El canto de las sirenas Óscar del Canto
Fuera de emisión

O morir embriagado por la música, o vivir como los marinos de Ulises, con los oídos tapados por la cera.

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Desde el fin del Micénico corría la leyenda de una isla misteriosa en cuyas orillas los marineros perecían hechizados por el canto de unos pájaros con patas y plumas de aves, pero con rostro de muchacha y senos de mujer, que en griego se llaman Sirenas.

Aquellos que en su ignorancia se acercaban a las divinas Sirenas y escuchaban su sonora voz, no volverían a abrazar de nuevo a su mujer ni a sus hijos, llenos de júbilo tras su regreso a casa.

Allí las Sirenas lo hechizaban todo con su canto cautivador. La intensidad y belleza de su sonoro trino se elevaba tan alto que todos aquellos que lo escuchaban sucumbían inexorablemente a tan sugestivo encantamiento. En torno a ellas, sentadas en una florida pradera, amarilleaba un enorme montón de huesos y renegridos pellejos humanos putrefactos.

Desplegando su bella voz, aquellas dos aves de mirada turbadora adularon a los héroes de Troya. Pero la venerable Circe, la divina entre las diosas, advirtió a los argonautas que se taparan los oídos con cera melosa para evitar oír aquel sonido sobrenatural y misterioso. De este modo consiguieron no ser desorientados y escapar así al destino de la muerte.

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