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Siempre Samaranch

Por
Samaranch, una vida dedicada al deporte

No recuerdo muy bien la primera vez que ví a Juan Antonio Samaranch. Sí tengo recuerdos de él en los Juegos del Mediterráneo del 87 en Latakia, cuando después de una ceremonia inaugural en la que los anfitriones hacían gala de su colección de tanques, entrando éstos en el estadio de Latakia, Samaranch los justificó con su proverbial diplomacia diciendo: "Es a lo que están acostumbrados; para ellos es el día a día".

Y a partir de ahí, siempre me he encontrado con Samaranch en los Juegos Olímpicos. Los míos, los primeros, los de Seúl 88. Por aquel entonces, él  ya llevaba unos cuantos.

Siempre tenía un gesto para con la prensa española. Allí hizo una cena para invitarnos a disfrutar lo que ese mismo día había sido la marca del siglo: la carrera de 100 metros entre Ben Johnson y Carl Lewis. Samaranch dijo "recordaremos siempre esta carrera". Pues sí. Lástima que a los pocos días Johnson diera positivo, pero la carrera fue estratosférica.

Y al margen de nuestras coincidencias en los Juegos, ya fueran de invierno o de verano, he podido entrevistar al Presidente del COI en varias ocasiones. Con motivo de su 70 cumpleaños preparamos un programa sorpresa y yo me dediqué a estudiarle, a conocerle, a seguirle, a saber cómo era y lo hice acercándome a él a través de sus amigos. Tuve innumerables entrevistas con su coetáneos y el que más me aproximó a la figura de Samaranch fue Anselmo López.   Conseguí conocer un poco más a ese hombre que había dado todo por el deporte y su promoción en España.

Y el primer cara a cara fue cuando, con motivo de ese reportaje, viajé a Laussane para entrevistarle y seguirle durante un par de días. También allí conocí a su inseparable Annie, su asistente en el Chateau de Vidy y en su vida personal.

Estuve en 'su territorio', esa habitación del Palace de Lausanne en donde vivía. La tenía personalizada, llena de periódicos españoles, conectado a la televisión española gracias a las parabólicas, llena de recuerdos, de fotos de sus hijos, de sus nietas, de Bibi, su mujer. Y me llamó la atención un cuadro:  era un folio con un recuento de votos, los de la votación de la elección de los JJOO de Barcelona. Allí vivía, allí hacía su gimnasia diaria, ése era su refugio.

Una vida por y para el deporte

Y conocí a un hombre decidido a hacer su legado, a llevar el deporte a todo el mundo, a que se convirtiera en válvula de escape para muchos chavales, que encontraran en el deporte valores de enriquecimiento personal y una vía de superación ante las adversidades. Pero sobre todo entontré a un hombre tierno, un ser humano entrañable, con genio y decisión. Seguramente, detrás de esa máscara de tenerlo todo controlado, había un hombre que echaba de menos muchas cosas en esa soledad de Lausanne, pero que anteponía su obligación a su deseo personal.

Quizá uno de sus peores momentos personales fue la ceremonia inaugural de los Juegos de Sydney 2000, cuando en su discurso, dijo un "buenos días España". Aquello no era más que un guiño a su familia aquí. Esa misma noche fallecía su esposa Bibi  y Samaranch voló a Barcelona para su entierro y se reincorporó a los Juegos a los pocos días.

He tenido el orgullo de compartir mesa, a lo largo de mis 11 Juegos olímpicos, con uno de los hombres más poderosos del planeta, que recorrió en avión, no-sé-cuántos-kilómetros alrededor de la tierra  y que fue recibido por  los Jefes de Estado de todos los países del mundo.

En marzo de 2008, unos meses antes de los Juegos de Pekín, me fui a entrevistarle a Barcelona a su despacho. Como siempre, me encontré con un hombre de físico cada vez más débil pero de cabeza formidable. Le encontré navegando por internet y leyendo The Times. Volvimos a hablar de lo divino y de lo humano; hablamos de la determinación de su hija María Teresa y su decisión de presentarse a la presidencia de la Federación de Deportes de Hielo, recién nacida; de sus nietas, veinteañeras ya; de su hijo Juan Antonio, único miembro del COI en ese momento; de la situación del COI; de los Juegos de Pekín, del poderío de los chinos, no sé... estuvimos casi tres horas que a mí se me pasaron volando.

La última vez que le ví fue en los Juegos de Vancouver. Tuve la suerte de que la posición de comentarista de TVE estuviera al lado de la escalera. Aquello era un subir y bajar de todo el que entraba al pabellón, a la zona VIP, y por ahí le veía bajar, agarrado a Annie, y parándose a darme la mano cada vez que llegaba. No se perdía una competición de patinaje. Tengo fotos entrañables con Maria Teresa, con Annie, cada vez más inmóvil, con menos facultades físicas, pero con una cabeza y una lucidez que para mí quisiera yo.

Le recordaré por nuestras conversaciones a lo largo de estos años, por lo que aprendí de él, por lo que le ví hacer, por lo que me enseñó.

Ahora llegará el momento del balance; qué hizo, qué no hizo, entrarán en escena sus críticos, los que decían que se podía hacer esto o lo otro. ¿Qué podía haberlo hecho mejor? Seguramente. ¿Qué se equivocó en tal o cual cosa? Posiblemente. ¿Qué puso patas arriba el COI para evitar que algunos se aprovecharan de este organismo y que esto levantó ampollas? Sí, pero a toro pasado, todo es mucho más fácil de evaluar y desde lejos se ve mucho mejor cómo se tenían que haber hecho las cosas pero lo bueno de Samaranch es que se atrevió a hacerlo él. Y puso el deporte en el lugar que le correspondía y eso, a los que nos gusta el deporte, tendremos que agradecérselo toda la vida.

De papá Samaranch me quedará la dulzura de su mirada, su ternura y la frase que siempre cerraba nuestras conversaciones: "Buen trabajo, niña". Gracias Samaranch, no se puede imaginar todo lo que he aprendido con Usted.