El inicio de El resplandor (Stanley Kubrick, 1980) podría ser una excursión maravillosa de una familia feliz si no fuese porque cae sobre ellos esa música desde los cielos: el Dies Irae en versión de Wendy Carlos. Un Dies Irae en un día soleado es como ver al payaso diabólico en el parque de columpios. Por eso se cita tanto en películas: en Ciudadano Kane (Orson Welles, 1941) es Bernard Herrmann quien lo inserta en su "leimotiv del Poder", porque el poder tiene mucho de infernal. Aunque también se pone en modo mayor para sugerir destinos épicos: Babe, el cerdito valiente (Chris Noonan, 1995) lo usa como tema principal, que en realidad es la Tercera Sinfonía de Saint-Saëns (1886). Así que os contamos una breve biografía del Dies Irae (bueno hasta Mahler-Rachmaninov). Sus orígenes son inciertos, pero aparece como himno gregoriano (secuencia) sobre el Juicio Final hacia 1250, por Tomás de Celano. Aparece en música polifónica en 1490 (Engarandus Juvenis) y en 1516 (Antoine Brumel). Lully lo usa elegantemente en 1683 (sale en El rey baila, 2000). Y sale por primera en vez en música sinfónica en la Sinfonía 103 "Redoble de tambor" de Haydn (1795). Por supuesto, es Berlioz quien inventa el Dies Irae ultra-tétrico en su Sinfonía Fantástica (1830), con el condenado alucinado rodeado de monstruos atroces. Chopin lo usa como "rumor de muerte" en su Preludio nº2 (1839). A todos los supera en "tetricidad" Liszt con su Danza de la muerte (1849, 1859). Y nos saltamos muchos para llegar a Rachmaninov: La isla de los muertos (1908) y Rapsodia sobre un tema de Paganini (1934) para representar los coqueteos con el diablo. Pero la obra más preferida que cita el Dies Irae es la Segunda Sinfonía "Resurrección" de Mahler (1895), en que el canto lúgubre aparece insinuado, y es transformado hasta disolverse, hasta desaparecer, para celebrar ese grandioso himno a la resurrección, uno de los triunfos existenciales más heroicos en la historia de la música. Felices derrotas de la muerte, queridos y queridas. Felices resurrecciones...