Valero, médico y enfermera respectivamente. Estas misioneras, Hijas de la Caridad, trabajan en el hospital de esa ciudad angoleña. En estos últimos años, estas religiosas están recibiendo muchas ayudas para mantener su trabajo. Desde España, parroquias, amigos y familiares de las misioneras han echado una mano para apoyar su esfuerzo.
La ong Manos Unidas también lleva años colaborando con las hermanas. Equipamientos, medicinas, leche maternizada, apoyo para luchar contra el sida, nuevas instalaciones…son muchas las ayudas de Manos Unidas.
En el hospital, el Centro de Consultas Integrado atiende, especialmente, la problemática del virus del sida. Tanto la prevención como el tratamiento, especialmente a las madres gestantes infectadas. Los estudios sobre la prevalencia del virus comenzaron a hacerse en Angola bastante más tarde que en otros países. La larga guerra civil y la precaria asistencia sanitaria lo explican, al igual que se explica cómo el virus se expandió últimamente con la apertura de las fronteras. Mensualmente, se realizan una media de 1.200 test, lo que demuestra el interés de la población y, por otro lado, la magnitud del problema social.
En la UCI pediátrica
El “sancta sanctorum” del hospital es la UCI pediátrica. Desde que sor Begoña llegó al centro se empeñó en mejorarla…y lo consiguió. Para tratarse de un hospital en medio de un país convaleciente de una larga guerra, estamos en un lugar extraordinario.A esta sala, lógicamente, vienen los casos más graves. Pequeños entre la vida y la muerte ocupan las camas, mientras las madres no se despegan un minuto de su lado. En el hospital, la mortalidad infantil entre los menores de dos años ha bajado más de la mitad. El equipo dirigido por Begoña trabaja con toda la ilusión para conseguir que los niños, como dicen por aquí, “no partan” y se queden a este lado de la vida. A veces, lo consiguen.
En el reportaje también acompañamos a María José que, tres veces en semana, sale a visitar una de las cuarenta aldeas que tiene a su cargo. Después de haber perdido la cuenta de los baches y las curvas, llegamos al poblado de Pinto, una pequeña aldea con una veintena de casas y un centenar de habitantes que carecen, como es habitual en estos lugares, de cualquier infraestructura básica. Lo que sí tienen es este servicio de atención sanitaria, no gracias a los responsables políticos sino a las misioneras que escucharon la voz de un pueblo necesitado de alguien que los cure.