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Mollas: Hijas, hermanas y madres

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Las Hijas de la Caridad de Mollas (sur de Albania) llevan 20 años compartiendo su vida y su casa con niños sin familia. Estas hermanas son sus madres.
Las Hijas de la Caridad de Mollas (sur de Albania) llevan 20 años compartiendo su vida y su casa con niños sin familia. Estas hermanas son sus madres.

Durante más de 40 años Albania vivió aislada del mundo. Hasta 1991, año en que el régimen comunista impuesto por Enver Hoxha cayó definitivamente. Muy pronto cumplirán 25 años en democracia. Albania es un país pequeño, tiene una extensión similar a la de Galicia. La población no llega a los tres millones. Aunque las estadísticas arrojan una cifra escandalosa de emigrantes. Casi seis millones de albaneses viven fuera de su país. Italia, Grecia, Macedonia y Kosovo son algunos de los lugares donde han salido a buscar trabajo. En Albania apenas hay industria. Las familias sobreviven con lo poco que da la tierra. Se trata de un país pobre, sin infraestructuras y con unos índices de corrupción alarmantes.

Hijas de la Caridad

Nuestras protagonistas viven en el sur del país. Muy cerca de la ciudad universitaria de Elbasán. En plena zona rural. Una región de mayoría musulmana hasta que la dictadura comunista prohibió a Dios por ley. Hoy la presencia de cristianos es mínima. La mitad sur de Albania es una Administración Apostólica atendida por doce sacerdotes. Apenas hay 5.000 católicos en una extensión que equivale a la de Asturias y Cantabria juntas. En 1658, san Vicente de Paúl escribía: «Las Hijas de la Caridad están al servicio de los pobres desprovistos de todo. Sirven a los más abandonados, a aquellos que no tienen a nadie que les asista». Al año siguiente de que cayera el comunismo, en 1992, las hermanas llegaron a Mollas. Un pueblo pequeño en la zona más pobre de Albania.

San Vicente de Paúl decía: “Dadme un hombre de oración y será capaz de todo”. La Compañía de las Hijas de la Caridad es una comunidad internacional formada por 18.800 mujeres presentes en los cinco continentes. Viven en comunidades que son como familias. Hay más de 2.000 distribuidas en 90 países. Además de los votos de pobreza, castidad y obediencia tienen un cuarto voto de “servicio a los pobres”. En Albania, junto a la manifiesta pobreza espiritual, las hermanas se han encontrado con otras carencias más difíciles de ver a simple vista

Falta de esperanza

Cuando llegaron no había ni un católico en la zona. Antes de los 40 años de comunismo esta región era completamente musulmana. La única presencia cristiana era la de un pequeño grupo de ortodoxos. El templo donde se reúne la comunidad católica en Mollas se ha construido con el apoyo de Ayuda a la Iglesia Necesitada. Un regalo para los católicos y, sobre todo, para los albaneses que han estado cuatro décadas privados de Dios. Durante el invierno el templo se llena. En verano, debido a las tareas del campo, son menos los que acuden a las celebraciones por el trabajo.

La falta de esperanza no es un concepto abstracto. Uno de sus manifestaciones es el individualismo. Y dentro del individualismo la incapacidad para hacer algo por los demás. El pasado reciente cercenó la solidaridad dejando en manos del Estado cualquier tipo de ayuda. Casi 25 años después de la caída del comunismo, ser voluntario en Albania es algo extraordinario. Los jóvenes de la comunidad católica de Mollas son las dos cosas: extraordinarios y voluntarios.

Comunidad y hogar

Las hermanas comenzaron a acoger niños casi sin querer. Al poco de llegar a Mollas, cuando aún vivían en un local cedido por el ayuntamiento, las llamaron desde el hospital para darles un niño. Su padre no podía hacerse cargo de él y llevaba varios meses en el hospital sin padecer ninguna enfermedad. Y lo acogieron. Han pasado veinte años. En Albania no existe el acogimiento familiar. Los pequeños que no pueden estar con sus padres o que son huérfanos, viven en grandes internados. Las hermanas hacen vida en su comunidad junto siete menores. Todos están bajo su tutela legal. Algunos con menos futuro que otros. Pero a ninguno le falta el cariño de estas Hijas de la Caridad que son hermanas y los quieren como madres.

