Las sensaciones de Pili en Baleares
En un estudio de música con Rebeka Brown
Conozco a Rebeka Brown, un gran referente en la música house. Quedamos con ella en un estudio de Ibiza, donde han grabado grandes de la música como Lady Gaga. Todo el mundo que entra allí tiene que estar descalzo. Hay moqueta en todas partes, así que da igual estar sin zapatos, porque es cómodo andar por ahí. Rebeka me presenta al dueño, Henry, un americano que hace años montó el estudio en Ibiza. Henry está en el control, en una silla de jefe enfrente de un ordenador y rodeado de bafles.
Rebeka desprende mucha energía, para un terremoto que puede con todo. Enseguida me introduce en la música más típica de Ibiza, el electro house. Para mí todo ese tipo de música es ruido, pero ella me explica que con ese tipo de música domina al público; subiendo y bajando, dando más intensidad o menos, hace un ambiente a su estilo. Me enseña todo el estudio, repleto de máquinas que ni ella misma sabe para qué sirven. Después, en el ordenador central, con unos botones, podemos subir el volumen, bajar los graves o subirlos.
Me hace una prueba solamente con los sub graves, donde retumba todo, y me acerco a un bafle. Sólo con acercar la mano ya se nota el aire que suelta, como respira el altavoz, parece que de un momento a otro se vaya a poner a bailar. Le explico que los sordos se acercan mucho a los bafles porque es su manera de sentir la música, sintiendo las vibraciones de los altavoces, y me cuenta una historia muy bonita: la persona que ha visto bailar mejor su música era una chica sorda, y ella se quedaba maravillada de cómo seguía el ritmo, lo hacía a través de las vibraciones que sentía dentro de su cuerpo.
Después vamos a otra sala, donde me pone unos cascos y nos ponemos a cantar en el micro. Primero la escucho y canta de maravilla, con mucha intensidad, desde lo más dentro de su cuerpo. Me deja tocarle el diafragma, y noto que en la letra que más lo siente le sale de muy adentro, con mucha potencia. Parece que se le vaya a salir su cuerpo por la boca por la fuerza que hace.
Cuando acaba me dice que cante algo. Le digo que yo le sigo… Nuestra frase es: “I like the music… Oh yeah!”. Suerte que no canto sola y ella me acompaña, así lo mejora un poquito. Intento cantar lo mejor que sé, que no sé, y ponerle algo de ritmo. Me escucho con eco, y es un efecto que a ella le gusta.
Después vamos al control, donde está Henry, para ver cómo ha quedado nuestra actuación. Me muero de vergüenza, pero la música hace que nos pongamos como locas a seguir el ritmo bailando dándolo todo. Da igual no haber cantado de maravilla, eso ya lo sabía que no lo conseguiría, se trataba de disfrutar y eso sí que lo he hecho. El subidón de la música hace que acabemos saltando y sintiendo la música.
Pacha: la apertura de la temporada
Es viernes noche en Ibiza, inicio de temporada para las discotecas, y todo parece estar muy animado. Se escucha de fondo música de discotecas. Pero a mí me espera una que es casi como un símbolo de la isla: Pacha. Allí está Rafa está esperándome para enseñarme todo lo que no se ve. Está algo nervioso, porque se ha pasado mucho tiempo preparando este día. De fondo se escuchan los preparativos: vasos entrechocar, gente corriendo y nervios por todas partes. Rafa, a pesar del día que es, tiene la generosidad de prestarme todo el tiempo que haga falta para que me introduzca en el mundo de la fiesta ibicenca. Me enseña todas las salas y al final me lleva a los vestuarios, donde me deja con Carlos.
Carlos es el coordinador, quien viste y peina a los bailarines que estarán toda la noche siguiendo el ritmo de la música. Pensé que en una sala tan pequeña y siendo el día que es, habría más ambiente y más nervios reinando en el ambiente, pero todo está bastante calmado, de momento. Mientras sigue con su trabajo, Carlos me va contando las pelucas que van a llevar las bailarinas, y cada vez que viene una, me deja tocar el traje, mientras él me lo describe, eso sumado al peinado. Después me presenta a unos chicos, muy fuertes y con muy buen cuerpo. Carlos me explica cómo van vestidos, aunque llevan poca ropa, y la que llevan es muy ajustadita. Por último, me tiene preparada una sorpresa: sentir cómo bailan unas bailarinas poniéndome unos zapatos de más de un palmo de alto. Parecía que me fuera a caer, pero él me tendió su mano. Me sentí importante y alta, pero una cosa es andar y otra es bailar. Eso se lo dejo a ellas.
