¿Es más seguro un pelotón de 176 ciclistas que uno de 200?
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La seguridad de los deportistas es una de las grandes preocupaciones de aquellos que componen en mundo del ciclismo. Cada año, y a la vista de todos, durante la primera semana del Tour de Francia (también en otras carreras de gran importancia) las habituales caídas son una parte más del panorama que concierne a la carrera.
Muchas de ellas se saldan con contusiones y/o heridas superficiales; otras con huesos rotos e, incluso, la muerte del corredor. En la primera etapa vimos a Chris Froome esquivar un bolardo para rodar por el campo; en la segunda, el líder Gaviria por los suelos y los dos primeros abandonos, entre ellos Luis León Sánchez, el murciano del Astaná cuyo parte médico documenta un codo y cuatro costillas rotas.
Por ello, para evitar caídas y ‘garantizar la seguridad del corredor’, la institución que rige los designios de este deporte, la Unión Ciclista Internacional (UCI) comunicó, el año pasado, que durante este 2018 el pelotón se reduciría a un máximo de 176 en las vueltas de tres semanas (Tour, Giro y Vuelta a España). Esto significaba que cada equipo sólo podría alinear a ocho corredores en vez de los nueve permitidos hasta la fecha.
La versión oficial que la UCI ha venido argumentado para sostener este cambio se basa en una regla, a simple vista, lógica: cuantos menos ciclistas haya, menos riesgo habrá y menos corredores se caerán. Una visión de la totalidad tan trivial que siembra dudas sobre su intencionalidad real; es como si matásemos al mensajero para obviar el contenido de un mensaje que nos horroriza.
El peligro tiene sus causas y el descenso de la prole ciclista en veinticuatro corredores puede que no sea, probablemente, el factor que provoque los desastres. Afuera de la interpretación de la UCI sobre el peligro en las carreras quedan el asfalto y la anchura de las carreteras, las rotondas, los bolardos, los badenes, las bandas sonoras, es decir la infraestructura material sobre la que discurre el ciclismo.
El 'ansia viva' de los corredores
Pero como la verdad no va por bandos –corredores o circuito- sino que es un todo a desenmascarar, tres de esos elementos fundamentales que provocan tantos infortunios son la mala señalización de obstáculos, la anchura de las carreteras y, permítanme, el ‘ansia viva’ de los corredores.
En una carrera se trata de estar en la mejor posición posible para poder llegar el primero. Y la posición no perdura ni treinta segundos, no se gana ni va por turnos, se lucha continuamente, se meten los manillares y los codos en el ‘espacio vital’ del adversario. No será lógico, será irracional, pero es real. Por tanto, según se acerque el momento crucial en cada etapa la acumulación de nervios crecerá exponencialmente, activará la búsqueda de la posición idónea y una autopista se convertirá, en un instante, en una estrecha callejuela donde no entra un alma.
En una carretera, en horizontal, ‘caben los que caben’ dependiendo de la anchura de la vía, serán siete, nueve, tres o doce, pero nunca ni doscientos ni ciento setenta y seis. Además, según los expertos en la materia, la franja que corresponde al segundo tercio del grupo que quiere coger la cabeza es la zona más peligrosa del pelotón, el lugar donde se producen la mayoría de las caídas.
La parte trasera es la reservada para los que bajan al coche a por los bidones o quienes tienen vía libre para perder tiempo ya que trabajaran para su líder en otras ocasiones. El ciclismo es un deporte de equipo en el que los veinticuatro excluidos por la medida no están para competir la carrera, están para animarla o... controlarla, como viene haciendo el Team Sky de Chris Froome durante los últimos seis años.
El dominio de Sky
Es aquí donde se esconde la otra verdad que ni la UCI ni los organizadores de las grandes pruebas, ASO –Tour de Francia y Vuelta- y RCS SPORT –Giro d’Italia- quieren reconocer: que el equipo con un presupuesto desmesurado (comparado con el resto) fiche a los mejores corredores posibles para así controlar la carrera a su antojo.
El ciclismo es un deporte de equipo donde sólo gana uno y éste lo hace gracias, también, al esfuerzo del resto. El dominio insultante que, durante este largo lustro, ha protagonizado el Sky ha restado lustre a este tipo de carreras y ha sido abiertamente aborrecido por aficionados, organismos e instituciones. Nadie se ha atrevido a atacarles ni dentro de la carretera ni fuera, hasta que el pasado verano lo hizo la UCI.
Aprovechando que su mandato estaba a punto de expirar, Brian Cockson, presidente de la UCI por aquel entonces, oficializó la discutida metida para granjearse el apoyo del mundillo y así opositar a una renovación que no consiguió. Ahora la 'patata caliente' la tiene David Lappartient, su sucesor en el cargo, quien ha tenido que lidiar con la presión que el Team Sky ha vertido sobre la UCI en lo concerniente al positivo de Froome y a las críticas de los propios ciclistas por reducir el número de participantes en las carreras.
Esta disminución conlleva que una treintena de ciclistas se hayan quedado en el paro, retirado o emigrado a otros países menos profesionalizados. Asistimos así a una maniobra que provoca consecuencias inesperadas pero que no cumple con lo que se esperaba de ella. Tal vez porque la lógica dice que las caídas siempre estarán ahí.