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Tanto monta, monta tanto

  • Asistimos a los ensayos del Romeo y Julieta de Goyo Montero para la CND
  • La obra se estrenó hace unas semanas y ahora se encuentra de gira
  • CONTENIDO EXTRA: Así se ensayan escenas que luego se llevan al escenario

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Goyo Montero hace bailar a 'Romeo y Julieta'

Márcalo en la agenda

Romeo y Julieta

28 de junio - Oviedo (Teatro Campoamor, 20 h) - De 17 a 23,50 euros.

6 de julio - Granada (Jardines del Generalife, 22,30 h) - De 18 a 40 euros.

"Para estar a la altura de lo que transmite la partitura y de una orquesta de 150 músicos, hay que bailar hasta alcanzar un nivel casi de extenuación", nos dijo Goyo Montero para explicar por qué su versión del Romeo y Julieta de Prokofiev era tan exigente físicamente. "Sorprender al ojo y a la mente", añadió en otro momento. Si algo queda claro cuando ves un ensayo dirigido por este coreógrafo español afincado en Alemania, es que no escatima esfuerzo, trabajo y pasión.

Dirige el ballet de Nüremberg y hace años supe de su existencia por las revistas de danza que leo para saber quién es quién y quién hace qué. ¡Atiza! Pensé al leer su nombre. ¿Será su hijo? Era lógico suponerlo porque se llamaban igual, los dos bailaban y eran casi idénticos físicamente. Me explico.

El primer Goyo Montero

Resulta que, de pequeña, yo me quedaba colgada viendo los ballets de la tele. En aquel entonces, el que pitaba era el de una coreógrafa inglesa que se llama Sandra LeBrocq. El primer bailarín era un hombre pequeño que se movía de una forma que a mí me llamaba poderosamente la atención. Me enteré que se llama Goyo Montero.

Acabo de hacer un pequeño parón para buscar su imagen en internet. No hay mucho. Lo he encontrado en una película de Marisol. He reconocido cosas que estaban incrustadas en su memoria. Su forma de balancear la cabeza, sus gestos y esa potencia física que parece haber influido en su hijo hasta el punto de "buscar la extenuación".

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Sentí simpatía instantánea por este Goyo Montero hijo, que tenía un carrerón en el extranjero. Se educó en la danza clásica y tuvo que marcharse de España para ganarse la vida, como muchos otros, por no haber aquí una compañía de clásico.

Entonces ocurrió la casualidad. Estaba yo en la oficina de correos de mi barrio y me encontré con el padre. ¡Ostras! Me acerqué sabiendo quién era y cuál iba a ser la respuesta a la pregunta de si era o no Goyo Montero. Gruñó un poco al contestar. Incluso bailando tenía ya ese tono enfurruñado. No le dije que trabajaba en la tele, ni que estaba en La Mandrágora o en Mi reino por un caballo: le dije que, de pequeña, le veía en los programas musicales y que llamaba mi atención.

Y así fue cómo supe que vivía en la misma zona de Madrid que yo. Me lo fui encontrando una y otra vez hasta que, un día, le vi por su portal. Cada vez que me topaba con él, me planteaba hacer un reportaje con los dos Monteros y los dos Ullates. Eran historias parecidas pero inversas.

Dos generaciones de baile

Si Ullate padre había sido primer bailarín del ballet de Bejart (entre otras muchas cosas) y su hijo, actor y cantante de teatro musical; con los Montero la historia se invertía. Goyo padre hacía televisión, cine, musicales (entre otras muchas cosas), y Goyo hijo se había convertido en una primera figura internacional de danza clásica. Esto, en una primera aproximación, porque, cuando te pones a investigar, el reconocimiento internacional de los dos Monteros impresiona de tal forma que uno se pregunta cómo es posible que no nos hayamos enterado.

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De tal palo, tal astilla y tanto monta, monta tanto. Los Montero son exigentes, apasionados, atletas, imaginativos y trabajadores. Nos lo dicen sus cuerpos y sus coreografías. Montero padre llamó mi atención, ahora lo entiendo, porque tenía un cuerpo y un corazón educado en la danza. Montero hijo se definió en la entrevista como un freaky que lo veía todo, que se estudiaba todas y cada las versiones que había de los ballets que escogía para poner en escena. Corazón, cabeza y cuerpo de baile.