Para rematar la noche, no podía irme de Pacha sin degustar el ambiente de la discoteca en funcionamiento. ¡Qué diferencia! Estar en la misma sala donde he estado antes junto a Rafa, ahora repleta de gente, a oscuras y con una música que ametralla los oídos. Además, hay bastante gente que va a lo suyo, y si te tienen que empujar para pasar, te empujan. Incluso él que está acostumbrado a ese ambiente me confiesa que lleva protectores auditivos, pero que ese día se los ha olvidado y le retumban los oídos.
Intento olvidarme del agobio, de no saber casi dónde estoy, dejarme llevar por los golpes de la gente y de la música y bailar como puedo. Pero en realidad, como le dije a Rafa, ese tipo de música no me gusta, las discotecas es el peor lugar donde puedo estar, porque ahí el poco resto visual que tengo lo pierdo por completo, y encima mis otros ojos, los oídos, no me sirven de nada. Pero resisto como puedo e intento disfrutar del baile.
Practicando kayak en Caló des Moro
En Ibiza, en Caló des Moro, he quedado con Adela y su chico, quienes me tienen preparada una actividad acuática. Conoceré que es un kayak, tanto la actividad como la embarcación. La embarcación es grande, porque es para dos personas, y está indicado con relieve dónde te tienes que sentar y dónde poner los pies. Antes de subirme, Adela me indica cómo hay que palear. La pala tiene como una pala a cada lado, y mientras la mano derecha no hay que moverla, la izquierda tiene que hacer un movimiento para colocar la pala en forma de cuchara y, como si fuera un helado, empujar el agua hacia arriba. Cuando parece que le he cogido el truco, nos preparamos para ir al agua.
Antes, le cuento a Adela que por mucho que esto sea una aventura, yo vivo muchas aventuras diarias con Kenzie. Kenzie puede guiar muy bien, pero un despiste, como cuando alguien le llama la atención justo cuando estamos bajando unas escaleras, puede resultar en una caída. Así que el simple hecho de bajar unas escaleras, a veces es un reto para mí, y no porque no confíe en Kenzie, sino porque no sabemos a quiénes nos podemos encontrar…
Ya en el mar, noto lo fría que está el agua, y al poco de palear, lo que cansa. O yo no estoy en forma, o bien hay que hacer mucha fuerza para poder mover el agua. Adela me dice que si cansa es buen síntoma.
La verdad es que el mar, a pesar de saber hacia dónde van las olas, es el lugar que más me desorienta, porque no puedo tener referencias de nada. Lo que más me gustó fue dejar de palear, descansar, dejarme llevar por la tranquilidad del mar, sentir la brisa y el Sol. Además, si no hay muchas olas, como era el caso, la tranquilidad es máxima; sí que hay algo de vaivén, pero es un balanceo agradable que casi adormece.
Haciendo flaó en Can Muson
El flaó es un postre típico de Ibiza y vengo dispuesta a aprender cómo se hace; más bien a hacerlo yo sola. Pero antes, María, la propietaria, me enseña la finca. Tienen animales, pavos que hacen un escándalo que no pasa desapercibido. Cogemos uno de los ingredientes más importantes del flaó: la hierbabuena, que huele fantásticamente bien.
En un porche, resguardada del calor, me espera Andrea, que será mi pinche en la receta del postre. Andrea es burgalesa y mientras cocinamos me cuenta el porqué de estar en la isla pitiusa: todo fue por el amor que sintió al llegar aquí.
