Diez años de lucha contra el dopaje en el Tour
- De Pantani a Landis, una larga lista de campeones han sido manchados por casos de dopaje
- La ronda gala busca recuperar el crédito perdido
El Tour de Francia comienza en Brest su 95 edición y cumple diez años desde el escándalo Festina, que abrió la vía a un decenio de lucha contra el dopaje que ha manchado la credibilidad del ciclismo, convertido en un deporte permanentemente bajo sospecha.
Desde que en los días previos al lanzamiento del Tour de 1998 en Dublín la policía francesa arrestó a un camión cargado con productos dopantes en la localidad francesa de Nauville-en-Ferain, el ciclismo ha multiplicado los escándalos y los planes contra el dopaje.
Aquella operación supuso el pistoletazo de salida de una carrera que nadie puede decir que haya terminado. Desde entonces, el Tour presume cada año de abrir una nueva etapa, antes de que la realidad de los tramposos le recuerde que la batalla no está ganada.
El caso Festina
El caso Festina marcó el inicio de una guerra sin descanso contra el dopaje y comenzó la decadencia de un deporte que lucha ahora por recuperar crédito. Los organizadores del Tour se obstinan en multiplicar ingenios de lucha contra el dopaje, cada año más draconianos, sin que hayan alcanzado la tranquilidad que los aficionados anhelan.
La multiplicación de controles, cada día más numerosos y de diferentes tipos, el seguimiento continuo de los corredores, tanto en competición como en otras circunstancias, o la creación de un pasaporte biológico, son algunas de las ideas que se han puesto en marcha para perseguir a los tramposos.
Pero la crónica negra del Tour no se ha detenido. La victoria de Marco Pantani en 1998 estuvo manchada por el caso Festina y por su posterior fallecimiento en extrañas circunstancias.
El año siguiente se inició el largo reinado de Lance Armstrong, una hegemonía que no escapó a la sospecha desde que se revelara en 2005 que el tejano había dado positivo por EPO en 1999.
La gota que colmó el vaso
El descrédito alcanzó su cenit cuando en 2006 el ganador en la carretera, el estadounidense Floyd Landis, fue descalificado por dopaje apenas unas semanas después de haber ocupado el primer escalón del podium de los Campos Elíseos en lo que constituyó la mejor prueba de que todo el esfuerzo en la lucha contra el dopaje había sido vano.
De poco había servido que el Tour se esforzara en purgar a los sospechoso implicados en la "operación Puerto", una presunta trama de dopaje sanguíneo urdida por el médico español Eufemiano Fuentes y en la que aparecieron implicados buena parte de los tenores del pelotón internacional, obligados a dejar la ronda gala antes de su inicio.
Por si fuera poco, al año siguiente el dopaje marcó el ritmo de una carrera que vio como el líder de la general, el danés Michael Rasmussen, era obligado a abandonar la carrera en medio de las sospechas de dopaje y como el principal favorito, el kazako Alexandre Vinokurov, daba dos veces positivo. Cuando parecía que no se podía caer más bajo, el Tour volvía a tocar fondo.
Renovación y limpieza, las nuevas reglas
Inaccesible al desaliento, el Tour vuelve a prometer una edición renovada marcada por la limpieza a sabiendas de que será difícil de cumplir pero consciente de que sin ilusión no hay futuro.
En medio de esa cruzada contra el dopaje, la ronda gala ha comenzado una guerra contra la Unión Ciclista Internacional (UCI) en la que la lucha contra el dopaje representa un arma arrojadiza más.
Diez años después del caso Festina, el Tour ha decidido que los controles antidopaje sean responsabilidad de la Agencia Francesa de Lucha contra el Dopaje (AFLD) y no de la UCI, una decisión que ha creado malestar en el pelotón.
A la instancia gala le corresponde poner las bases para que el ciclismo recupere la credibilidad que se escapa en un incesante goteo de escándalos desde hace diez años.