Una historia irresistible
Aunque se me conoce más por la relación con mi padre, lo cierto es que provengo de una familia de mujeres muy potentes, un auténtico matriarcado. Será por eso que cuando conocí a Josefina Castellví --Pepita para casi todos-- reconocí enseguida un paisaje familiar, el de las mujeres fuertes y luchadoras, que supieron enfrentarse con muchas pasión a los numerosos obstáculos que les puso la vida en unos tiempos y en un mundo muy difíciles para ellas.
Me di cuenta que en esta historia se producía una alquimia de elementos irresistibles para mí: mujer, ciencia, aventura y Antártida. Rápidamente pensé en hacer una película documental, una nueva inmersión en una realidad desconocida y fascinante. Hasta ahora me he sumergido en muchos mundos distintos, pero el de los científicos, la gente que renuncia a las comodidades de la vida para dedicarse a hacer investigación de base –y esto en un país donde no se valora nada este esfuerzo—me pareció heroico. Quise entender las motivaciones de este colectivo de idealistas capaces de aislarse durante meses en tiendas de campaña en plena Antártida para clasificar nuevas especies de líquenes o descifrar la memoria climática del planeta atrapada en el hielo.
Así que empecé a interrogar a Pepita sobre los giros de su aventura vital, sobre las satisfacciones y las renuncias que han comportado sus opciones de vida. Y mi sorpresa fue encontrarme con que, a parte de su peripecia como pionera –que poco le gusta esta palabra — de la investigación española en la Antártida, había también un complejo universo emocional hecho de reconocimiento y fidelidad sin límites hacia su maestro y auténtico visionario del potencial antártico, Antoni Ballester.
Y éste es el aspecto que más me interesó: a parte de la aventura profesional, había también otra aventura emocional potente, una característica muy propia de las mujeres poderosas. Para Pepita, la Antártida era su paraíso perdido. Ya teníamos unas primera clave. Esta película también hubiera podido denominarse “nostalgia”.
El otro elemento clave son las imágenes preciosas que ofrece el continente. El día que ella se presentó en mi despacho con una maleta llena de cintas en “high 8” que había grabado de propia mano durante las 9 campañas que vivió como fundadora y jefa de la Base Juan Carlos en la Isla Livingston, a finales de los 80, grité Eureka: teníamos un tesoro de archivos fílmicos inéditos. Fue así como decidimos volver a la Antártida con Pepita para ver cómo había evolucionado todo aquel mundo que ella no había visto desde hacía 25 años. Fue un auténtico lujo, un viaje entre el presente y el pasado sobre el que hemos construido la narración. Es una peripecia vital fundamental que merece ser conocida por todos aquellos que piensen que la vida es una gran aventura, interior y exterior.
Albert Solé
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