Aragonés: Final de trayecto
Luís voló por los aires. Había terminado la final de la Eurocopa y debajo de él, los jugadores, sus jugadores, eran los que le manteaban. Un ejército de "bajitos" con toque de los que Aragonés presume diciendo: "No son una selección, son un equipo".
Ahora a Luis le llueven los piropos y le llaman sabio y no abuelo, valiente y no tozudo, y en lugar de pedir su cabeza, su marcha parece una decisión precipitada. Una prueba de cómo en el fútbol el camino entre héroe y villano es corto y se recorre rápido.
El viaje de Aragonés hasta este punto no ha sido fácil ni tranquilo. El Mundial de Alemania dejó un vestuario roto y una promesa de que él, el capitán de la nave, abandonaría el barco una vez volviera a puerto para pagar por la decepción. No lo hizo porque había muchos papeles y mucho dinero de por medio, y por eso, la segunda etapa de la "era Luís" empezó ya cojeando.
Luis es poco amigo de las cámaras. Casi nunca acaba las frases sino es con "tal", su muletilla comodín que hace difícil seguir sus razonamientos, y eso que a él, no se puede negar, le gusta poner el punto y final. Es capaz de encararse con una aficionado cuando visitó "Tengo una pregunta para usted" o de interrumpir a gritos una sesión de fotos de sus jugadores. Su vehemente carácter y todos estos detalles sirvieron de caldo de cultivo para que cuando los resultados empezaron a no acompañar, le llovieran críticas desde todos lados.
El caso Raúl
Para entonces el romance Luis-Raúl ya se había roto. El capitán madridista fue al principio el hombre de confianza del seleccionador, pero poco a poco, Luis perdió confianza en él, incómodo por cómo el 7 se metía en labores más propias de un entrenador que de un jugador. Cuando España perdió en Belfast contra Irlanda del Norte Luis puso punto y final. Era octubre de 2006 y Aragonés sentenció: "Esta noche se ha visto quién estaba en el barco y quién no"
Raúl no volvió a la selección. Luís se enrocó aún más, sacó su lado más vehemente y decidió apostar por un bloque fijo de jugadores. Quería formar una piña. No importaba que la prensa hablara de Guti, Raúl o Bojan o que buena parte de la grada pidiera la vuelta del capitán madridista. Él ya tenía un equipo y sólo le faltaba terminar de juntar las últimas fichas. No quería problemas en el vestuario. No más celebraciones solitarias de los goles como el abrazo de Raúl, Cañizares y Salgado en el partido contra Túnez del pasado Mundial. Por eso, fue el primero en llamar al orden a Torres tras su desplante cuando fue sustituido en el primer partido de esta Eurocopa. Desde fuera parecía una rabieta que empeñaba un momento dulce. En el vestuario, sin embargo, sonó a mandamiento.
El abrazo de Innsbruck
Su apuesta le salió bien, y no hay más que ver cómo han celebrado suplentes y titulares cada gol de esta Eurocopa. Varias veces han invadido el campo los que estaban en el banquillo, y quizá ninguno como el abrazo de Innsbruck, cuando todo el equipo Villa fue sepultado por una montaña de compañeros tras su gol en el último minuto.
Aragonés ha intentado darles la confianza que decía "era la diferencia con los campeones". En los entrenamientos, buscaba "picar a sus jugadores", como en la polémica arenga a Reyes sobre Henry y el "usted es mejor que el negro". Fuera del campo el discurso era otro. Sus jugadores eran intocables, y él les quitaba presión y la centraba en él antes de los grandes partidos claves.
Rumbo a Turquía
Luis deja la selección rumbo a Turquía. A sus 70 años, su vida parece más pendiente del balón que de disfrutar de su currículum y de sus 11 nietos. Ha dirigido a 8 equipos en 20 años de banquillo en banquillo pero sigue con ganas. Él fútbol le apasiona todavía más que el marisco y le tiene más enganchado que su inseparable cigarro. En sus maletas, con su chándal y esos "zapatones" del número 46 que le valieron su primer apodo, se lleva nada menos que la Eurocopa de 2008. Un título histórico, capaz de parar un país entero, y de darle a él una razón para seguir fiel a su filosofía. Desde hace meses es un secreto a voces que la Federación quiere poner el equipo en manos de Vicente del Bosque. Quizá nadie contaba con que esta historia pudiera terminar así.