Enseguida me doy cuenta que el flaó es un postre no apto para personas que estén a dieta. A lo tonto echamos siete huevos. A la hora de amasar, tuvimos que echar más harina, porque no había manera de que se me desenganchase de las manos, pero teníamos que tener cuidado, porque si se echa mucha harina se puede perder el sabor. Aunque por suerte, entre el la piel del limón, el anís, el azúcar y la hierbabuena va a ser complicado que pierda la esencia del sabor del flaó.
Después de estar con las manos en la masa, metemos el recipiente con el flaó en un horno de pagés, un horno de piedra. Ahí tendrá que estar más de cuartenta minutos. Tendré que esperar a saber si mi obra culinaria se puede comer o no.
Al fin, el resultado está en la mesa. Sin partirlo huele, y no por nada, pero bastante bien. El toque a hierbabuena está en el aire. Andrea me da el visto bueno; dice que se parece a un flaó, ya es un buen síntoma. Veremos si sabe igual. A mí me gusta, pero no sé cómo es el sabor realmente, y me dice que sí, que he aprobado. La verdad es que me gusta mucho, pero es muy dulce y llena bastante, con tanto huevo no me extraña. Con un poquito, para quedarme con el saborcillo a anís, ya está bien.
El anillo que me enseñó a hacer Enric Majoral
En el monte de la Mola está el taller de Enric Majoral. Él es de Sabadell, pero en los años 70 fue a Formentera y se enamoró de la isla, así que se quedó a vivir y abrió su taller. La mayoría de sus joyas están inspiradas en el mar y en el arte natural que reina en Formentera. Aparte de conseguir la inspiración del fondo marino, también consigue la tranquilidad que necesita para recrear su arte.
Me enseña sus joyas, algunas muy exageradas como unos anillos enormes, y otras muy curiosas que hacen ruido, como si fuera un atrapasueños de esos que hacen sonidos al pasar, pero en realidad es un collar finito, que no pesa, pero que si te lo pones, entre el sonido que hace y el color tipo alga rosada, no pasa desapercibido.
Después me enseña su taller. Tiene muchas herramientas. Y por último me cede su asiento para que pueda trabajar; voy a hacer un anillo de plata. Parece difícil, pero Enric hace que lo difícil resulte fácil, y me encanta la importancia que le da al tacto, ya que para modelar, a pesar de utilizar herramientas, todo se hace con las manos. El anillo es como si fuera un caracol, porque hay que ir enrollándolo. Después hay que limarlo con una lima para rematar. La verdad, un detalle precioso, que como bien dice, podría ser las olas del mar de Formetera, un recuerdo de la isla para siempre.
La puesta de sol en el Faro de Barbaría
Eki me viene a buscar en moto al mercadillo hippie de La Mola. Me llevará a un sitio mágico, el mejor de la isla donde se puede ver la puesta de Sol. Aunque yo no la vaya a ver, él le pondrá música, para que la pueda ver a través de los oídos.
Ir en moto me encanta, sientes todo el viento en la cara y te sientes libre. Libre como me siento llego a un lugar donde la libertad de las olas se conjuga con un faro. No veo el faro, pero me lo cuenta Eki. Elegimos el mejor sitio para sentarnos, entre rocas y el aire. Más natural no puede ser. Falta poco para que un día más el Sol se despida. Eki me cuenta por qué dejó Alemania y se fue a hacer de lutier a Formentera. Organiza talleres para que la gente construya sus propias guitarras y al final hacen un ritual que solamente se sigue en Formentera: bautizarlas en el mar. Cuando queda poco para que el Sol se ponga, me describe cómo va cambiando el horizonte.
Mientras muchos hacen fotografías de la puesta de Sol, yo preparo mis oídos para escuchar la música de Eki. Saca su guitarra, su gran acompañante, ya que lleva más de veinte años con él y han vivido muchas cosas juntos. Yo he visto y sé cómo es de preciosa una puesta de Sol; hoy no la puedo ver, pero me quedo con la música que me ha regalado Eki. Me dejo llevar por sus notas y recreo cómo era una puesta de Sol, con sus tonos anaranjados y rojizos y escondiéndose tras el mar, diciendo hasta mañana. Así que la nostalgia y la música hacen que me lleve una puesta de Sol de Formentera hasta entonces no vivida antes.