Enfermedad mental y discapacidad

Las visitas de las hermanas a las casas de sus vecinos en el campo sirvieron para sacar a la luz una realidad que se mantenía en secreto. Un tabú. El de las personas con enfermedad mental sin diagnosticar y el de los niños y jóvenes con discapacidades físicas, psíquicas o sensoriales. Desde hace cuatro veranos, las Hijas de la Caridad tienen abiertas las puertas de su casa para acogerles. Comenzaron con un grupo de voluntarios italianos que organizó una convivencia para ellos. Durante diez días prepararon todo tipo de actividades para 15 chicos y chicas con necesidades especiales. Las familias vieron que era algo muy bueno para todos. Y las Hijas de la Caridad, ayudadas por la comunidad de jóvenes cristianos, se animó a continuar durante todo el año. También en invierno. Todos los sábados, de ocho y media a doce de la mañana un grupo de 18 personas con discapacidad se reúne en un local de la iglesia con los voluntarios católicos.

Lumas

Las autoridades albanesas pusieron a disposición de las hermanas un terreno en Lumas. Estaba en medio del campo pero muy cerca de la carretera. En el 2008, con el apoyo de Ayuda a la Iglesia Necesitada, pudieron comprarlo y construir una sala para el trabajo pastoral. En Albania la pobreza no es solo material. Tantos años de aislamiento y de comunismo han dejado como secuelas una sociedad sin esperanza. El anuncio del Evangelio se ha convertido en una prioridad. Dar sentido a la vida es tan importante como facilitar los medios para sobrevivir. La comunidad de Hijas de la Caridad es sólo una aunque cuenta con dos sedes. Las seis hermanas rezan y cenan juntas en Mollas pero dos de ellas trabajan en la pastoral y la guardería que tienen en Lumas.

Mujeres y niños

El Centro Maternal “Divina Providencia” fue una petición de las familias de Lumas a su alcalde. No hay otro en doce kilómetros a la redonda. Llevan cuatro años funcionando y tienen capacidad para 30 niños de entre cuatro y cinco años. Las hermanas han cedido gratuitamente todas las instalaciones y el mobiliario al Ayuntamiento de Lumas. Las familias de los pequeños colaboran con la limpieza y con productos del campo. La escasez de recursos económicos es el principal obstáculo para la escolarización de los niños. Las Hijas de la Caridad y Cáritas de Albania se esfuerzan cada año para que ninguno se quede sin ir a la escuela.

La promoción de la mujer ha sido uno de sus principales cometidos. En un salón organizan todo tipo de actos. Desde charlas formativas sobre temas relacionados con la sexualidad, la higiene, los hijos o la economía del hogar hasta talleres de costura. La actividad, sin embargo, es casi una anécdota. Lo realmente importante es que las mujeres se encuentren y compartan sus inquietudes y esperanzas. Es un espacio en el que se sienten cómodas y libres. Y cuando la alegría se desborda lo hace en forma de música. Y la música lleva a la danza. Y todas participan del ritmo ancestral que las conecta con la tierra, con la historia, con ese invisible y misterioso vínculo que las une.

Pequeños cambios

El comedor de las Hijas de la Caridad acoge durante el curso a los alumnos de Primaria que estudian en las escuelas cercanas. El autobús del Ayuntamiento presta este servicio a las familias. Trae a los niños hasta aquí para que almuercen. En verano el comedor lo utilizan los chicos que participan en el oratorio “Arco Iris”. Son niños de entre cinco y quince años que vienen hasta aquí a jugar y a repasar lo que han aprendido durante el curso. También hacen manualidades y bailan. La organización corre a cargo de los jóvenes de la comunidad cristiana. Un grupito de chicos y chicas comprometidos con su fe que han optado por hacer un voluntariado con sus vecinos más pequeños.

El clamor de los pobres se hace ensordecedor y las Hijas de la Caridad continúan regalando sus vidas para la construcción de un mundo mejor cimentado en la justicia y en la fraternidad. Necesidades nuevas piden respuestas nuevas. Las injusticias sociales de nuestros días no son menores que las del tiempo de sus fundadores, San Vicente y Santa Luisa. La felicidad de los más pequeños, de los últimos, de los “nadies”, es siempre más fácil cuando hay mujeres como estas, como las hijas, hermanas y madres de Lumas y Mollas.