Un día de Quebrantahuesos
- Así es como se debuta en la prestigiosa prueba cicloturística aragonesa, con más nervios que fuerzas
- Vuelta a España 2020: Etapa 6 en directo, domingo 25 de octubre a las 14:45 en Teledeporte, La 1 y +tdp
La XXI edición de la Marcha Cicloturista Quebrantahuesos, la del año 2011, debió comenzar unos diez minutos antes de lo habitual. La última vez que la ciudad de Sabiñánigo vio partir a los esforzados de esta ruta fue a las 7:15h de la mañana del sábado 19 de junio de 2019. A esas horas intempestivas como para recordar la ubicación de las manecillas del reloj. Y ríase Perico, porque sigo pensando que en aquel 2011 la salida estaba prevista a las 8:00 pero que, en realidad, salió a las 7:50. No me llamen «conspiranoico», les aseguro que es muy difícil reconstruir los acontecimientos.
Todo comenzó unos ocho meses antes, cuando te pre-inscribes en la web de la marcha. En 60 días, la avalancha de participantes asciende hasta llegar a la cifra de las 15.000 solicitudes. Es imposible dar cabida a todos y montar una logística de avituallamientos y comida. Es necesario un cribado previo, un sorteo. Un alud de ilusiones rotas cuando en pleno invierno alguien saca el «número de la suerte» (de la buena y de la mala) y, a partir de ahí, sumar las 8200 unidades que compondrán el total de los participantes. En 2011, tocó el número de la buena; ergo toca entrenar.
Aunque es una marcha accesible, los 200km y los 3500 metros de desnivel hay que trabajarlos previamente, toca «planificar las pedaladas». Salir es fácil, volver tras subir los puertos del Somport, el Marie Blanque, el Pourtalet (en francés puesto que se sube por el lado francés) y la Hoz de Jaca, ya no tanto. Por el camino quedan horas de base, fondo, series, puertos y discusiones con familia y amigos. Pero aún queda lo peor: conseguir que la jefatura te otorgue ese fin de semana libre. Durante el año no vas a tener compañeros de trabajo, tendrás enemigos de trabajo que querrán boicotear tu hazaña, querrán librar justo ese viernes y no otro y/o ese finde y no otro.
Aquí estoy yo, voy a llegar a Sabiñánigo
Se acerca la fecha y aún no tienes la confirmación. Comienzan los nervios; además tus amigos te dan placa los domingos, la grupeta no te espera ni para acabarte el café, te olvidas el gel en el bar y a nadie le queda uno que darte, el agua se te ha quedado calentorra y, como pinches, llegas tarde a casa. El mundo te ataca, hay que asumirlo y actuar con naturalidad. Has de ser como Wiggins tirando su bici a un muro y que se quede de pie y bien aparcada. Aquí estoy yo, voy a llegar a Sabiñánigo.
Las casi 5 horas de viaje (desde algún lugar del centro peninsular) te las pasas debatiendo internamente si ir primero al alojamiento o a por el dorsal. Optamos por lo segundo; sin problema, nos hemos escapado del trabajo un poquillo antes, media horilla que arriba no se enteran, antes de las 20 horas estamos ahí, cogemos el dorsal rápido, cenamos carbohidratos, no nos liamos mucho y dormimos bien para llegar a la salida descansados.
Se trata de un astuto plan si 10.000 personas no hubieran pensado –exactamente- hacer lo mismo que tú. Son las 19:59h. y estás a 1km de Sabiñanigo «¡Buah! Lo he clavado» y el coche que tienes delante de ti se para en seco. Suenan las señales horarias y Íñigo Alfonso presentando su informativo 20Horas, uno que habla de estupideces como crisis, «What crisis? Íñigo, no me fastidies», prima de riesgo Bankia, Grexit...etc. Por favor, que alguien ponga el tráfico en Radio5, ¿qué está ocurriendo aquí? Nadie habla de lo importante, del embotellamiento de la N-330. Periodistas.
No era para tanto, lo del embotellamiento digo, apenas pasada la portada buscamos sitio para aparcar en la ciudad aragonesa. Lo consigues a la primera, te reconcilias con el mundo y andas. Sigues andando porque has aparcado desde donde atacaba «el Tarangu». Al llegar al recinto donde entregan los dorsales has quemado esas últimas moléculas de grasa que te sobran y que vas a coger durante la cena. Alguien debería hacer la prueba de pesarse justo antes y después de ese fin de semana, se vaticinan sorpresas.
