La fiesta no termina
- Son un antes y un después en el calendario de muchos pueblos. La fiesta patronal es la que marca el inicio del año, ni septiembre ni enero.
- Vecinos y turistas guardan días de vacaciones para asistir al momento más grande. Llenan plazas, hoteles y bares.
Es la fecha en que más visitas reciben. Con el dinero que mueven se preparan para subir la cuesta de septiembre.
Quince toneladas de tomates caen sobre uno de los hombres más buscados de Tarazona. Bajo la máscara de un arlequín se esconde Juan, un opositor a policía de 33 años que cumple este año el sueño de su vida: ser Cipotegato. El día grande, en la plaza de la localidad zaragozana, treinta mil personas lo aclaman. Trescientos años de tradición y una lluvia de tomates acompañan a este personaje en su camino hacia la estatua que lleva su nombre. Su hazaña termina en lo más alto. Abajo, los gritos de las decenas de miles de personas que se acercan a Tarazona para celebrar la fiesta a tomatazo limpio. La fiesta del Cipotegato multiplica por tres la población y las calles se convierten en un gran centro comercial. La imagen del personaje se reproduce en camisetas, pantalones y pegatinas. La venta de tomates se dispara. Luis vende diez toneladas, el que más. Las despacha en menos de una hora. De los 250.000 euros que invierte el ayuntamiento en la fiesta se recupera cuatro veces más.
Hasta octubre andan de pueblo en pueblo ajustando el presupuesto del final de verano con el principio de la cuesta de septiembre. Albano aparca durante unos días su trabajo en un gimnasio de Barcelona para viajar hasta Cuéllar, el pueblo en el que nació y en el que vive los momentos más emocionantes del año. Corre delante de los toros, en los encierros más antiguos de España, con la memoria de un trance que le partió diez costillas, la clavícula y le dejó sin bazo. Pero la fiesta es la fiesta para vecinos, corredores, peñas, turistas y caballistas. Ainoha cuelga el mandil de panadera para subirse a la montura de su caballo, es una de los trescientos caballistas que acompañan a los toros desde el bosque al pueblo; en el día en el que, para ella, comienza el año. No se alquilan los balcones para ver pasar los toros, pero se agotan los desayunos y los almuerzos de segador a base de huevo y sopas de ajo. Los diez mil vecinos de Cuéllar llenan la localidad con cincuenta mil personas al ritmo de pasodobles y charanga.
De comida de pobres a un manjar codiciado. La anguila se ha convertido en el producto estrella con el que Valga se da a conocer al mundo durante tres días y en una de las excusas para celebrar su fiesta grande. Antiguamente, en esta localidad gallega nadie quería la anguila. Ahora, en plena temporada, se vende a catorce euros el kilo y se hace hasta un concurso de tapas para en los que se degustan quinientos kilos gratis. Los seis mil vecinos del pueblo se echan a la calle para recibir a miles de viajeros que buscan, también, la tradición de las meigas antes de volver a la rutina y al trabajo. La fiesta grande de Valga se riega con orujo. Lo fabrican los vecinos de manera artesanal con la cáscara y el racimo de uva que sobra de elaborar vino.
‘La fiesta no termina’, este miércoles, en Comando Actualidad.