'Ole tu pueblo serrano'
El paisaje, la gastronomía y la naturaleza son la tabla de salvamento para quienes viven en los pueblos de montaña y luchan contra la despoblación. Vuelven a ella para reconquistarla; no se marchan y tienen hijos para luchar contra el envejecimiento; apuestan por las tradiciones gastronómicas y los oficios de antaño para atrapar al turista y ganar un sueldo. En Comando Actualidad recorremos los pueblos de montaña más altos, los menos conocidos y los más buscados.
Julián abre la puerta de casa y se encuentra con medio metro de nieve. Con la pala abre huella en el grueso manto blanco. Sólo si consigue hacer camino sus hijos llegarán al colegio. El pueblo más cercano está a nueve kilómetros.
Hay que bajar esquiando un tramo, cortar a machetazos las ramas que han caído en el camino y hacer el último tramo en un todoterreno. Es la segunda nevada en Vegabaño, un rincón escondido entre los bajos de más doscientas montañas y rodeado de bosques en el Valle de Sajambre. Julián, Nuria y sus hijos llevan viviendo en el refugio de alta montaña 25 años. Habitan en la vertiente leonesa del Parque Nacional de Picos de Europa, la menos conocida del macizo, y una de las pocas montañas del mundo, declarada Parque Nacional, donde hay pueblos y vecinos. La foto fija de la despoblación la sacamos en la escuela: hay cinco pueblos y diez niños en clase.
Julián está al mando del refugio. Dan comidas, cenas y alojamiento a los turistas que llegan en verano y en invierno. La nieve, las montañas, el paisaje son la industria de los pueblos de montaña. Leandra es vecina del valle vecino, el de Valdeón. Ofrece alubias, cordero asado y queso de la zona a los visitantes que se acercan a su pueblo para adentrarse en la Ruta del Cares, una de las sendas de montaña más transitadas en verano por turistas de todo el mundo.
Pepe vive en uno de los pueblos más fotografiados del mundo: Zahara de la Sierra. No necesita saber los siglos que tiene la iglesia de su pueblo, de casas blancas y calles de postal, para reconocer que el turismo se ha descontrolado. Pepe apoya su bastón en las piedras para subir y bajar por los riscos donde pastan sus cabras. Vive de vender la leche y los chivos que cría en Serranía de Grazalema, declarada Reserva de la Biosfera. Es uno de los últimos pastores de la zona.
Su paisano Juan pertenece a la undécima generación de una familia de agricultores que elabora aceite artesano. Ofrece catas de aceite virgen extra a los japoneses, chinos o americanos que llegan a su molino centenario. ‘Cuando los capachos lloran, el molinero sonríe’, dice mientras se emociona al acordarse de su padre, quien le enseñó el oficio.
A una hora de Madrid, en Patones de la Sierra, los vecinos viven del fin de semana. Es literal: Son diez habitantes y reciben a cerca de un millar de turistas sábados y domingos. La localidad se levanta en un espacio protegido donde no está permitido construir aparcamientos y la imagen que deja el sábado es una montaña plagada de coches. Emily es conocida como la reina de Patones por ser la culpable del presente del pueblo. Llegó con su marido cuando la localidad era una ruina.
La reconstruyeron y la convirtieron en un una postal. Regenta tres de los doce restaurantes que hay en la localidad y en los que no dan abasto para servir a los viajeros que buscan cordero, cabrito asado y la singularidad de sus casas de piedra.
Jésica y Javier lo dejaron todo para vivir en uno de los pueblos de montañas más bonitos de España. Ella era diseñadora gráfica y a él le hartó la ciudad. En la actualidad son dos de los 50 vecinos de Sotres. Aseguran que las cosas no son fáciles en invierno en esta zona de la montaña asturiana; la nieve, la altura y el frío duplican el trabajo.
Fabrican un queso artesano que curan en la oscuridad de las cuevas, al abrigo de los Picos de Europa. La mitad de lo que producen la mandan a Estados Unidos. En su tiempo libre miran la montaña, aquí no hay cines ni gimnasios, ni falta que hace. ‘Ole tu pueblo serrano’, este miércoles, en Comando Actualidad.