Porque la alimentación es un continuo quebradero de cabeza ¿cenas fuera o el tupper que te has traído de pasta cocida (y seca)?, ¿te tomas una cerveza la noche anterior o no?, piensas mucho, muchas veces: "¿si la tomo es sin, 0,0% o voy de machote?, ¿cuántos gramos de pasta y proteínas debo ingerir para estar bien mañana?, ¿espaguetis o pasta?, ¿carne o pescado?, ¿el pescado no llena mucho, no?"
Podríamos formular preguntas hasta el infinito, pero las dejaremos hasta la hora del desayuno porque hay que poner el chip a la bici y el dorsal al maillot. Por cierto, "¿Dan agua?, ¡Uf, si dan malo lo mismo no salgo!" "¡Ahh!" te pinchas el dedo con el imperdible. Ya no sabes qué hora es, ni cuándo poner la alarma del reloj, tu corazón se acelera y el cuerpo empieza a simular el ritmo cardíaco de la jornada de mañana. Queda menos tiempo de noche que lo que tardarás en completar la marcha. Bien jugado, amigo.
Nadie descansa la noche antes de la QH
Evidentemente no duermes, o lo haces de soslayo. Nadie descansa antes de una marcha en la que te juegas el prestigio deportivo frente al pérfido otro. No has revisado la presión de las ruedas ni te has acordado de cambiar la cubierta, que venía con algún agujerillo. Sabes que vas a pinchar mañana, que el destino se va a cebar contigo, sueñas con dragones y cámaras de repuesto que te asfixian a modo de soga. Te despierta el reloj.
Cuando comprobamos que tenemos tiempo intentamos relajarnos del sobresalto. Infructuoso. Pasamos a otra cosa, el desayuno. Pasamos también de hacernos preguntas. Echa cosas al bol y hasta que no puedas más, que va a ser duro el día. Te dejas la mitad, tienes el agujero del estómago cerrado; el otro también. Ni el kiwi, ni la avena, ni el café te permiten "volver a tu peso ideal". Otra faena más. En el intento te has dejado unos minutos muy preciados.
Abres la ventana y hace rasca. Te pones ropa como para aliviar el momento o irte a esquiar a Formigal. A esas horas, las que sean parece más que otoño, invierno, invierno polar. No se piensa en el después. Estás tieso, de frío, de nervios. ¡Ups! No hemos revisado la presión de las ruedas. Tenemos el alojamiento en Jaca por no haber reservado con tiempo. Subimos la bici al coche, llegamos a Sabiñánigo e intentamos aparcar donde ayer. Es imposible, curiosamente hay 8199 tipos (todos menos tú) ahí, con las bicis, esperando. ¡Qué contrariedad!
Aparcado el cuadriciclo, nos llenamos los bolsillos de barritas, geles y golosinas. Bajamos por las calles como si fuese el Somport y llegamos a la salida. Me da la sensación de que hay menos gente que antes. De hecho, ése no está nervioso y se ríe; el otro de ahí no parece haberse tomado lo de alimentación muy en serio; el de más allá le dice a la que –intuyo- es su pareja que antes de las 13 horas –justo para el avance informativo de RNE- va a estar en meta. Algo está pasando aquí. El demonio engañador de Descartes nos está tocando las narices. No estás en la QH, estás en la Treparriscos.
La Treparriscos, el propio nombre lo dice, es el recorrido corto de la marcha. Difiere tanto de La Quebrantahuesos que es como si te quedaras (en este contexto) en casa. Con bastantes menos kilómetros y desnivel que los entrenamientos estratosféricos que has hecho hasta ahora se parece a lo que le ha ocurrido a la Vuelta a España. Los profesionales deberían estar pasando por Laruns camino al Aubisque y al Tourmalet y que, debido a los estragos del coronavirus, subirán el Portalet por la vertiente española. Justo como los de La Treparriscos.
Menos mal que ese día, al menos, no llovió; si no me hubiera subido al coche. Justo como los profesionales.