Los abanicos, el ruido y la furia
- A 100 kilómetros de meta el pelotón se partió en tres trozos y llegaron los nervios, el ruido y la confusión
- Etapa 7 Tour de Francia 2018 en directo, viernes a las 13:55h. en Teledeporte, RNE y RTVE.es
Hay veces que el Tour de Francia se comporta como una oscura inteligencia que mueve a sus títeres por arte de magia. Los ciclistas se vuelven marionetas controladas por finos hilos de aire que emanan del éter y cortan el pelotón en pedazos. Nadie lo ve, la mayoría ni lo nota, pero está ahí y, de cuando en cuando, silba. Es un soplo de aire fresco en las etapas anodinas. [Etapa 7 Tour de Francia 2018 en directo
Cuando vemos una transmisión televisada de ciclismo nuestro cerebro procesa y memoriza (es imposible no hacerlo) tres fuentes de sonido fundamentales: la voz de Carlos de Andrés, la de Perico y el helicóptero que sigue la carrera.
De vez en cuando, a modo de cortesía, la televisión francesa nos ofrece el sonido de los oriundos espectadores apostados en las cunetas; son esos gritos de júbilo que –estridentes- enmascaran durante unos segundos el pesado runrún de fondo de la aeronave. Si bien es difícil mejorar la imagen y el color del verano en Francia, el sonido no se corresponde con la realidad que se vive en un pelotón ciclista. El pelotón hace ruido. Y mucho. Sobre todo si el viento silba.
A 100 kilómetros de meta el pelotón se partió en tres trozos. Adelante el gran grupo con casi todos los favoritos; en el segundo los Movistar —con Landa y Quintana—, Nibali y Yates. En el tercero quedaron buenos corredores como Roglic aunque difícilmente favoritos al triunfo final.
Un inocente rugido del viento engendró la tensión en el pelotón y provocó una estampida, un auténtico caos sonoro. Cuando esto sucede todo empieza con una onomatopeya '¡eh!' seguida de un '¡dale, dale! ¡go, go! ¡allez, allez! o ¡andiamo!'; según cuál de los 'idiomas oficiales' del pelotón decidan los nervios utilizar.
Acto seguido suenan los truenos. No es sólo una hipérbole pues así suenan los piñones cuando —a altas velocidades y poca cadencia de pedaleo— llegan hasta la corona más pequeña. Es un auténtico trueno, es la potencia transformada en un furioso y brusco crujido. Es el símbolo de la humillación porque, a causa del viento racheado, un profesional pierde metros, yendo a rueda para más inri, con el tipo que tiene justo delante.
Es también el símbolo de la desesperación porque -si existiera la justicia no lo permitiría- el tipo que te saca metros lo hace sin pedalear al aprovecharse del rebufo del grupo. En ese momento, cuando parece que nada puede ser peor, el corredor recibe el trallazo del pinganillo.
El jefe, el director, quien decide el futuro deportivo a corto plazo de los corredores, desatado por los nervios, pronuncia o escupe, según qué casos, sonidos guturales por radio simulando algo así como '¡a tope! ¡vas-y, vas-y! ¡full gas!'. Cualquier parecido con una perfecta dicción es fruto de la casualidad.
Toda esta amalgama de inconexos y ásperas resonancias internas del pelotón quedan eclipsadas el zumbido de las ruedas de perfil para quienes los ven pasar desde la cuneta. El rodar de la bicicleta puede parecer liviano pero deja un aleteo de aire que es una delicia para los oídos.
El viento, esta vez sí, sembró nervios, ruido y, tras ellos, la confusión. Una vez que el primer y segundo grupo se unieron, sin ser conscientes de la situación, la estampida se mantuvo unos kilómetros más como por arte de furia. Cuando ésta se contuvo, el rumor de la calma sedó al pelotón. El helicóptero continuó con su runrún de fondo.